V Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Ez 37,12-14; segunda: Rom 8,8-11 Evangelio: Jn. 11, 1-45

NEXO entre las LECTURAS

Todo parece hablar, en la liturgia de hoy, de resurrección y vida, por obra de la fe y del Espíritu de Dios, como preparación al misterio de la Pascua. En la grandiosa visión de Ezequiel, éste oyó una voz que le decía: 'Infundiré en vosotros mi espíritu, y viviréis". "El mismo Espíritu divino, que resucitó a Jesús de entre los muertos, hará revivir vuestros cuerpos mortales", así san Pablo en la carta a los Romanos. Y en el evangelio según san Juan, Jesús dirá a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida", para darle la certeza de que su hermano Lázaro volverá al mundo de los vivos. 

MENSAJE DOCTRINAL

El Dios del judaísmo y del cristianismo es un Dios de vida, es el Señor de la vida. Es el viviente, Dios de vivos, que no de muertos. Y la gloria de Dios, como dice san Ireneo, es que el hombre viva, en plenitud e integridad. Para lograrlo, Dios recurre a todos los medios, con una paciencia y fidelidad inagotables, como se refleja en la larga historia de las relaciones de Dios con su pueblo Israel, una de cuyas etapas corresponde al destierro en Babilonia, tras la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén. En el destierro de Babilonia el pueblo languidece, muere, y sobre todo muere su esperanza en el porvenir; para esta situación encuentra Ezequiel un símbolo en los huesos secos, descarnados, muertos. Dios, por medio del profeta le revela al pueblo que lo sacará del sepulcro en que ahora se encuentra y lo hará vivir de nuevo, haciéndole volver al país de la vida, a la tierra prometida.

El símbolo de Ezequiel se hace realidad en el caso de Lázaro. Éste es un hombre de carne y hueso, que vive en Betania con sus hermanas Marta y María. Ha enfermado...y ha muerto. Cuando llega Jesús a Betania, ya hace cuatro días que yace en el sepulcro, tiempo que en la mentalidad judía sellaba el plazo definitivo y seguro de la muerte. Pero Jesús es la vida, y a la vez ama a Lázaro con corazón de verdadero amigo. ¿Qué hará Jesús? Irá al sepulcro, gritará con fuerza: "¡Lázaro, sal fuera!", y éste de nuevo volverá a estar entre los vivos. Claro que Lázaro, por su parte, remite a otra realidad superior: la muerte y resurrección de Jesucristo, que celebraremos en dos semanas, y la nueva vida que Cristo resucitado aporta al hombre, en toda su realidad corpórea y espiritual, por obra del Espíritu.

Se da, pues, un proceso ascendente en el concepto de resurrección y vida: primeramente es símbolo de liberación y de participación en una vida alegre y feliz en la tierra que Dios dio "a los padres". Luego es paso real e histórico de la muerte a la vida, pero de una vida que terminará de nuevo en la muerte y en el sepulcro. Ese paso de la muerte a la vida adopta una forma real de plenitud insuperable y de novedad desconcertante en Cristo, que muriendo vencerá a la muerte y recobrará la vida para siempre. Finalmente, el cristiano participa por gracia, mediante el Espíritu, de la vida resucitada de Cristo, ya en este mundo, y participará de la misma en la eternidad de Dios. Por eso, para el cristiano la muerte es un tránsito a un modo nuevo de vivir, que nos impresiona porque nos resulta "desconocido", por más que sepamos que es un "vivir para Dios". 

SUGERENCIAS PASTORALES

En el período de cuaresma los temas predominantes de la catequesis litúrgica suelen ser penitencia, oración, vigilancia, ayuno, etc. La liturgia de hoy cambia de registro para hacernos pensar anticipadamente en el misterio de Cristo resucitado y llenar nuestro corazón de alegría. La alegría de quien se despoja del hombre viejo y comienza a vivir como hombre nuevo, bajo el imperativo del amor, de la verdad, y de la entrega a los hermanos. Este domingo es como un alto en el camino, en el que Jesús nos enseña: Dios es vida, la realidad más palpitante del cristianismo es la vida que Dios nos comunica, como se la comunicó al pueblo de Israel, y a Lázaro de Betania. Y con la vida, la participación en la alegría, en la exultación de júbilo por la vida de Dios en nosotros, es decir, su amor, su misericordia, su ternura. Todo esto es obra del Espíritu de Dios en nosotros: los cristianos hemos de ser muy conscientes de que el Espíritu es el que da la vida, y el que la sostiene y vigoriza día tras día. ¿Qué conciencia hay, entre los fieles de tu parroquia, de esta presencia eficaz del Espíritu en la vida de cada cristiano y en el corazón mismo de la Iglesia?

Quizá en ciertos ambientes o comunidades parroquiales se halla una visión alicaída y desencantada de la vida cristiana en la parroquia, en la diócesis, entre la juventud actual, en los grupos parroquiales, en los movimientos eclesiales presentes en la parroquia o en la diócesis... Una visión concentrada por así decir en ver dificultades, tensiones, fallos, debilidades humanas, limitaciones en la acción parroquial, deficiencias religiosas y morales, etc. Hoy Cristo nos dice a todos: "Yo soy la resurrección y la vida". Fíjate en la vida, en todo lo bueno, en los frutos que la fe cristiana está produciendo en tantas personas, entre tantos fieles cristianos. Fíjate en la "resurrección", en la transformación que Cristo opera en algunas personas, que tú conoces. Fíjate en tantas personas que oran, que viven gozosamente su cristianismo, que viven con rostros de resucitado, incluso en medio del sufrimiento. Trabaja, lucha, junto con tantos otros hermanos en la fe, para que aumente la vida cristiana en tu parroquia, en tu medio ambiente. ¡Cuánto bien se puede hacer con una mirada limpia y viva, con una palabra de aliento, con un buen ejemplo de oración, de optimismo, de amor a Dios y al prójimo!