XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Sab 11, 22- 12, 2; segunda: 2Ts 1, 11 - 2, 2 Evangelio: Lc 19, 1-10

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El amor de Dios embarga cada página de la Biblia y de la liturgia cristiana. En los textos del presente domingo resaltan de modo especial. El amor de Dios a todas las criaturas, porque todas tienen en el amor de Dios su razón de ser (Primera lectura). El amor de Dios por todos los hombres, sin distinción alguna, porque todos son sus hijos (Evangelio). El amor de Dios hacia los cristianos, "para que el nombre de Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo" (Segunda lectura).

MENSAJE DOCTRINAL

La aventura del amor divino. Desde el momento mismo en que Dios inició su obra creadora, dio comienzo para él la aventura del amor. La aventura maravillosa de ser correspondido en el amor. Pero también la aventura del riesgo del amor, del rechazo del amor, de la incomprensión del amor, del rostro doloroso del amor. "Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, pues si algo odiases, no lo habrías creado", dice la Sabiduría. Pero, ¿no da la impresión de que los cataclismos y las catástrofes naturales de nuestro planeta se rebelan contra el gobierno soberano del amor? "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abrahám", dice Jesús en el evangelio. Pero, y las demás "casas" de publicanos, ¿aceptarán el amor? Y las demás casas de los ricos, ¿se convertirán, como Zaqueo y su casa, al amor de Dios? Dios nos ha llamado a la vocación cristiana, para ser glorificado en nuestras vidas; pero, ¿realmente nuestras vidas son la gloria del amor? El amor de Dios, en su aventura histórica, en cierto modo está sometido a la gran ley, creada por Dios y que él respeta, del libre albedrío. Y así será hasta el final de los tiempos. Esos tiempos últimos, cuyo final nos resulta totalmente desconocido, y que hacemos bien si lo dejamos confiadamente en el sagrario del corazón de Dios, que siempre quiere lo mejor para sus hijos. No queramos escrutar ansiosamente el misterio que se nos escapa y sobrepasa nuestras capacidades de conocimiento. ¡Vigilantes, sí, pero serenos! Entonces sí, tras el telón final de la historia, la aventura del amor de Dios habrá terminado. El amor de Dios será entronizado en los cielos y los hombres adorarán eternamente la triple faz del Amor.

Un amor sin fronteras. Así es el amor de Dios. No tiene la frontera del tiempo, porque Él ama en el tiempo y antes del tiempo y más allá del tiempo. No tiene la frontera del espacio, porque Él ha creado el espacio y lo ha llenado con obras surgidas únicamente de su amor: el cielo, la tierra y cuanto en ellos habitan (Primera lectura). No está limitado por la frontera de la edad, de la condición social o económica, del estado de vida de los hombres, porque lo que más cuenta para Dios es que todos son imagen suya y a todos los ama como a hijos. Dios no ama al ciego de Jericó porque es pobre (Lc 18, 35-43) ni a Zaqueo porque es rico, sino porque ambos son sus hijos. Para Dios no cuentan esas barreras que tanto cuentan no pocas veces para los hombres. Dios no ama por "méritos", sino en total libertad. Tampoco está coartado Dios en su amor por la barrera del pecado. Los hombres somos pecadores, Zaqueo es un pecador público. Eso no importa. El pecado no es por así decir una derrota del amor, sino ocasión para que el amor de Dios se manifieste con nuevo resplandor. ¿Y acaso podrán ser nuestras preocupaciones, nuestros temores, nuestros pensamientos sobre la "inminencia" del "fin de la historia" una muralla infranqueable del amor de Dios? Deus semper maior. Dios está por encima de todos los límites que los hombres podamos poner a su amor. También Dios es más grande y está más allá de la muerte, ese monstruo en cuyo territorio parece que ni siquiera el amor de Dios tiene acceso. Dios es "amigo de la vida" (Primera lectura) o, en una traducción quizá más fiel, "autor de la vida". A Él la muerte no le infunde temor como a nosotros, pobres mortales, pasa su barrera y la destruye, para que los hombres, sus hijos, vivan para siempre. Realmente, para Dios la frontera del amor es el amor sin frontera.

SUGERENCIAS PASTORALES

Ojos para amar. La realidad se mira de modo muy diverso cuando se tienen ojos para el amor o cuando no se tienen. ¡Ojos para amar a Dios en la grandeza y el esplendor del firmamento! Puedo contemplar una estrella en una noche de primavera con el ojo escrutador del científico que indaga sobre su distancia de la tierra, los años que tiene o el material de que está compuesta. Y puedo contemplarla con el ojo simple de quien descubre en ella un reflejo de la belleza de Dios, un regalo de Dios en esa encantadora noche primaveral. ¡Ojos para ver el amor de Dios en el poder y belleza de la naturaleza! Esa naturaleza que revive después del invierno y que resucita. Esa naturaleza mediante la cual Dios recuerda al hombre la ley de la renovación permanente y le reclama su vocación a la resurrección con Cristo glorioso. ¡Ojos para admirar el amor de Dios como se muestra en el hombre y en las obras magníficas de su pensamiento! Es distinto considerar la inteligencia del hombre como fruto de la casualidad evolutiva a ver en ella la obra más preciosa y sublime del amor creador de Dios. Es muy diverso el trato que daré a un hombre si me quedo solamente en que es un cuadrúpedo inteligente o si, traspasando con la mirada el ámbito corporal, lo veo como un hijo de Dios, nacido para una eternidad feliz en el amor. Los hombres solemos tener ojos para el mal, para la crítica, para la basura del mundo. Está bien, pero tenemos que mirar todo eso con ojos de amor, con los mismos ojos con que Dios lo ve. Y sobre todo tenemos que abrir de par en par nuestra mirada para el bien, para la verdad, la belleza y la santidad que hay en el mundo. En definitiva, tener ojos para el amor es tener ojos para Dios, es tener los ojos de Dios.

La creatividad del amor. Que el amor sea creativo, pienso que nadie lo pone en duda. Ya conocemos la creatividad del amor de Dios: la Sagrada Escritura, la Iglesia como institución del amor redentor, la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, o la perfección del cerebro humano, y la inmensidad del cosmos y sus galaxias, por poner algunos ejemplos. Quiero detenerme, sin embargo, en la creatividad del amor humano y cristiano, esa creatividad que es la nuestra, y en la que debemos actuar día tras día, para mostrar que somos cristianos de verdad. ¿Quién ignora la potencia "creativa" de una caricia al esposo, al hijo, a la madre, a la novia? ¿Quién no ha podido constatar alguna vez la creatividad de una palabra, de una mirada, de un abrazo? Buscar cada día creatividad en el amor dentro de la familia. ¡Pequeñas cosas del amor, no importa, pero nuevas, inesperadas, sorprendentes! Buscar la creatividad en el amor para servir mejor a los demás, como empleado en una oficina, como párroco, como enfermera en un hospital, como asistente social en una residencia de ancianos, como maestro en una escuela o profesor en una universidad, etc. Y sobre todo buscar la creatividad en nuestro amor a Dios. Creativos cuando hablamos con Dios para decirle lo mismo, pero con lenguaje y música diversos. Creativos en multiplicar lo más posible las obras del amor, las maneras de expresar el amor. Creativos para pensar y formular el amor de Dios y comunicarlo creativamente a los hombres. Creativos para hablar a Dios y para hablar de Dios. ¡Creatividad! ¡Creatividad en el amor! ¿Acaso no es el amor por su misma naturaleza creativo? Si por una casualidad el amor dejara de ser creativo, sería aburrimiento, rutina, hastío. Dejaría de ser amor. ¿Qué hacer para ejercitar diariamente la creatividad del amor?