II Domingo de Pascua, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Hech 5, 12-16; segunda: Ap 1, 9-11.12-13.17-19 Evangelio: Jn 20, 19-31

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

"Cristo, el Viviente". Así lo "ve" el visionario de Patmos, así se presenta a los discípulos encerrados en una casa por miedo a los judíos, así lo experimentan los primeros cristianos de Jerusalén. "Yo soy el que vive; estuve muerto, pero ahora vivo para siempre" dice la figura humana a san Juan en una visión (segunda lectura). El Viviente se aparece a los discípulos atemorizados para infundirles paz, encomendarles la misión y otorgarles el Espíritu (Evangelio). El Viviente continúa operando signos y prodigios en medio del pueblo por medio de los apóstoles (primera lectura).


MENSAJE DOCTRINAL

El Viviente sorprende a todos. Si hay algo que los discípulos no esperaban es que Jesucristo, resucitando, volviese a la vida y se les apareciese sin perder su identidad con el Crucificado. Los evangelios ponen de relieve esa impresionante sorpresa, que llegó hasta la temeridad de pedir pruebas, como lo hizo Tomás. Sorprende a las mujeres que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, sorprende a los dos discípulos en camino hacia Emaús, soprende a los discípulos reunidos en una casa. ¡Cuántas sorpresas juntas en ese día primero después del sábado! ¿Por qué les sorprende, si creían en la resurrección de los muertos? ¿Por qué les sorprende si habían visto a Lázaro, el hermano de Marta y María, ser resucitado por Jesús? ¿Por qué les sorprende, si Jesús se lo había predicho en varias ocasiones durante su ministerio público? Les sorprende porque lo que contemplan sus ojos es algo inaudito. Ellos, como buenos judíos, educados por los escribas y fariseos, creían en la resurrección de los muertos, pero... no en el tiempo, sino al final de los tiempos. Les sorprende porque la resurrección histórica de Jesús es caso único y es absolutamente diferente a la de Lázaro, a la de la hija de Jairo o a la del hijo de la viuda de Naín. Jesús está vivo, pero su vida ya no es totalmente igual a la nuestra, es una vida diferente, nueva, superior. Les sorprende porque una cosa es escuchar, entender, y otra diversa experimentar: los discípulos no escuchan que Jesús va a resucitar al tercer día, lo ven y lo oyen resucitado, lo experimentan como el vencedor de la muerte, que vive para siempre. ¡Dichoso el hombre a quien Jesucristo vivo le sorprenda de modo permanente!

Los dones del Viviente. ¿Qué es lo que el Viviente regala a los suyos? 1) Les regala la paz, su paz. La necesitaban, porque estaban encogidos por el miedo. La necesitaban, para aquietar su mente y su corazón en el presente y de cara al porvenir. A todos los presentes les da la paz, no sólo a unos pocos privilegiados. Una paz que de ahora en adelante nadie les quitará, ni siquiera las tribulaciones o la muerte. 2) Les da su misma misión: Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Durante tres años han ido captando la misión de Jesús y el modo de realizarla. Ahora Jesús les lanza a continuar su obra en Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo. 3) Les da al Espíritu Santo, para que realicen con valentía y libertad interior su misión. Inseparable de la misión de Jesucristo, continuará siendo inseparable de la misión de los apóstoles. Él hará fecundo su trabajo apostólico, y en un siglo habrán conquistado las plazas más grandes del mundo entonces conocido. 4) Les da su poder de perdonar los pecados. Puesto que sólo Dios puede perdonar los pecados, los perdonarán únicamente en nombre de Jesucristo y en virtud del poder de Dios. Este perdón es algo de lo que todo hombre siente necesidad, porque, si es sincero, se encontrará culpable. 5) Les da su amor condescendiente, como sucede con Tomás, con tal de afianzar su fe: "Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente" (evangelio). Esta comprensión que el Viviente tiene de nuestras miserias es maravillosa. 6) Les da el poder de edificar la Iglesia mediante la predicación y la oración, mediante la realización de numerosos signos y prodigios, sobre todo de curaciones en nombre de Jesús (primera lectura).


SUGERENCIAS PASTORALES

El clamor cristiano en favor de la vida. ¿Cuántos mueren diariamente en tu nación, en el mundo, de muerte violenta: en guerras o guerrillas, en las cárceles, en los hogares, en los hospitales, en las calles urbanas, en las autopistas? Jesucristo, el Viviente, ha venido para que el hombre tenga vida. Y Dios es el único Señor de la muerte y de la vida. ¿Por qué hay tantos hombres y mujeres que se creen señores de la vida, y la dan y la quitan según sus propios intereses? El clamor del cristiano en favor de la vida debe elevarse primeramente hacia el cielo, hacia Jesucristo vivo, para que abra las mentes y corazones de los hombres al valor de toda vida desde la concepción hasta la muerte, y para que conceda a la humanidad la conciencia clara y firme de ser administradores, no señores, de la vida. El clamor del cristiano en favor de la vida se dirigirá también a las instituciones estatales y públicas para que defiendan con vigor y con constancia todas las formas de vida humana, para que protejan la vida de los ciudadanos, sobre todo de los inocentes y de los indefensos, para que promuevan de modo responsable el amor a la vida. El clamor del cristiano en favor de la vida resonará dentro de su corazón, para que, a pesar de tanta violencia y tanto asesinato, nunca decaiga ante sus ojos el origen divino de la vida, el valor primordial de la existencia, la dignidad de toda vida humana. El cristiano clama en favor de la vida; sí, de la vida terrena en su preciosidad y en su contingencia; además, y sobre todo, por la vida de gracia, es decir, la presencia de Cristo viviente en el alma, y por la vida eterna, o sea, la victoria sobre la muerte y la experiencia inefable de una vida nueva, en eterna intimidad con Dios y con todos los bienaventurados.

No pasar por la vida, sino vivirla. La vida es una tarea para hombres responsables. Dios no nos la dio para pasar por ella, como se pasa por una feria o por un parque de atracciones. Se llega, se ve, se disfruta, y se va... Dios nos la dio para vivirla conforme a nuestra dignidad humana y cristiana. Dios no nos dio la vida para pasarla bien, sino para pasar, como Jesucristo, haciendo el bien; no para pasear, como un turista, sino para construir un mundo mejor y más cristiano; no para pisar a todo el que se pone en nuestro camino, sino para amar a todos, especialmente a los más necesitados. Esto de vivir la vida vale sobre todo para los jóvenes, que la miran de frente y la tienen casi completa todavía por delante. ¡Es una pena, que siendo tan bella, la pierdan o la malgasten! Vale igualmente para los ya entrados en la edad madura o en la misma ancianidad, porque cada día de vida es una gracia, es una tarea, es una meta que conquistar. Dichoso quien sabe apurar la vida hasta el final, amando gozosamente a Dios y a los hombres. ¿Hay mejor manera de vivir esta vida? ¿Hay mejor manera de prepararse para la vida que nos espera? Que Cristo Viviente sea la antorcha encendida que guíe nuestros pasos por la vida, para realmente vivirla.