XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Mal 3, 19-20 (4,1-2); segunda: 2Tes 3, 7-12 Evangelio: Lc 21, 5-

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El presente y el futuro son dos categorías que descuellan de alguna manera en este penúltimo domingo del ciclo litúrgico. Los "arrogantes y malvados" del presente serán arrancados de raíz el Día de Yahvé, mientras que los "adeptos a mi Nombre" serán iluminados por el sol de justicia (Primera lectura). Las tribulaciones y las desgracias del presente no deben perturbar la paz de los cristianos, porque, mediante su perseverancia en la fe, recibirán la salvación futura (Evangelio). San Pablo invita a los tesalonicenses a imitarle en su dedicación al trabajo, aquí en la tierra, para recibir luego en el mundo futuro la corona que no se marchita (Segunda lectura).

MENSAJE DOCTRINAL

Ciudadanos de dos mundos. Todo hombre, quiera o no, está inscrito en el registro de dos mundos diversos. Uno es el mundo presente, la tierra que pisamos y el aire que respiramos, un mundo pasajero, sellado por el límite y la caducidad. El otro mundo es el mundo en el que reinan las palabras: siempre e infinitud, el mundo futuro al que el hombre y la historia se encaminan. Lo interesante es que estos dos mundos se suceden cronológicamente, pero sobre todo se entrecruzan y entrelazan en la vida de los hombres. Ninguno de ellos nos es ajeno, en ninguno vivimos como si el otro no existiera. En el mundo presente no podemos dejar de pensar en el futuro, y en el mundo futuro no se podrá olvidar el presente. Las vicisitudes de la historia, sus conflictos y sus penas nos remiten casi inexorablemente hacia el futuro. La dicha y la plenitud del mundo futuro solicitarán nuestro interés porque todos los hombres de este mundo puedan alcanzarla. Como ciudadanos del presente hemos de estar ocupados y dedicados en la tarea del progreso, de la justicia, del avance en humanismo y solidaridad, y en el crecimiento de los valores. Como ciudadanos del futuro tenemos que preocuparnos por la instauración del Reino de Cristo y por la santidad de los cristianos. El presente en que vivimos es tarea de elección y de renuncia, el futuro será tiempo de posesión y de gozo. El presente es tiempo de ideales y de realizaciones, el futuro será de encuentro y de intimidad. El presente es tiempo de constancia en la lucha, el futuro será de descanso en la paz. El presente es tiempo de esperanza en la fe y en el amor, el futuro será de triunfo pleno del amor perfecto. Dos mundo distintos, pero no distantes, sino unidos en el corazón del hombre. Dos mundos en los que el cristiano ha de vivir a tope, haciendo honor a su nombre.

La luz de la justicia. En este mundo no siempre brilla con todo su esplendor la luz de la justicia. Hay también mucha tiniebla de injusticia. Y por eso al hombre honrado y bueno le acecha la tentación de decir: "¡Es inútil servir a Dios! ¿Qué ganamos con guardar sus mandamientos?" (Primera lectura). Tal vez llegan a nuestros oídos voces de falsos profetas que gritan: "¡Yo soy!" o que predicen con presunción: "El tiempo está por llegar" (Evangelio). Y llegan a preocuparnos esas voces y crean en los cristianos algo de perplejidad. Oscurecidos sobre el futuro, había también entre los cristianos de Tesalónica algunos que "no trabajaban y se metían en todo" (Segunda lectura). Evidentemente creaban confusión y perturbaban la vida y la paz de la comunidad. Esa tiniebla de injusticia no es propia sólo del tiempo del Antiguo o del Nuevo Testamento, sigue actualísima en nuestro tiempo. ¿No hay acaso mucha gente convencida del triunfo del mal sobre el bien? ¿No hay quienes atemorizan a la gente, sobre todo sencilla y sin mucha cultura, hablando de revelaciones recibidas sobre el fin del mundo y su pronta venida? ¿No abundan falsos profetas y doctores, que merodean aquí y allá enseñando doctrinas erróneas? La revelación de Dios, recogida en los textos litúrgicos de este domingo, nos recuerda: "Dios hará brillar la luz de la justicia". Esa luz puede ser que ya comience a brillar en este mundo, pero ciertamente el sol de justicia irradiará sus rayos de luz en el mundo futuro. El cristiano, por tanto, en medio de las injusticias y de las persecuciones, ha de mantenerse tranquilo, paciente y con gran paz, porque Dios intervendrá a su tiempo. "Con vuestra perseverancia, nos dice Jesucristo en el evangelio, salvaréis vuestras almas".

SUGERENCIAS PASTORALES

El tiempo de la Iglesia. Entre Pentecostés y el final de la historia está el tiempo de la Iglesia. Esta Iglesia que tiene ya 21 siglos de historia, que vive el presente tratando de ser fiel a su Fundador, y que mira al futuro con esperanza. Jesucristo a esta Iglesia no le ha ahorrado tribulaciones. Pero tampoco ha sido parco con Ella en consolaciones. En su historia pasada y presente vemos una innumerable fila de hombres y mujeres fieles a su Señor, y juntamente defecciones, falsos maestros, apostasía, traición. A lo largo de los siglos, en muchos lugares donde no había paz, los cristianos santos han sembrado paz y concordia entre los hombres. Pero también ha habido cristianos, en esos mismos siglos, que han esparcido discordia, guerra, revolución, desavenencias en la familia, en los grupos humanos, entre las naciones. Ha habido en la larga historia del cristianismo reyes y gobernantes cristianos, sumamente santos y que han hecho tanto bien. A su lado, ha habido igualmente y continúa habiendo reyes y gobernantes que han perseguido a sus hermanos en la fe por motivos políticos o por intereses ideológicos. En la historia están también los enemigos de Dios y de su Iglesia. Recordemos a los emperadores que durante tres siglos, con mayor o menos intensidad, persiguieron el cristianismo como religio illicita y consideraban a los cristianos como ateos porque no adoraban a los dioses del Imperio. Pensemos en los tormentos que sufrieron los hijos de la Iglesia en Japón y en China, por considerar el cristianismo como extranjero y como ajeno completamente a las propia tradiciones religiosas. ¿Y qué decir de la brutal persecución y hostigamiento del comunismo hacia los cristianos allí donde el socialismo real fue o continúa siendo una triste y horrenda pesadilla de la humanidad en su historia? El tiempo de la Iglesia ha sido y continuará siendo así hasta el final: tiempo de tribulación, y tiempo de consolación y paz. ¡Esta es la Iglesia en que vivimos, a la que amamos, y en la que trabajamos por el Reino de Dios!

Vivir el presente desde el futuro. Frecuentemente se piensa que hay que vivir el presente con un ojo en el pasado, para aprender del mismo, puesto que "la historia es maestra de la vida". No niego que esto sea verdad. Quiero señalar, sin embargo, un aspecto propio de nuestra fe cristiana. Hay que vivir el presente como quien ya hubiera recorrido el camino de la vida y se hallara en el mundo futuro. Está claro que las perspectivas y el modo de vivir el presente serían muy diversos. Esto vale en la vida del hombre: si fuera posible vivir los veinte años desde la perspectiva de los sesenta, sin duda alguna se vivirían de distinta manera. Con mayor razón vale cuando hipotéticamente nos colocamos en el más allá. Preguntémonos: Desde la eternidad, ¿cómo hubiese querido vivir el día de hoy, esta situación familiar, este momento personal de crisis, esta relación afectiva, este ambiente en el trabajo? Ese futuro crea una distancia entre nosotros y nuestro presente, y al crear distancia nos permite ver las cosas con mayor paz y objetividad. Ese futuro nos mete en el mundo de Dios y de esta manera nos otorga el poder de pensar en las diversas situaciones del presente y de la vida con el mismo modo de pensar de Dios. Desde el futuro conocemos mejor y sabemos aplicar con mayor exactitud y coherencia al presente la regla de nuestra fe y la medida de nuestra conducta. No hay que caer en la utopía, pero una chispa de futuro en nuestro presente es suficiente para encender el ama con nuevo ardor y entusiasmo.