XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Sab 9, 13-19; segunda: Fi 9-1012-17 Evangelio: Lc 14, 25-33

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

La sabiduría es la palabra-clave en las tres lecturas. A la capacidad humana de razonar, tan débil y tan incierta, se opone la sabiduría con que Dios amaestra a los hombres para que alcancen la salvación (primera lectura). La prudencia humana hace cálculos para saber si se cuenta con los medios suficientes para construir una torre o con el número de soldados para atacar al enemigo. Esta prudencia es necesaria, pero para ser discípulo de Jesucristo se requiere además la sabiduría que proviene de Dios (evangelio). La carta de san Pablo a Filemón, ¿no es por caso una cumbre de tacto humano y de sabiduría, aprendida en la escuela de la fe? (segunda lectura).

MENSAJE DOCTRINAL

C
iencia del hombre y sabiduría de la fe. Con la primera expresión quiero indicar el esfuerzo del hombre por conocer la verdad en todas sus dimensiones y vivir según ella; con la segunda, la acción de Dios en nuestra inteligencia para hacernos partícipes de su revelación y en nuestra voluntad para inducirnos a vivir conforme a la misma. ¡Cuántas diferencias entre ellas, pero también cuántas ayudas y cuánta complementariedad! La ciencia se caracteriza por el límite; un límite que se supera continuamente, abriendo el paso a otro nuevo, y así una y otra vez; por eso, en principio el hombre del presente tiene más ciencia que el del pasado, y el del futuro tendrá más ciencia que el del presente. En el libro de la Sabiduría leemos: "Si a duras penas vislumbramos lo que hay en la tierra y con dificultad encontramos lo que tenemos a mano, ¿quién puede rastrear lo que está en los cielos?". La sabiduría no tiene límites, sino únicamente el que le pone nuestra pobre inteligencia. Esto explica que exista la posibilidad de hombres con mayor sabiduría en el pasado que en el presente o de hombres con menor sabiduría en el futuro. Siendo don de Dios, la sabiduría no está subyugada por el tiempo. "¿Quién puede conocer tu voluntad, si tú no le das la sabiduría y le envías tu espíritu santo desde el cielo?" (Primera lectura). Se ve claro que la ciencia es esfuerzo humano y la sabiduría don divino; lo que se ignora por la ciencia es con mucho más de lo que se conoce, mientras que por la fe todo se sabe, aunque no todo se llegue a conocer. La ciencia frecuentemente engríe y exalta a quien la posee, la sabiduría hace humilde y agradecido a quien la recibe. La ciencia se acabará con el hombre, la sabiduría es eterna, como lo es Dios, su fuente perenne. En el evangelio hallamos bellamente formulada la sabiduría de la cruz, y en la segunda lectura la sabiduría de la caridad con un esclavo que ha venido a ser -¡algo inaudito!- hermano.

La sabiduría de la fe en acción. El seguimiento de Cristo no es una elección original del hombre, sino elección a partir de una llamada que viene de Dios. Precisamente por eso, el seguimiento de Cristo no es posible en base a puros razonamientos humanos, sino que exige la sabiduría de la fe. El texto evangélico nos sitúa ante algunas opciones que habrán de ser iluminadas por la sabiduría divina. Está el caso de la opción por el seguimiento de Cristo, aun a costa de los más estrechos lazos familiares, cuando éstos entran en conflicto con la llamada. Está la opción por la cruz, siguiendo las huellas de Cristo en su camino hacia Jerusalén. Está la renuncia a todos los haberes, a todas las riquezas, a todo poder, con tal de vivir radicalmente la sequela Christi. ¿No requieren todas estas opciones una profunda sabiduría de fe? En la segunda lectura, Pablo en su carta a Filemón nos brinda un magnífico ejemplo de esta sabiduría divina. Primeramente, la sabiduría de Pablo que se manifiesta en la delicadeza, discreción y tacto admirables con que trata la situación de Onésimo (un esclavo de Filemón, que había huido de su dueño a causa posiblemente de un robo, que Pablo había convertido y bautizado, y que ahora envía de nuevo a Filemón para que lo reciba no ya como esclavo, sino como hermano). Y en segundo lugar, la exhortación de Pablo a la sabiduría propia del creyente, en este caso, Filemón, para que vea en Onésimo un "hijo" de Pablo, su corazón; para que vea en Onésimo no un esclavo (aunque lo siguiera siendo), sino un hermano carísimo en el Señor. En base a esta sabiduría, ¿cómo Filemón no le dará buena acogida en su propia casa? Sin dejar de estar Onésimo en la condición de esclavo, ésta es superada con creces por la fraternidad nacida de la fe.


SUGERENCIAS PASTORALES

La sabiduría al alcance de todos. Una cosa es cierta: no todos están dotados para ser "científicos", hombres de ciencia, pero todos están capacitados para ser sabios, receptores de la sabiduría de la fe. Otra cosa es cierta, y aparentemente paradójica: Que hay "científicos" que carecen de sabiduría, como hay también ignorantes de ciencia que son, sin embargo, grandes por su sabiduría. No es que necesariamente hayan que estar reñidas la ciencia y la sabiduría; más bien, lo propio es que colaboren y se presten mutuo servicio. ¡Ojalá todos los hombres volásemos con estas dos alas por los espacios de nuestra existencia! Pero no siempre es así, y no son pocos los casos en que el hombre intenta volar con una sola ala, con el peligro real de estrellarse contra el suelo. De todos modos, lo que nos debe llenar de admiración y agradecimiento es el que Dios haya querido poner la sabiduría al alcance de todos. ¿También de los niños? ¿También de los ignorantes y con un cociente intelectual mínimo? ¿También de los descapacitados? La realidad histórica plurisecular, y particularmente del siglo XX, muestra con gran claridad que esos hermanos nuestros gozan muchas veces de una sabiduría divina envidiable. A la vez que se afirma el alcance universal de la sabiduría, no se puede dejar de decir que no todos la aceptan, ni todos la aman, ni todos viven conforme a ella. ¿Por qué no todos la aceptan? ¡Los caminos de los pensamientos humanos son inescrutables! Entran en juego la educación, el ambiente en que se ha crecido y vivido, los principios reguladores de la propia existencia... ¿Por qué no todos la aman? ¡El corazón del hombre es un abismo insondable! Quizá se deba a egoísmo, quizá a endurecimiento del corazón, tal vez a frialdad espiritual o a la fuerza de una pasión... ¿Por qué no todos viven según ella? Está de por medio la libertad humana, y están en juego los condicionamientos del mundo en que vivimos y de las propias pasiones, sumamente poderosas y no pocas veces sin rienda alguna. Es evidente, por ello, que urge aprender desde pequeño esta sabiduría divina, en el seno de la familia y de la parroquia, para que se vaya arraigando poco a poco en la vida.

¿Ciencia versus sabiduría? En una cultura que opera por contrastes y por opuestos, la respuesta positiva a esta pregunta sería la más lógica. A la ciencia del hombre se opone la sabiduría de Dios y a la sabiduría de Dios se opone la ciencia del hombre. Con lo cual, entre ciencia y sabiduría no habría reconciliación posible. Así siguen opinando muchos contemporáneos nuestros, así lo sostienen con calor en la prensa y en los medios de comunicación social. No es ésta, ni puede ser, la posición cristiana. La doctrina cristiana nos enseña a decir: "ciencia y sabiduría"; por tanto, no oposición, sino colaboración, no exclusión, sino complementariedad. La razón para nosotros los creyentes es sencilla: quien da al hombre la capacidad de la ciencia es el mismo Dios que le otorga el don de la sabiduría. Para el no creyente habrá que decir que en ambos casos se trata de la búsqueda de la verdad, aunque sea por caminos diferentes. En esa búsqueda todos nos encontramos juntos: unos volando con un solo motor, otros con dos. ¿Por qué en la búsqueda de la verdad por parte de ambos los resultados son en ocasiones dispares? A mi entender, se trata de una invitación a seguir buscando, por no haber logrado todavía "la verdad completa", esa verdad que satisfaga las exigencias de la ciencia humana y de la sabiduría divina. Y añadiré que es requisito indispensable por ambas partes el no tener prejuicios de ningún género, y el no enrocarse en las propias posiciones aun a costa de la verdad misma.