VI Domingo de Pascua, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Hech 15, 1-2.6.22-29; segunda: Ap 21, 10-14.22-23 Evangelio: Jn 14, 23-29

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

En la sinfonía de los textos litúrgicos un tema predominante es la relación entre Pascua y Trinidad. En el texto evangélico, tomado del discurso de la Última Cena pero con los verbos en futuro, el Padre y el Hijo "harán su morada en el creyente" y el Espíritu Santo aparece como "memoria" de la vida y mensaje de Jesús. En la gran asamblea de Jerusalén, reunida en nombre del Señor Jesús, el Espíritu Santo y los apóstoles y presbíteros decidieron no imponer a los cristianos gentiles más cargas de las indispensables (primera lectura). La nueva Jerusalén, venida junto con Dios, –figura e imagen de la Iglesia en el tiempo en marcha hacia la eternidad–, no tiene templo, porque el Señor, el Dios todopoderoso, y el Cordero, son su templo (segunda lectura).


MENSAJE DOCTRINAL

Pascua: La Trinidad en acción. La Pascua de Cristo es el centro de la vida de Jesús y de la historia de la salvación; por tal motivo, es el momento en que cada una de las Personas divinas ejerce en sumo grado, entre los hombres, su acción reveladora, santificadora y salvífica. El Padre lleva a plenitud, en la Pascua, su amor de Padre hacia Jesús, a quien exaltará después de la muerte ignominiosa en una cruz; hacia los hombres, en quienes, gracias a la obra redentora realizada por Jesús, podrá hacer morada para siempre (evangelio); y hacia la Iglesia, la nueva ciudad bajada del cielo, siendo, juntamente con el Cordero, su luz y su templo (segunda lectura). El Hijo actúa potentemente en la historia de los hombres mediante su ofrenda redentora al Padre: "Me voy", dice Jesús a sus discípulos, indicando su muerte y su resurrección (evangelio). Actúa igualmente atrayendo a la fe y al bautismo tanto a judíos como a gentiles (primera lectura). Finalmente, la segunda lectura subraya su acción magisterial y sacerdotal en la Iglesia, siendo su luz y su santuario. Respecto al Espíritu Santo, es y será para los creyentes "magisterio y memoria" del misterio pascual (evangelio); es el verdadero motor que impulsa la vida y las decisiones de la Iglesia, para que sean conformes al Evangelio (primera lectura); es también quien muestra a los hombres el rostro verdadero y bello de la Iglesia, por encima y más allá de las vicisitudes históricas, no exentas de fallos y miserias. Con la Pascua, no sólo se revela más claramente el misterio trinitario, sino que además, el hombre creyente está más capacitado para desvelar su misteriosa, plena y eficaz acción en la historia.

Pascua: La acción de la Trinidad. La acción de la Trinidad, más evidente en la actual liturgia, es la paz. La paz, ese magnífico don de Yavéh a su pueblo, es ahora el don de Jesús a los suyos. El Padre y el Hijo deciden dar a los creyentes la paz, es decir, el signo y símbolo de todos los bienes (evangelio). El Espíritu Santo, ya en la historia concreta de los creyentes, mueve a los hombres para buscar solución a los problemas de la existencia cristiana en la concordia, en la verdad y en la paz (primera lectura). ¿Y acaso no relumbra como lugar de paz la nueva Jerusalén, con una muralla protectora frente a todos los enemigos de la paz, y con el Señor Todopoderoso y el Cordero presentes en medio de ella? (segunda lectura). Una segunda acción trinitaria es la alegría. Donde más claramente aparece es en la primera lectura: los cristianos de Antioquía, después de escuchar la lectura de la carta enviada por la asamblea de Jerusalén, "se gozaron al recibir aquel aliento". Pero también Jesús en el evangelio dice a los suyos que "si me amáis, os alegraréis de que me vaya al Padre"; y el esplendor y la luminosidad de la ciudad santa de Jerusalén, ¿no es un icono del regocijo espiritual de todos los que en ella habitan? La alegría cristiana, que es obra de la Trinidad y en cuanto obra de la misma, sobrevive, se depura y profundiza en medio de las tribulaciones y pruebas de la cotidianidad.


SUGERENCIAS PASTORALES

El rostro trinitario del cristiano. La fiesta de la Pascua está en íntima conexión con el bautismo, ya que por el bautismo somos sumergidos en el misterio pascual de Jesucristo. En el bautismo el cristiano es sellado por la Trinidad: "Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", y por el bautismo se convierte en pertenencia de la Trinidad a título de hijo de Dios, hermano de Cristo y discípulo del Espíritu. Nosotros, como cristianos del siglo XXI, estamos llamados a hacer patente en nuestra vida, entre nuestros contemporáneos el rostro trinitario de Dios. Como cristiano tengo que crecer en mi experiencia filial con Dios, de modo que haga ver a los hombres con mi actitud y mi conducta el rostro paterno de Dios. Como cristiano me es irrenunciable vivir mi fraternidad con Cristo, mi hermano mayor, mi modelo de vida y comportamiento. Como él daré testimonio, ante los demás, de mi amor auténtico a todos los hombres, porque todos son mis hermanos y a todos amo en cuanto tales. Como discípulo del Espíritu Santo, constato que no puedo escuchar otras voces, aunque sean muy seductoras, ni seguir otros maestros que susurran en mi interior otros criterios y otras doctrinas. Mi maestro y mi guía es el Espíritu del Padre y de Cristo, que hace resonar en nosotros el único Evangelio de Dios. Como cristiano, estoy consagrado a ser un reflejo del Espíritu, maestro y memoria de Jesús. ¿Soy consciente de que, por ser cristiano, tengo que hacer visible la presencia trinitaria en medio de los hombres, de sus quehaceres y ocupaciones diarios? ¿Tengo una relación íntima con cada una de las personas de la Trinidad? Si los cristianos no reflejamos el rostro de la Trinidad en nuestra existencia de cada día, la esencia del cristianismo estará reducida a un puro concepto, sin incidencia en la vida humana. Oremos para que el Dios unitrino sea para todos los cristianos una presencia vivificante y transformadora.

El Espíritu, memoria del cristiano. En el mundo tan alborotado e hiperactivo en el que vivimos, no es difícil olvidar. Más aún, es una operación saludable que nuestro sistema inmunológico realiza automáticamente. Si recordáramos todo lo que vemos en la televisión, leemos en los periódicos, en libros, en internet, escuchamos en las conversaciones, experimentamos cada día, en poco tiempo nos volveríamos locos. En el cristianismo hay unas cuantas cosas esenciales, que nunca deberíamos olvidar, pero que con el paso del tiempo y en la agitación y el activismo febril que nos rodea fácilmente pasamos por alto. Pero el Espíritu de Dios despierta la memoria, nos vuelve a traer a la mente y al corazón lo esencial de la vida en Cristo: Que Dios no tiene igual y es siempre y en absoluto el primero, que el Dios cristiano es unitrino y cada una de las personas actúa en la vida del cristiano, que somos pecadores necesitados de redención y Cristo nos ha redimido, que la Iglesia es la comunidad de los que oran, creen, esperan y aman, movidos por el Espíritu Santo, que en la cotidianidad de la vida tenemos que demostrar lo que somos, que con la muerte no todo termina sino que se abre una puerta a una vida nueva. ¿Dejo que el Espíritu Santo me recuerde de vez en cuando estas cosas tan sencillas y esenciales?