XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera lectura: Éx 32,7-11.13-14; segunda lectura: 1Tim 1,12-17 Evangelio:

NEXO entre las LECTURAS

La misericordia de Dios Padre resuena en el conjunto de la liturgia. Tiene su nota más elevada en el evangelio, que recoge tres magníficas parábolas de la misericordia divina para con los pecadores. En la primera lectura escuchamos la música de la misericordia de Dios para con su pueblo, gracias a la intervención intercesora de Moisés. Por último, en la primera carta de Pablo a Timoteo sentimos una cierta conmoción al oír la confesión que Pablo hace de la misericordia de Jesucristo hacia él: "Jesucristo ha querido demostrar en mí, en primer lugar toda su magnanimidad" (Segunda lectura).

MENSAJE DOCTRINAL

Amor y perdón: las dos caras de la misericordia. El Dios que Jesucristo nos "pinta" en las tres parábolas evangélicas es el Dios del amor. Dios ama a los pecadores, y por eso los busca como el buen pastor va en busca de las ovejas descarriadas; o como un ama de casa busca un cheque que no sabe dónde lo ha puesto, hasta que lo encuentra. Dios ama al pecador, como un padre ama a sus hijos: al "frescales" que se le va de casa pidiéndole por adelantado su herencia, y al que se queda en casa, pero se comporta con él de modo distante y tal vez huraño. Y porque ama, no puede hacer otra cosa que mostrar su amor: perdonando, comunicando el amor, celebrando fiesta, invitando a todos a compartir su alegría. Este retrato de Dios, pintado por Jesucristo, nos conmueve y nos infunde ánimos para vivir dignamente como hijos. Este retrato resalta todavía más si lo ponemos al lado del retrato que nos ofrece la primera lectura, tomada de la historia del Éxodo. El autor nos narra lo que se podría denominar "el pecado original" del pueblo de Israel: Apenas acaba de "firmar" el pacto de alianza con Yavéh, cuando la rompen, se construyen un toro de metal fundido y lo convierten en su "dios" en lugar de Yavéh. Dios se llena de ira y quiere exterminarlo. Sólo la intercesión de Moisés logra que Dios se "arrepienta" y abra la puerta de su corazón a la misericordia. ¡Indudablemente hay un progreso en la revelación del corazón de Dios! Con Pablo nos damos cuenta de que ahora la misericordia de Dios lleva por nombre "Jesucristo". En efecto, no sólo se le ha mostrado misericordioso, sacándole de su obcecación en el camino de Damasco, sino que además le ha tenido tanta confianza que le ha llamado a predicar el evangelio de la misericordia en el mundo entero. ¡Cómo no sentir profundo agradecimiento ante tanta magnanimidad de Jesucristo!

Características de la misericordia divina. 1) Ante todo habrá que subrayar que la misericordia de Dios no está sometida a las leyes del tiempo. Y esto en un doble sentido: primero, cualquier momento es bueno para que el Buen Pastor busque la oveja perdida, como también lo es para que el hijo se ponga en camino hacia la casa del padre; en segundo lugar, la puerta del corazón del Padre está abierta las veinticuatro horas del día, no tiene horarios. Nadie podrá decir a Dios: "Cuando te busqué, tú no estabas". 2) La misericordia divina no se agota jamás, está marcada por la eternidad que Él es y en la que Él vive. Mientras exista la vida, siempre habrá la posibilidad de acudir a Él y ser acogido en sus brazos de Padre. No mira Dios el comportamiento indigno que se haya tenido, ni el número de veces que se le ha abandonado y despreciado; mira únicamente los movimientos interiores del alma que anhela el perdón y el abrazo paterno, mira los ojos húmedos como una esmeralda en la que brilla el arrepentimiento, mira los pasos indecisos de quien se acerca a Él para decirle: "He pecado. Perdóname. ¿Qué quieres que haga?". Dios no se fija en la categoría del pecado, sino en la categoría del alma. 3) La misericordia de Dios transforma a la gente, revoluciona en cierta manera la vida del hombre. El pueblo de Israel, en medio de tantas dificultades y a pesar de sus caídas e infidelidades, llevó siempre la bandera del Dios fiel y redentor de su pueblo bien alta. El caso de Pablo es luminoso: puso todas sus cualidades al servicio del Evangelio de Jesucristo y por Él se gastó y desgastó hasta dar la vida. De los dos hijos no sabemos cómo continuaría la historia, pero... ¿por qué no hemos de pensar que se comportarían en el futuro como hijos fieles y cariñosos?


SUGERENCIAS PASTORALES

La "difícil" ciencia del perdón cristiano. La Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, es la cátedra desde la que Dios enseña a los cristianos, y a todos los hombres, la ciencia de la misericordia, del amor y del perdón. Es una ciencia cuyo aprendizaje dura la entera existencia, porque en cualquier momento de la vida nos puede acechar la garra del odio o de la desesperación en el dolor. ¿Cómo amar a quien te ha difamado o calumniado, sea privada o públicamente? ¿Cómo perdonar a quien, en tu ausencia, ha entrado en tu casa y te ha saqueado? ¿Cómo amar a un pedófilo, que ha querido abusar de tus hijos o de los de tus vecinos y amigos? ¿Cómo perdonar a quien ha metido a tu hija por el negro túnel de la drogadicción, destruyéndola así junto con tu familia? Estas preguntas, y otras semejantes, muestran cuán difícil es la ciencia del perdón cristiano. Pero el ideal está claro. Si hemos conseguido el aprobado en esta dura y extraña ciencia, seamos gratos al Señor y continuemos buscando superar nuestra calificación. Sin embargo, no nos desalentemos, si todavía estamos lejos de él. Mantengamos en primer lugar la decisión y la voluntad de aprender esta misteriosa ciencia, a pesar de todos los obstáculos que encontremos. Luego, tratemos de ejercitarnos en el perdonar a otros las pequeñas faltas de respeto o de atención, las bromas pesadas que alguien nos pueda hacer, etc., para ir creciendo y ensanchando nuestra capacidad mediante el ejercicio. Leamos, también, con frecuencia la Biblia, sobre todo estas parábolas de la misericordia, los salmos en los que reluce de modo admirable la misericordia divina, y tantos otros textos en los que aparece la misericordia de Dios en acción. En último término, levantemos nuestra mirada y nuestro corazón hacia Jesucristo, hacia toda su vida desde la encarnación hasta la cruz y la resurrección, para que en el contacto asiduo y orante con la vida, y en el misterio de Jesucristo vayamos asimilando poco a poco, paso a paso, la maravillosa ciencia del perdón cristiano. ¡Difícil ciencia! Todo nuestro ser se rebela ante ciertos casos y situaciones. ¡Maravillosa ciencia! Con el perdón de la ofensa, toda la humanidad en cierto modo se mejora y dignifica, y Dios podrá decir: "Sólo por esto vale la pena haber creado al hombre".

El poder de la intercesión. La intercesión es otro de los nombres del amor. Quien intercede se sitúa como un puente de amor entre el ofensor y la persona ofendida. Ama al ofendido, y por ello comparte su pena, pero tiene la confianza suficiente para suplicarle en favor del ofensor. Ama al ofensor, trata de acercarle al arrepentimiento de lo que ha hecho, e incluso le induce a pedir perdón a la persona ofendida. Y así, mediante la intercesión, se logra la reconciliación y se establece incluso la amistad. La intercesión cristiana no excluye ningún ámbito de la vida: interceder por un familiar ante otro que ha sido ofendido; interceder por un condenado a muerte para que no sea ejecutado; interceder por los presos políticos para que sean liberados, etc. Pero la intercesión cristiana es eminentemente religiosa: interceder ante Dios por los pecadores. Es lo que hace Moisés ante el pecado de los israelitas, como nos narra la primera lectura. Es sobre todo lo que hace Jesucristo, pues toda su vida se puede resumir como una constante intercesión ante el Padre para lograr la redención de la humanidad pecadora. En el catecismo se nos enseña que "la intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús, el único intercesor ante el Padre" (CIC 2634).