XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Is 66, 18-21; segunda: Heb 12, 5-7.11-13 Evangelio: Lc 13, 22-30

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Los textos litúrgicos se mueven entre dos polos: uno, la llamada universal a la salvación, el otro, el esforzado empeño desde la libertad. El libro de Isaías (primera lectura) termina hablando de la voluntad salvadora de Yahvé a todos los pueblos y a todas las lenguas. El evangelio, por su parte, nos indica que la puerta para entrar en el Reino es estrecha y que sólo los esforzados entrarán por ella. En este esfuerzo de nuestra libertad nos acompaña el Señor, con su pedagogía paterna que no está exenta de corrección, aunque no sea ésta la única forma de pedagogía divina.

MENSAJE DOCTRINAL

Llamada universal a la salvación. El destino universal de la salvación no ha sido descubierto por el Concilio Vaticano II, sino que se halla en la entraña misma de la Palabra y Revelación de Dios: "Dios quiere que todos se salven". En el texto de la primera lectura Isaías, en una visión magnífica, ve venir a Jerusalén, la ciudad de la salvación, casi en forma de procesión litúrgica, a los hombres de todos los pueblos, sirviéndose de los más variados medios y trayendo sus ofrendas a Dios. Dios ha llamado y sigue llamando a todos, sin excepción, porque Dios es Señor y Padre de todos. ¿Puede Dios Padre llamar a algunos de sus hijos a la salvación y a otros no? ¡Sería absurdo e indigno de su divina paternidad! En donde sin duda hay diferencia es en los medios que Dios ofrece a sus hijos para la salvación. El texto de Isaías menciona que vendrán a Jerusalén en caballos, carros, literas, mulos y dromedarios. En otras palabras, los caminos para llegar a la salvación de Dios, simbolizada en Jerusalén, son muchos y diversos. Hoy en día, el camino más seguro es la fe cristiana, pero existe también el camino de las religiones no cristianas. Existe el camino de la ética y de la conciencia. Existe el camino de la ascética y de la mística, etc. Por otra parte, la universalidad de la salvación no admite excepciones ni de pueblos ni de lenguas ni de épocas, ni de categorías sociales o profesionales, ni de caracteres (sociable, retraído, eufórico...), fisionomía (guapo o feo, proporcionado o desproporcionado...), fisiología (fuerte o débil, gordo o flaco...), etc. Todos reciben la llamada por igual, pero cada ser humano encuentra sus propias dificultades y sus ayudas en el camino a la salvación, que al menos en parte están relacionadas con la raza, la fisionomía, el carácter, etc. ¡Por Dios no queda! ¿Qué haremos los hombres ante esta oferta universal?

La libertad del empeño. En una ocasión alguien pregunto a Jesús: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" Sabemos que todos son llamados a salvarse, pero ¿se salvarán realmente todos? En su respuesta, a través de un lenguaje imaginativo y simbólico, trata de inculcarnos tres verdades fundamentales: 1) La puerta para entrar en el Reino de Dios, el reino de la salvación, es una puerta estrecha. La puerta de la llamada la abre Dios y la abre a todos, pero la puerta de la respuesta depende de la libertad humana, y no todos están dispuestos a entrar por ella, sobre todo sabiendo que es una puerta estrecha. Jesús nos dice incluso que habrá muchos que tratarán de entrar pero que no lo lograrán. ¿Por qué? Porque pretenden entrar cargados de muchas cosas que les impide el paso. Querer entrar implica querer desprenderse, y hacerlo realmente. Sin esta voluntad de desprendimiento y sin esta libertad de esfuerzo, no se puede pasar la puerta de la salvación. 2) La obtención de la salvación no depende de la religión, tampoco de la experiencia religiosa, incluso mística, sino de la conducta, de las obras de salvación. No basta ser cristiano para asegurar la salvación, porque si no hacemos las obras de cristiano, escucharemos la voz de Dios que nos dice: "No os conozco, no sé de dónde sois". No es la experiencia religiosa (el haber comido y bebido en su presencia) la que causa la salvación; si no va unida a obras que nazcan de esa experiencia, Dios se verá obligado a responder: "Os digo que no sé de dónde sois. Alejaos de mí, obradores de iniquidad". 3) Los que se salven provendrán no sólo de un lugar, sino de todos los pueblos y de todos los confines de la tierra. "Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el reino de Dios". En todos los rincones de la tierra habrá gente esforzada y generosa que quiera entrar por la puerta estrecha y que ponga todos los medios para conseguirlo.


SUGERENCIAS PASTORALES

Admirar la pedagogía de Dios. La Biblia es, entre otras cosas, el libro de la pedagogía de Dios para la salvación del hombre. Dios como pedagogo es simbolizado por la figura del padre. Es decir, la pedagogía divina está guiada por el amor peculiar de un padre hacia sus hijos. El texto de la segunda lectura subraya un aspecto de esta pedagogía: la corrección. ¿Qué padre hay que no se haya visto en ocasiones obligado a corregir a sus hijos? A veces la corrección puede terminar en castigo, un castigo educativo, aleccionador. El hijo sabe, aunque llore y patalee, que la corrección o el castigo son para su bien, y provienen de un padre que le ama de corazón. Dios, para conducir al hombre hacia la puerta estrecha de la salvación, se ve obligado a veces a usar de la "corrección" y del "castigo". También de esa manera nos manifiesta su amor de Padre. El hombre, más que lamentarse, enojarse con Dios, considerarse víctima, deberá admirar la maravillosa pedagogía de Dios, que con su providencia está constantemente pendiente de nuestra vida, sigue de cerca todos nuestros pasos y, cuando es necesario, recurre a la corrección para nuestro bien.

Pero es evidente que un padre no puede reducirse a un simple corrector. ¡Sería una caricatura de la pedagogía paterna! El padre sobre todo guía, alienta, entusiasma a sus hijos por los caminos de la verdad y del bien. Así es también la pedagogía divina, que pone a nuestro alcance numerosos medios para despertar en nosotros el deseo profundo de la salvación y para guiarnos por el camino seguro hacia ella. Y lo hace de un modo absolutamente personal, porque Dios no es un educador de masas, sino de hijos.

La salvación: iniciativa de Dios y tarea del hombre. Al hombre es imposible salvarse por sí mismo: es Dios quien salva. Pero Dios no impone la salvación, la ofrece. Dios no ahorra al hombre la tarea de aceptarla, y así ser salvado. No es el hombre quien toma la iniciativa de la salvación, sino Dios. Pero no es Dios quien tiene la tarea de la salvación, sino el hombre. ¡Iniciativa y tarea! ¡Hermosa conjugación de sinergia entre un Padre que ama con locura a sus hijos y unos hijos que se preocupan de comportarse como tales! Si Dios renunciara, en un imposible, a la iniciativa de salvación, renunciaría a su amor de Padre y a su proyecto eterno sobre el destino del hombre. Si el hombre renunciara a su tarea de salvación, por una parte, renunciaría a su condición de hombre caído y, por otra, a su fin y destino eternos. La iniciativa de Dios infunde al hombre seguridad y certeza de la salvación. La tarea de la salvación le hace poner en juego su libertad y entregarse de lleno a usarla en sinergia con la iniciativa divina. Todo esto es estupendo, pero nos pasa muchas veces que vivimos la vida sin pensar mucho en estas cosas, arrollados quizá por los mismos acontecimientos diarios. El domingo es un buen día para pensar en todo esto, para hacer un alto en el camino de la cotidianidad y pensar en algo que vale la vida, y la eternidad. Si la "salvación" estuviera más presente en nuestras pequeñas tareas de cada día, ¿no cambiaría en algo nuestro modo de vivir y de actuar? ¡No es tiempo de lamentos! ¡Es tiempo de acción y de esperanza!