XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: 2Mac 7, 1-2.9-14; segunda: 2Tes 2, 16 - 3,5 Evangelio: Lc 20,

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

¿Cuál y cómo es el destino último del hombre? A esta inquietante pregunta trata de responder la liturgia de este domingo. Jesús nos enseña que el destino es la vida, pero que esa vida en el más allá no se iguala a la vida terrena (Evangelio). El martirio de la madre y de sus siete hijos en tiempo de la guerra macabea ofrece al autor sagrado la ocasión para proclamar vigorosamente la fe en la resurrección para la vida (Primera lectura). Pablo pide oraciones a los tesalonicenses para que "la palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria" (Segunda lectura), una palabra que incluye la suerte final de los hombres ante el Juez supremo, que es Dios.

MENSAJE DOCTRINAL

Misterio y realidad. Conviene afirmar siempre que el destino final del hombre no es claro como un teorema matemático ni cognoscible como la composición química del agua. Jesús, en su razonamiento con los saduceos, sostiene que es un misterio y por eso no acude al raciocinio, sino a la revelación. "El Dios de Abrahám, de Isaac y de Jacob es un Dios de vivos, no de muertos". La historia de la salvación nos ayuda a comprender que, siendo misterio, no ha sido objeto de un conocimiento natural o de una revelación inmediata. Más bien, ha habido un proceso largo y pedagógico de revelación desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo. Los saduceos exageran tanto el carácter misterioso de la resurrección, que simplemente la niegan. Es tal vez una solución fácil, pero impropia del hombre que es un eterno buscador de la verdad. Procurar entrar en el misterio, sin destruirlo, ahí está la grandeza del ser humano sobre la tierra. Pero la resurrección no sólo es misterio, es también realidad. Una realidad que no es perceptible con los ojos de la carne, sino únicamente con los ojos de la fe. Ya Horacio había llegado a formular, con su sola razón, la creencia en la inmortalidad: Non omnis moriar (no he de morir totalmente). Los cristianos podemos formular nuestra fe en la resurrección: Omnis vivam (viviré todo entero), en cuerpo y alma, en toda mi realidad psicofísica. Evidentemente no se tiene que resaltar tanto la resurrección corporal que llegue a imaginarse la vida terrena en su grado máximo de perfección. "No pueden ya morir, porque son como ángeles" (Evangelio). El hombre será transformado y, sin dejar de ser hombre, experimentará y vivirá su humanidad de un modo adecuado a un mundo infinito y eterno. El destino del hombre no es sino una realidad misteriosa y un misterio empapado de realidad. Separar el misterio de la realidad o la realidad del misterio conduce a distorsionar la verdad de la fe en la resurrección de los muertos.

Martirio y vida. El martirio, incluso para los no creyentes, tiene un poder seductor muy notable. Un mártir por su fe no es sólo gloria de su religión, sino de la entera humanidad. Es un héroe y, si es cristiano, es además un santo, un héroe de la gracia y un evangelizador, porque transmite la fe cristiana con la ofrenda de su vida. La madre y los siete hijos de los que nos habla la primera lectura han sido para los judíos y para los cristianos un ejemplo permanente de fortaleza espiritual y de fe en la resurrección. "El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna", así formula su fe el segundo de los hermanos. El martirio de tantos cientos de miles de cristianos a lo largo de 21 siglos es el signo de credibilidad más fehaciente de la resurrección de los muertos. Un martirio que radica en el gran Martirio de Jesucristo en la cruz para redimirnos del pecado y alcanzarnos la vida eterna. La "corta pena" del sufrimiento se trueca en "vida perenne" y sin fin (Primera lectura). Junto al martirio de sangre está el martirio de la vida, el testimonio diario de la fe que da sustancia y peso a la última verdad del Credo: "Creo en la resurrección de los muertos y en la vida futura". Porque en verdad mártir es quien prefiere al Dios de la vida sobre el amor de la vida, quien está dispuesto a cerrar la puerta de la vida por fidelidad a Dios y a abrir el cancel del Paraíso para estar siempre con el Señor. Ésta es la Palabra del Señor que debemos anunciar y que hemos de propagar por todas partes. En un mundo no poco secularizado y bastante miope para las cosas de la fe, es muy necesario que los cristianos sellemos nuestra fidelidad a la vida, en esta tierra en que estamos y en la eternidad, con una vida de fidelidad.

SUGERENCIAS PASTORALES

Continuidad, no igualdad. Nuestra fe nos dice que el ser humano resucitará en su integridad. Hay, por tanto, una continuidad innegable entre el hombre histórico, que muere y vuelve al polvo, y el hombre resucitado. No resucitará una "entelequia" humana, sino el hombre y la mujer que ha pisado esta tierra, que ha amado, que ha hecho el bien, que ha procreado y educado a sus hijos, que ha trabajado para poder vivir, que ha muerto besando un crucifijo o rezando el rosario. Si alguien pusiese en duda o negase esta continuidad, ¿en qué consistiría entonces la resurrección de los muertos? ¿No sería tal expresión un simple flatus vocis, un sonido sin sentido? Al mismo tiempo nuestra fe nos dice que la continuidad no equivale a igualdad. Nuestro polvo revivirá, pero trascendido. Seremos íntegramente hombres, pero nuestra vida no estará ya sometida a la condición histórica. En la eternidad ni se trabaja, ni se come, ni se procrea ni se muere. "Serán como los ángeles" (Evangelio). Resucitaremos idénticos, pero diversos en razón de la misma diversidad del mundo en el que se entra y en el que se vivirá para siempre. El hombre entero vivirá en la condición de los ángeles, porque su misma dimensión corpórea quedará penetrada y transformada por la dimensión espiritual, y principalmente por el Espíritu de Dios. Todo esto es importante para la catequesis, la predicación, y el acompañamiento espiritual. No está mal que a los niños se les hable del cielo en lenguaje imaginativo y sensorial. Creo que hay que ir elevándolos gradualmente de una concepción sensorial a una concepción cada vez más espiritual de la vida eterna. Efectivamente, querer plantar la tierra en el cielo ha sido siempre una gran tentación del hombre. ¿No sucede a veces que hay personas de 50 y 60 años cuya concepción del cielo sigue siendo la de la infancia? ¿No será ésta una, entre otras causas, por las cuales está en crisis la fe en la resurrección de los muertos y en la vida futura?

Un mensaje de esperanza. Si razonamos con fe, no cabe duda de que la resurrección de los muertos es un mensaje de esperanza. Para el creyente, el tesoro más precioso no es la vida que se tiene, sino la que se espera. La vida actual es preciosísima. ¿Cómo no va a serlo, si en ella el hombre se juega toda la eternidad? La esperanza cristiana no nos hace vivir ajenos a la realidad del mundo ni de la historia, sino enteramente entregados a hacer historia: historia de salvación. Construir la historia no es tarea de los no creyentes, es todavía con mayor razón tarea de quien cree en el Señor de la historia y en la marcha de la historia a su desembocadura final. Sí, como cristiano, espero que Dios abrirá las puertas de la eternidad a mi mente, a mi corazón, a mi cuerpo, a mi vida. Porque la esperanza cristiana en la resurrección es mensaje de vida en plenitud, de presencia viva ante el mismo Dios vivo. Es vivir sin reloj ni cronología, estando siempre con el Señor, como sumergidos en el océano mismo de la Vida. El mensaje cristiano es un mensaje de esperanza, porque anuncia el triunfo de la vida sobre el tiempo y sobre el mal, el triunfo de Dios sobre todos sus enemigos, el último del cual es la muerte. Este mensaje no se lo ha inventado la Iglesia, proviene del Dios "que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa" (Segunda lectura). ¡Vale la pena testimoniar con palabras y obras este mensaje de esperanza!