Jueves Santo, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Ex 12, 1-8.11-14; segunda: 1Cor 11, 23-26 Evangelio: Jn 13, 1-15

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El Jueves santo es un canto a la liberación. En él celebramos la Pascua cristiana: el paso liberador de Dios por la historia mediante la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, conmemorada en la celebración de la Eucaristía (segunda lectura). La Pascua cristiana revive y perfecciona otra pascua, otra liberación, llevada a cabo por Dios mediante su siervo Moisés: la liberación de los israelitas de la esclavitud egipcia (primera lectura). El texto evangélico nos sitúa ante una liberación interior, la liberación de nuestro egoísmo para ser libres y servir a nuestros hermanos, siguiendo el ejemplo de Jesucristo.

MENSAJE DOCTRINAL

Liberación, palabra evangélica. La palabra liberación tiene su contrapartida en el término esclavitud. Cuando un individuo, un grupo humano, una nación grita por la liberación, quiere decir que sienten en carne propia el peso opresor de alguien que los esclaviza. En la Biblia, que es revelación de Dios en la historia y por la historia, no está ausente esta realidad y experiencia tan humana. Fijándonos en la primera lectura, nos damos cuenta de que el rito de la Pascua, como lo celebraban los antiguos israelitas, rememora un momento histórico dramático y estupendo. Dramático, porque recuerda a todos la dura experiencia de la esclavitud en Egipto; estupenda, porque, en virtud del poder de Yahvéh, han sido arrancados de la esclavitud. El modo de comer el cordero: La cintura ceñida, los pies calzados, bastón en mano y a toda prisa, señala la irrupción liberadora de Dios y la colaboración humana con la extraordinaria e inesperada acción de Dios. Israel, como pueblo, reconoce que Dios se ha acordado de su estado de oprimidos, y ha intervenido eficazmente como liberador. La segunda lectura también trata de la pascua, pero ahora ya no es la pascua judía, sino la pascua cristiana, como era celebrada en la Iglesia apostólica. El bautizado es consciente de que ha pasado de la esclavitud a la libertad, gracias a la Pascua de Cristo. Cada domingo, cuando los cristianos se reunían para celebrar la Eucaristía, rememoraban y revivían, como individuos y como Iglesia, el evangelio de la libertad, "la libertad con la que Cristo nos ha liberado". Una liberación, no de una opresión física como en la primera Pascua, sino de la opresión espiritual, que es el pecado y el imperio por él instaurado. Por la Pascua de Cristo, el bautizado ha pasado del reino de las tinieblas opresoras al reino de la luz liberadora. En el evangelio Jesús completa la enseñanza sobre la liberación, indicándonos su finalidad: Liberados y libres para poder servir al hombre. La liberación evangélica, para ser tal, estará destinada al servicio, sobre todo de los más necesitados. Un servicio tras las huellas de Cristo, que, ejerciendo la función de padre de familia, se hace siervo y se pone a lavar los pies a sus discípulos, para que ellos aprendan a hacer lo mismo.

Bautismo y Eucaristía, sacramentos de libertad. Por el bautismo el hombre es sumergido en la Pascua de Cristo, es decir, en el paso liberador de Cristo por su existencia. Sólo el hombre liberado puede celebrar y participar en la Eucaristía, sacramento de los hombres libres. Tal vez en el lavatorio de los pies de los apóstoles (evangelio) haya una cierta nota bautismal. ¿No dice Jesús: El que se ha bañado sólo necesita lavarse los pies, porque está completamente limpio; y vosotros estáis limpios, aunque no todos? Limpios, libres de todo pecado, pueden participar a la Pascua del Señor. San Pablo recoge en la segunda lectura las palabras de Jesús: Haced esto en memoria mía. La Pascua de Cristo no es un hecho del pasado, se revive en el presente, siempre que los cristianos se reúnen para celebrar la Eucaristía. Es decir, para celebrar a Cristo que nos dice: "Te ofrezco mi vida para liberar la tuya de todo lo que te impide ser libre. Te ofrezco mi cuerpo y mi sangre como alimento para que no desfallezcas en tu lucha por la libertad". El hombre ha buscado la liberación y la libertad por muchos caminos, no pocos de ellos equivocados. Hoy como ayer el modelo cristiano se presenta como camino verdadero de libertad.

SUGERENCIAS PASTORALES

La Eucaristía, o sea, la fiesta de la libertad. El catecismo de la Iglesia católica enseña que la Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana y añade que contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua (CEC 1324). Me pregunto qué es ser cristiano. Y, entre otras muchas respuestas, encuentro ésta: "Ser libre para amar a Dios y al prójimo". Me pregunto quién es Cristo, todo el bien espiritual de la Iglesia. Y me viene en seguida a la mente una respuesta muy conocida: El Redentor del hombre, el liberador de la humanidad. La Eucaristía es pluridimensional: es sacrificio, banquete pascual, memorial, acción de gracias... Junto a estas dimensiones irrenunciables hay que situar ésta otra: fiesta de la libertad. Digámoslo con un raciocinio lógico: Ser cristiano es ser libre, la Eucaristía es la fuente y cima del ser cristiano, luego la Eucaristía es la fuente y cima de la libertad. Celebrar la Eucaristía es celebrar la libertad cristiana, que por su misma naturaleza es libertad integral. La libertad integral radica y se desarrolla en la libertad interior. Es decir, libre del pecado, libre del ego, libre de cualquier condicionamiento psíquico o moral. Ésta es la libertad que principalmente celebramos en la Eucaristía. Pero no exclusivamente, porque la libertad tiene que hacerse visible, encarnarse en hechos y realidades circunstanciales de la vida. Libres para ayudar a una persona necesitada; libres para decir la verdad sin miedos, aunque con prudencia; libres para hacer el bien aunque no te lo agradezcan; libres para dar testimonio públicamente de la propia fe... ¿Acaso no ha sido la Eucaristía, para tantas santas y santos, la fuente de esta gran libertad de espíritu? Cuando la comunidad cristiana se reúne en torno a Cristo en la Eucaristía lo hace como comunidad libre que quiere seguir creciendo en libertad.

La Eucaristía, fuerza de la libertad. Cuando en la santa misa recibimos la Eucaristía nos alimentamos con Cristo mismo, fuente y modelo de la libertad cristiana. Por eso, un cristiano que quiera llegar a ser verdaderamente libre siente la necesidad de comulgar con frecuencia. La tentación de la esclavitud acecha continuamente al hombre, a veces de modo muy seductor. La Eucaristía nos ayuda a romper el encanto de la tentación, a reforzar nuestra decisión de seguir a Cristo, el amante y el promotor de la libertad. ¡Absurdo el solo pensar que la comunión es para beatas! ¡Cuánto daño hacen a los cristianos ciertas etiquetas! Aquí encuentran también un motivo más las visitas eucarísticas. Cuando la libertad individual, política, social, religiosa... está en peligro, ¿a qué puerta llamar, sino a la puerta del sagrario donde Cristo nos está esperando para infundirnos ánimo en nuestra tarea de hacer vencer a la libertad? En la educación de las nuevas generaciones cristianas, creo que aprovecharía mucho el insistir más en la eucaristía, y menos en modas pastorales, que hoy son y mañana no parecen.