XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Hab 1, 2-3; 2,2-4; segunda: 2Tim 1, 6-8. 13-14 Evangelio: Lc 17,

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Parece evidente que el tema dominante en este domingo es la fe, ya que se menciona en las tres lecturas. Al final de la primera leemos: "El justo vive de la fe", frase que será recogida por Pablo y tendrá luego una enorme resonancia en la dogmática cristiana. Jesús en el evangelio se fija en la eficacia de la fe, incluso de la fe pequeña como un grano de mostaza. Finalmente Pablo exhorta a Timoteo a dar testimonio de su fe en Cristo Jesús y a aceptar con fe y con amor el mensaje transmitido por Pablo (Segunda lectura).

MENSAJE DOCTRINAL

Vivir la fe en situación. El creyente, de cualquier época y lugar, no puede dejar de practicar su fe encarnándola en la vida. Fe y vida o se sostienen juntas o juntas se derrumban. Habacuc es un hombre de fe, que ve a su alrededor violencia, opresión, rapiña, discordia (asedio de Jerusalén por parte de los caldeos en el año 597 a. de C.). Ante esta situación odiosa y llena de dolor, ¿cómo reacciona este hombre de fe? Lo hace con dos grandes interrogantes, que llevan la doble y contrastante carga de la confianza en Dios y de la indignación ante el asedio y el mal. "¿Hasta cuándo, Yahvé? ¿Por qué?". ¿No es Dios el rey de los reyes y el señor de los señores? ¿Por qué tanta desgracia, tanta injusticia, tanta destrucción? ¿Por qué no interviene Dios ya, ahora? Preguntas que nacen de una situación, pero que valen para toda persona y para todos los tiempos. A lomos de la historia esos interrogantes se han clavado en el alma de los hombres de todas las latitudes, y en cierta manera, en el alma de todo hombre. Dios no deja sin respuesta las quejas confiadas de Habacuc. Primero le invita a la plena confianza con la que Dios contestará a sus preguntas, aunque no lo haga con la inmediatez con que el profeta lo esperaría: "Dios tiene escrita esa fecha en sus designios". Luego, a mantener una paciencia esperanzada, porque la respuesta "vendrá ciertamente, sin retraso". Finalmente, Dios asegura al profeta que el impío sucumbirá, mientras que el justo vivirá gracias a su fe-fidelidad.

Diversa es la situación de los discípulos que piden a Jesús: "Aumenta nuestra fe", como también la de Timoteo, responsable de la comunidad de Éfeso, que ha de ser el primero en aceptar la fe que Pablo le ha enseñado y dar testimonio de ella, incluso, si es necesario, con el martirio. Los discípulos, que conviven con Jesús, han visto la enorme "fe" de Jesús que hace eficaz su palabra y sus obras (curaciones, milagros). Ante esa fe gigantesca, la suya resulta insignificante y mínima. Por eso, piden que Jesús se la acreciente. La situación de persecución en que vive Timoteo y su comunidad pone a prueba su fe y su fidelidad al Evangelio. De ahí las palabras con que Pablo le exhorta. La dimensión histórica de la fe hay que tenerla en cuenta en el momento presente, como sucedió ya en el pasado. ¿Cómo vivir hoy, en nuestro ambiente, en el mundo actual, la fe de siempre?

Cualidades de la fe. En los textos litúrgicos es posible descubrir algunas de las cualidades que ha de poseer la fe vivida en situación. 1) Una fe basada en una profunda humildad. Después de que Jesucristo en el evangelio ha resaltado la potencia de la fe, pone de manifiesto que esa eficacia proviene de la convicción creyente de la propia pequeñez: "No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer". ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Servir a Dios y hacer su voluntad. 2) Una fe esperanzada. Las tribulaciones, los sufrimientos, las desgracias no podrán disminuir en lo más mínimo nuestra espera y nuestra esperanza en la intervención de Dios. No hay que dudar, porque la acción de Dios llegará. ¿Cuándo? ¿Cómo? Hemos de dejar que Dios responda con plena libertad, con la seguridad de que todo lo hace con justicia y para bien de los que ama. 3) Una fe testimoniada. La fe es un don que Dios nos da, y es una tarea que Dios nos encomienda. Como tarea la hemos de realizar día tras día, en las circunstancias concretas, que a veces pueden ser arduas y difíciles. Una fe humilde, esperanzada y martirial, la necesitamos también los cristianos de hoy, en un ambiente muchas veces carente de fe, incluso hostil a ella.

SUGERENCIAS PASTORALES

¿Hasta cuándo? ¿Por qué? Estas preguntas acechan al hombre en momentos de peligro o de desgracia, tanto personal como colectiva. Sobre todo, cuando el peligro se abalanza sobre personas inocentes. Más todavía, si esas personas inocentes nos son conocidas o queridas. ¿Por qué ese accidente de tráfico en que, sin propia culpa, murieron dos amigos? ¿Por qué ese horrible cáncer, que va consumiendo inexorablemente la vitalidad del esposo o de la esposa? ¿Qué he hecho para que esa hija mía viva sumergida en el abismo de la droga? ¿Hasta cuándo tendré que soportar todos los sufrimientos físicos y morales que me produce este hijo minusválido? ¿Hasta dónde he de ser paciente ante el mal carácter y los malos tratos de mi esposo? ¿Por qué tengo esos dolores que me resultan inaguantables? Interrogantes que, para muchos, quedan en suspenso. Y entonces se toman decisiones equivocadas y tristes. "Es mejor morir a estar sufriendo tanto", y de ahí deriva el suicido o la eutanasia, que es eufemismo de: "Prefiero el divorcio a seguir siendo tratada injustamente", y te divorcias, en lugar de buscar soluciones alternativas mejores, aunque más exigentes, y principalmente más cristianas. "No vale la pena seguir creyendo. ¿Para qué?", y te rebelas contra Dios, y abandonas tu fe y tu práctica cristiana, porque Dios no se acomoda a tus gustos ni se deja manipular por tu voluntad.

Pero también hay muchos, cristianos y no cristianos, que escuchan en su conciencia una respuesta. La respuesta del humanismo, que ve en la aceptación resignada del sufrimiento y de la desgracia un camino áspero, a veces heróico, siempre noble, de humanización y elevación moral.

Está la respuesta cristiana, que eleva el dolor, la prueba, la angustia a un rango superior de redención, porque todo eso constituye la propia cruz, que se funde misteriosamente con la cruz salvadora de Jesucristo. ¿Cuál es tu respuesta personal e intransferible a tales interrogantes, que tarde o temprano todos nos planteamos?

La fe continúa haciendo milagros. Hay "pequeños milagros", ignorados, conocidos sólo por Dios, que se dan en la vida diaria de muchos cristianos, de tus vecinos, de los fieles de tu parroquia. El milagro del "perdón" sincero y franco. El milagro del "servicio" constante, abnegado, desinteresado, motivado únicamente por el amor cristiano. El milagro de la "consagración" al Dios de la belleza admirada por muchos, de la cuenta millonaria en el banco, de la libertad para hacer únicamente lo que Dios quiere. El milagro de la "fidelidad" a la palabra dada al momento de recibir el sacramento del matrimonio o del orden sacerdotal. El milagro de la "conversión" ante el testimonio de una persona amiga o ante una experiencia fuerte en una iglesia o en un santuario. Existen también hoy los "grandes milagros". Esos milagros que Dios sigue realizando por intercesión de sus santos, hoy igual que en el pasado, y que son requeridos para que un cristiano pueda ser beatificado o canonizado. Se dan igualmente "grandes milagros", que Dios hace por mediación de personas vivas, santas, y que no son públicos, porque la santidad es siempre discreta y a Dios le agrada más que esas gracias especiales queden dentro del círculo de los íntimos. Los pequeños y grandes milagros son todavía signos con los que Dios sacude nuestra conciencia, nos interpela, y desea seguir ofreciéndonos su salvación.