V Domingo de Pascua, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Hch 14, 21-27; segunda: Ap 21, 1-5 Evangelio: Jn 13, 31-33.34-35

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

La Iglesia nace de la Pascua. En este domingo los textos litúrgicos pueden concentrarse en torno al tema de la Iglesia. Ante todo, en el evangelio se nos ofrece la caridad como sustancia de la Iglesia: "En eso conocerán que sois mis discípulos". Esta Iglesia, amor y comunión, se realiza históricamente en las perqueñas comunidades de los orígenes cristianos, por ejemplo, en las comunidades fundadas por Pablo y Bernabé durante su primer viaje misionero (primera lectura). Esta Iglesia histórica es reflejo, a la vez que impulso, hacia la Iglesia eterna, morada definitiva y sin término de Dios entre los hombres (segunda lectura).

MENSAJE DOCTRINAL

La caridad, sustancia de la Iglesia. El evangelio es muy claro: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35). Al decir discípulos no se refiere a cada uno individualmente, sino en cuanto comunidad de los que siguen a Jesús y sus enseñanzas, es decir, en cuanto Iglesia. Jesús, en esta hora suprema en que nos deja su testamento antes de morir, nos dice: "Conocerán que sois mis discípulos, si vivís pobres o si sois obedientes, si habéis aprendido bien todas mis enseñanzas o si sois capaces de predicar mi evangelio". Son todas cosas necesarias, pero no coinciden con la sustancia, con la quinta esencia de la Iglesia. Ésta es solamente la caridad. Por eso, podría definirse a la Iglesia como "la comunidad de los que se aman, como Cristo los ha amado". Cristo nos ha amado hasta dar su vida para que nosotros tengamos vida. Cristo nos ha amado hasta hacernos partícipes del mismo amor que existe entre el Padre y el Hijo. Cristo nos ha amado hasta hacerse esclavo para lavar los pies a los suyos, para que conociésemos bien que el amor, la autoridad entre sus discípulos, es fundamentalmente el servicio. Si por encima de la caridad, o peor todavía, al margen de ella, se ponen otros valores en la vida diaria de la Iglesia, habrá que concluir que no estamos tocando el corazón de la Iglesia.

Una Iglesia en la historia. Después de Pentecostés los discípulos comenzaron a fundar las primeras comunidades cristianas en Jerusalén, la Iglesia-Madre, en Samaria, en las ciudades de la costa mediterránea de Palestina, en Damasco, Antioquía... y con Pablo y Bernabé en la zona meridional de la provincia romana de Asia (actual Turquía). La Iglesia-Caridad comienza a encarnarse en pequeñas comunidades de hombres y mujeres, judíos y gentiles, de razas y costumbres diversas, pero unidos por la fe y el amor a Jesucristo. Esta encarnación histórica de la Iglesia-Caridad comporta ciertos requisitos, algunos de los cuales encontramos en la segunda lectura: la necesidad de la tribulación por el hecho mismo de vivir entre otros que no son cristianos; la necesidad de ser confortados y animados en la vivencia de la fe y de la vida cristiana; la designación de presbíteros para la buena marcha de la comunidad; la oración y el ayuno, como dos apoyos importantes de la caridad. Implica además la alegría de compartir con otras comunidades, en este caso, con la comunidad de Antioquía, las maravillas obradas por Dios a lo largo del viaje misionero de Pablo y Bernabé por el Sur de la provincia de Asia. Estos aspectos, entre otros, hablan de una Iglesia viva, presente y encarnada en las circunstancias históricas.

La Iglesia en su eterno destino. De esta Iglesia espléndida y luminosa, en plenitud de perfección divina y humana, nos habla la segunda lectura, tomada del Apocalipsis. El autor imagina a la Iglesia como una ciudad, la nueva Jerusalén, la morada de Dios con los hombres (21,3). Una Iglesia, por ello, visitada y habitada por la felicidad más plena, una Iglesia siempre joven y llena de vida. Una Iglesia franca, sin fronteras, con los brazos abiertos acogiendo a todos. Esta Iglesia, tan hermosa y magnífica en su destino, tiene un reflejo, aunque pálido, en la Iglesia histórica, en las iglesias fundadas por los primeros apóstoles, en las iglesias en que hoy se encarna el amor y la fe de los cristianos.

SUGERENCIAS PASTORALES

El verdadero rostro de la Iglesia. ¿Qué es lo que hace brillar ante los hombres el verdadero rostro de la Iglesia, un rostro bello y atractivo? Indudablemente la caridad. La Iglesia docente es necesaria, insustituible, e inseparable de la Ecclesia amans, pero a los ojos de los hombres, incluso de los mismos cristianos, no es el rostro más atractivo. La Iglesia que celebra los sacramentos es importantísima, y un modo aptísimo de expresar el amor de la Iglesia a sus hijos en diversas situaciones y circunstancias de la vida, pero tampoco es el rostro que más seduce a los cristianos, menos todavía a los que no lo son (Se sabe la desafección que ha habido y continúa habiendo hacia los sacramentos). Tampoco el rostro más genuino de la Iglesia nos lo ofrecen sus instituciones, a veces tan criticadas -con frecuencia de modo injusto y desleal- por nuestros contemporáneos. El verdadero rostro de la Iglesia nos lo da la Iglesia-Caridad, comunión, la Iglesia que realmente ama y se dedica a comunicar amor mediante todos y cada uno de sus hijos. Todos conocemos el canto que dice: "Donde hay caridad y amor, ahí está Dios", frase que podría parafrasearse de otra manera: "Donde hay caridad y amor, ahí está la Iglesia". Esa caridad que en Dios tiene su manantial y en Dios termina su recorrido de amor por las vidas de los hombres. Dios, alfa y omega de la caridad. Entre estos dos extremos del vocabulario griego, se hallan todas las demás consonantes y vocales con las cuales expresar de todo corazón nuestro amor al prójimo. No desliguemos jamás la caridad de la fe, del dogma, de la liturgia, de las instituciones, pero que el rostro más bello, genuino y verdadero, que cada uno de nosotros ofrezca a la Iglesia, sea el rostro de la caridad verdadera y del amor sincero. Recordemos lo que san Pablo dice en el himno a la caridad: "Si no tengo caridad, nada soy".

Mi parroquia es también la Iglesia. El fenómeno de la globalización puede ayudarnos a captar mejor la universalidad de la Iglesia y, por consiguiente, de la caridad cristiana. El campanilismo, es decir, ese encerrarse en la propia parroquia, en la propia diócesis, cortando a la mirada cualquier horizonte abierto hacia otras parroquias, otras diócesis, y toda la Iglesia en los diversos continentes, ha de ser rechazado por un corazón auténticamente cristiano. Ciertamente que he de amar y ejercitar la caridad sobre los miembros de mi familia, de mi barrio, de mi parroquia, etc. Pero, ¿no está siendo verdad que el mundo entero está comenzando a ser nuestra parroquia, y, por tanto, el lugar para la expresión de nuestra caridad? Un ejemplo concreto de la globalización del amor lo dieron muchas familias cristianas, y muchas parroquias, de toda Italia, pero especialmente de Roma, durante la Jornada mundial de la juventud, acogiendo a tantos jóvenes venidos de todas partes del mundo. ¿Qué puedo hacer para expresar, desde mi parroquia y en mi parroquia, el amor a toda la Iglesia?