XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Is 66, 10-14; segunda: Gál 6,14-18 Evangelio: Lc 10, 1-12.17-20

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Buscar en todo el fin: esta frase puede sintetizar los textos litúrgicos. El fin de la misión de los setenta y dos no es el éxito, sino el que "sus nombres estén escritos en el cielo" (evangelio). El Isaías post-exílico ve anticipadamente el fin de todos sus sueños: la ciudad de Jerusalén que reúne a todos sus hijos, como una madre (primera lectura). La existencia cristiana no tiene otro fin sino el de apropiarse la vida de Cristo en toda su realidad histórica, especialmente en el misterio de la cruz. Es lo que nos enseña san Pablo con su palabra y con su vida (segunda lectura).

MENSAJE DOCTRINAL

Inscritos en el libro de la vida. Los 72 discípulos de Jesús, símbolo de los cristianos esparcidos por el mundo, en cuanto que 72 son todos los pueblos de la tierra (cf Gén 10), están contentos de la misión cumplida y llegan a Jesús para contarle sus proezas misioneras. Jesús les escucha, pero a la vez les hace caer en la cuenta de algo importante: las hazañas misioneras no tienen valor en sí mismas, lo que realmente vale y nos debe alegrar profundamente es nuestro destino eterno con el Dios de la vida. Esta búsqueda gozosa del verdadero fin de la existencia explica y da sentido a la alegría, en sí legítima y razonable, por los éxitos apostólicos, al igual que da sentido a las penalidades y adversidades connaturales de la misión cristiana. El discípulo de Jesús, en efecto, no predica realidades sensiblemente captables y atractivas. Predica que el Reino de Dios ya ha llegado, predica la paz mesiánica, predica en medio de un mundo no pocas veces hostil y reacio a los valores del Reino, predica valiéndose y poniendo su confianza más que en los medios humanos en la fuerza misteriosa de Dios. Indudablemente, el éxito no es un elemento esencial en el bagaje del misionero.

Madre de consolación y de paz. Cuando el Isaías post-exílico escribe este bellísimo texto, la diáspora judía es una grandeza extendida por todo el imperio persa y por el mediterráneo. El profeta, bajo la acción del Espíritu divino, sueña con un pueblo unido y unificado en la ciudad mística de Jerusalén. Con ojo avizor mira hacia el futuro y prevé poéticamente el momento gozoso de la reunificación. Lo hace recurriendo a la imagen de una madre de familia que reune entorno a sí a todos sus hijos, tiene tiernamente en sus brazos al más pequeño y le alimenta de su propio pecho. Todos, al reunirse de nuevo con la madre, se llenan de consuelo y se sienten como inundados por una grande paz. Esta Jerusalén, madre de consolación y de paz, simboliza al Dios del consuelo, simboliza a Cristo, que es nuestra paz, simboliza a la Iglesia en cuyo seno todos somos hermanos y de cuyo amor brota la paz de Cristo que dura para siempre. La Iglesia, tanto la de hoy como la de siempre, es en su esencia, aunque no siempre en sus hombres, madre de consolación y de paz para todos los pueblos.

Llevo en mi cuerpo el tatuaje de Jesús. Para un cristiano, nos dice San Pablo, carece de valor estar o no circuncidado, lo que vale es ser una nueva creatura. Todo ha de estar subordinado a la consecución de este fin. San Pablo es consciente de haberlo conseguido, pues lleva en su cuerpo el tatuaje de Jesús. Es decir, lleva en todo su ser una señal de pertenencia a Jesús, como el esclavo llevaba una señal de pertenencia a su patrón, o como en las religiones mistéricas, el iniciado llevaba en sí una señal de pertenencia a su dios. Como Pablo, así deben ser todos los cristianos, por eso puede decirles: "Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo". Este es, además, el fin de la misión de Jesucristo: que el hombre se apropie la redención operada por Jesucristo y llegue así a ser y a manifestar a los demás que es pertenencia de Dios. Después de veinte siglos de cristianismo, ¿cuántos llevan grabado en su mismo ser el tatuaje de Jesucristo ¿


SUGERENCIAS PASTORALES

Cristiano, o sea, misionero. La imagen del cristiano que va a misa, cree en los dogmas de fe y cumple con los mandamientos, es incompleta y algo anticuada. No basta eso, porque ser cristiano es tener una misión y realizarla con celo y ardor en los quehaceres de la vida y en la amplísima gama de tareas eclesiales hoy existentes. Más aún, el sentido de misión es el estímulo más fuerte para creer y vivir la fe, para cumplir con los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Si alguno no está convencido de que ser cristiano equivale a vivir en clave de misión, le recomiendo que lea los documentos del Concilio Vaticano II y el catecismo de la Iglesia católica. En este último se lee: "Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es ‘enviada’ al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. ‘La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado" (CIC 863). Si amamos filialmente a la Iglesia, no dudemos de que la mejor manera de expresarle nuestro amor sea mediante nuestro espíritu misionero. Y misionero significa conciencia viva de ser enviado; si bien este envío puede ser al vecino de casa, al cliente en el trabajo, al emigrante que encuentro en la parada del autobús o del semáforo, a la joven pareja que se prepara para el matrimonio... Hoy en día misionar no es únicamente marchar a un país lejano a predicar la fe y el estilo de vida de Cristo, es también una tarea que se lleva a cabo en el propio barrio, en las plazas de la ciudad e incluso entre las paredes del propio hogar.

La misión puede más que el miedo. Parafraseando a Juan Pablo II podríamos decir: "No tengáis miedo de ser misioneros". Porque, a decir verdad, algunas veces al menos nos atenaza el temor, el respeto humano, el qué pensarán y el qué dirán. Es humano sentir miedo, pero la misión ha de superar y sobrepasar nuestros temores. El futbolista no tiene miedo de hablar de fútbol ni el médico o el maestro de hablar de su profesión. ¿Hemos de tener miedo los cristianos de hablar de Cristo: su persona, su vida, su verdad, su amor, su misterio? La fe y la misión comienzan en el corazón, eso es verdad, pero han de terminar en los hechos y en los labios. Todos hemos de vencer cualquier muestra de miedo. Los adultos, para no llamar al miedo prudencia. Los jóvenes, para no creerse seres de otro planeta entre sus coetáneos. Sobre todo, vosotros jóvenes (laicos, religiosos y religiosas, sacerdotes), que sois enviados por Cristo como apóstoles de los jóvenes. ¡Es vuestra hora! ¿La dejaréis pasar? También vosotros, maestros y educadores cristianos, que tenéis en vuestras manos la niñez y la adolescencia, ¡sed misioneros en la escuela! ¿Podremos permitir que el miedo prevalezca sobre nuestra misión cristiana? Nuestra misión ha de ser nuestra corona y nuestra gloria.