Epifanía

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Is 60, 1-6; segunda: Ef 3,2-3a.5-6 Evangelio: Mt. 2, 1-12

NEXO entre las LECTURAS

Los textos de hoy convergen en el tema del universalismo cristiano. Un universalismo que Mateo halla representado por los magos (el mundo pagano), venidos del Oriente para adorar al Niño (Evangelio). En ellos ve cumplida la profecía de Isaías, según la cual "a tu luz caminarán los pueblos...todos" (Primera lectura). San Pablo, con su mirada penetrante de fe, se eleva hasta el misterio de Dios, anteriormente oculto y ahora revelado: "Todos los pueblos comparten la misma herencia, y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio" (Segunda lectura). 

MENSAJE DOCTRINAL

Si se cree que Cristo es Dios, fácilmente se acepta que sea universal como el mismo Dios, y que los pueblos tienen en él su unidad, su herencia y su sentido. Por eso, Pablo no duda en hablar de "un misterio", algo inaccesible al pensamiento y al esfuerzo intelectual del hombre; algo que sólo Dios puede, en amor y libertad, desvelar a los hombres. Isaías había intuido algo de este misterio, cuando ve a los pueblos y a los reyes acudir a Jerusalén para alabar y rendir culto a Yavéh, Señor de las naciones. El evangelista Mateo ha meditado, con la comunidad cristiana, en los primeros acontecimientos de la vida de Jesucristo, y lo ha hecho a partir del Antiguo Testamento, en donde se hallan las profecías que han de ser cumplidas por el Mesías. La profecía de Is 60,1-6 (primera lectura) la ve cumplida en el episodio de la llegada de unos magos a Jerusalén, preguntando por el Mesías recién nacido. Con el cumpli-miento de la profecía, la revelación de Dios lleva a cabo varias novedades de enorme importancia:

1. El centro de las naciones no es una ciudad (Jerusalén), sino una persona: Jesús, el Mesías y Señor, nacido en Belén de Judá, para cumplir las Escrituras.

2. La marcha de los pueblos hacia Cristo no será sólo de los judíos que moraban en la diáspora, como parece ser en la profecía de Isaías, sino de todos: judíos y paganos.

3. Los pueblos no afluirán a Jerusalén para rendir culto a Yavéh en el templo, sino a Belén para adorar a un niño en brazos de su madre María.

Se trata, por tanto, de un universalismo que abraza a todos los pueblos, razas y religiones, centrado en la persona de Jesucristo, y que no tiene que ver directamente con la unicidad de culto, como en el judaísmo. Por tanto, el centro de unión de todos los pueblos y naciones es, en el designio divino, la fe en Jesucristo. En el camino hacia esta fe se dan situaciones diversificadas, pero para el cristiano es irrenunciable el misterio de Cristo, centro del hombre y de la historia. 

SUGERENCIAS PASTORALES

En los países de Europa, como en los del continente americano en su gran mayoría, cada vez es más patente la presencia de una sociedad multiracial, multinacional y multireligiosa. En el continente africano esta multiplicidad de pueblos, razas, etnias y religiones no es un fenómeno nuevo, sino constante al menos en el siglo XX. En el continente asiático y en Oceanía, la situación general es sumamente variada, pero existe una propensión clara a identificar religión y raza, religión y nación, religión y cultura. Este fenómeno, en ciertos países o en algunas diócesis y parroquias, se vive quizá con gran intensidad, y crea en los fieles problemas de confusión e incluso de turbación y conflicto. En este contexto se inserta, en la fiesta de la Epifanía, la catequesis sobre el universalismo cristiano. Conviene que la catequesis deje claros los puntos esenciales e infunda en los fieles claridad de ideas, y actitudes de serenidad, comprensión, prudencia, diálogo y sobre todo caridad, esencia de la fe cristiana. A modo de ejemplo, ofrezco algunas sugerencias sencillas:

1. El universalismo cristiano no es negociable ni se puede renunciar a él sin más, por pertenecer a la esencia de nuestra fe. Sin embargo, la propuesta de este universalismo puede ser progresiva, teniendo en cuenta a cada uno de los interlocutores. Este universalismo no es obra de la razón y, por tanto, la razón tampoco tiene la llave para entrar en el recinto de esta verdad de fe. Por ser obra de la fe, no se impone ni con la fuerza ni con presiones de cualquier índole, se propone más bien a la libertad del interlocutor, en un clima de amor y de amistad o, al menos, de mutuo y maduro respeto.

2. Como cristianos no podemos ni debemos callar, ni de palabra ni con las obras de caridad, nuestra fe, sin que cuente el lugar y de las circunstancias en que se desarrolle nuestra vida. La prudencia nos indicará el cuándo y el cómo. La serenidad y la comprensión nos llevarán a hacerlo sin gestos llamativos, sino con amabilidad y sinceridad. Gracias a la caridad, lo haremos con amor a las personas y profundo anhelo de verdad.

3. En la práctica, puede ayudar una actitud positiva de apertura y de colaboración en campos como el social, educativo, administrativo, deportivo, cultural... Esta colaboración, cuando el cristiano es coherente con su fe, hace surgir interrogantes que pueden abrir la mente y el corazón al misterio cristiano.