Solemnidad: La Asunción de la Virgen María
San Lucas 1, 39-56

Autor: Padre Antonio Izquierdo  L.C

 

 

Primera: Ap 11, 19; 12, 1-6a.10ab; segunda: 1Cor 15, 20-26; Evangelio: Lc 1, 39-56

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El concepto de "relación" puede servirnos para establecer un lazo de unión entre los textos de la fiesta de la Asunción. La relación de María con Dios Padre la encontramos en el texto evangélico: "Ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso". En la primera carta a los corintios (primera lectura) podemos vislumbrar la relación de María con su hijo, Jesucristo resucitado, "primicia de los que han muerto". La primera lectura nos permite establecer una relación de María con la Iglesia, "mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza".

 MENSAJE DOCTRINAL 

María y el Padre. María en el Magnificat reconoce que el Todopoderoso ha hecho obras grandes en ella. ¿Cuáles son esas obras grandes? Primeramente, la plenitud de gracia con que ha sido concebida y que la ha acompañado a lo largo de su existencia terrena. Luego, el misterio de la maternidad divina, maravilloso gesto de amor del Padre a María y a la humanidad entera. Finalmente, Dios ha hecho de María el arca de la nueva alianza que, con Dios en su seno, es causa de bendición para Juan Bautista y sus padres (cf paralelismo con 2Sam c.6). Las cosas grandes de Dios en María no terminan con el nacimiento de Jesús; Dios sigue actuando con su grandeza en el alma y en la vida de María, y la última de esas grandes obras de Dios en ella será precisamente la asunción en cuerpo y alma a la gloria celestial. María es la poseída por la gracia en el cuerpo y en el alma, la inmaculada, en la que nada hay corruptible, porque todo en su persona es gracia, puro don de Dios. ¿Podría Dios Padre dejar incompleta la obra maravillosa de gracia, operada en María, durante su vida terrena?

María y su Hijo, Jesucristo. El misterio de la resurrección de Jesucristo y de su consiguiente glorificación es impensable sin la realidad de un cuerpo, como el nuestro, que ha sido amorosamente formado en el seno de María. El Verbo se hizo carne de María y en María. La santísima Virgen puede decir de Jesús: "Es carne de mi carne". Si esa carne santísima ha sido glorificada por la resurrección de Jesucristo, ¿dudará el Hijo de glorificar también la carne de su Madre, esa carne bendita que fue a la vez arca y alimento? Cristo resucitado es la primicia de entre los muertos; en el templo de Jerusalén, la fiesta de las primicias preanunciaba la abundante cosecha; ahora, Cristo glorioso preanuncia la glorificación de todos los creyentes. Una glorificación que tendrá lugar "en su segunda venida" al final de los tiempos. La Pascua definitiva del cristiano no es posesión, sino esperanza cierta y segura. María es la única mujer que ya vive en la Pascua definitiva, porque en su carne bendita su Hijo Jesucristo ha realizado en plenitud la obra de la redención. En cierta manera podemos afirmar que María es también, junto con Jesús y por obra suya, primicia de entre los muertos. Por eso, podemos elevar nuestra mirada a la Virgen Asunta con amor y con esperanza.

María y la Iglesia. La mujer del Apocalipsis (primera lectura) simboliza a Eva, a Israel y a la Iglesia. El dragón es la "serpiente antigua" que tentó a Eva e hizo que fuese arrojada fuera del paraíso (Gén 3). Pero ya en el v. 15 se abre una ventana a la esperanza con la mujer que vence a la serpiente pisando su cabeza. Esa mujer es la nueva Eva, María, aquella sobre la que la serpiente no ha tenido poder alguno, y que por ello puede con total libertad lograr la victoria sobre ella. La mujer representa al pueblo de Israel, esa mujer-esposa con la que Yahvé contrajo una alianza esponsal, esa mujer bella como el sol, poderosa como una grande reina, grávida en espera de un hijo. En María se realiza de modo perfecto la vocación y la esperanza de Israel. Ella es bella con el esplendor de Dios, poderosa por su humildad, grávida por llevar en su seno al mismo Hijo del Altísimo. La mujer simboliza igualmente a la Iglesia. La Iglesia en el esplendor de su santidad, en la maternidad fecunda, en la situación de persecución por obra del demonio, en la huida al desierto para recobrar fuerzas y preparar la batalla de la victoria. María, como hija de la Iglesia ha llevado hasta el mismo Dios su santidad, su fecundidad, su victoria; como madre de la Iglesia, desde el cielo, la asiste en sus pruebas y la consuela en el dolor.

SUGERENCIAS PASTORALES

Una mujer de nuestra raza. María, con toda su grandeza, no es una mujer diversa de las demás mujeres de la tierra. Ella es enteramente mujer, no un ser superior venido de otro planeta ni una creatura sobrenatural bajada del cielo. Ella se presenta en el Evangelio con todas las características de su feminidad y de su maternidad en unas circunstaNCIAS históricas concretas, a veces teñidas por el dolor, otras coronadas por el gozo. Siente como mujer, reacciona como mujer, sufre como mujer, ama como mujer. Su grandeza no procede de ella, sino de la obra maravillosa de Dios, eso sí acogida y secundada fielmente por María. Su asunción en cuerpo y alma al cielo no la aleja de nosotros, y la hace más poderosa para mirar por los hombres, sus hermanos, con ojos de amor y de piedad. Su presencia gloriosa en el cielo nos habla no sólo de un privilegio de María, sino de una llamada que Dios hace a todos para participar de esa misma vida en la plenitud de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Como mujer de nuestra raza, ella es la figura más excelsa de humana creatura a la vez que la más tierna y maternal. Jesucristo y María, su Madre, ya han pasado la puerta del cielo con la plenitud de su ser. Nosotros estamos todavía en el umbral, viviendo en espera y esperanza, pero con la seguridad de que llegará el momento en que la puerta se abrirá para todos y comenzaremos a vivir en un mundo nuevo. No es sueño, no es simple promesa. Es realidad que esperamos con absoluta confianza en el poder de Dios. La asunción de María es garantía de nuestra esperanza. ¿No es algo magnífico que el destino glorioso de María sea también nuestro último y definitivo destino?

Salmo a la asunción de María.

Bendice, alma mía, al Dios altísimo,

porque se ha dignado elevar en cuerpo

y alma hasta el cielo

a la humilde doncella de Nazaret.

Bendigan todas las creaturas al Padre

porque eligió a una mujer de nuestra raza,

para manifestar en ella la victoria

sobre la muerte y sobre la corrupción,

como primicia, junto con Cristo,

de nuestro destino.

Bendigan todos los redimidos a nuestro Señor Jesucristo,

porque en María, su Madre, asunta al cielo,

hace brillar en su esplendor todos

los efectos de la redención.

Bendigamos al Espíritu Santo,

que ha hecho llamear en el ser

de María de Nazaret

el fuego que no se consume

y la luz que nunca se apaga.

Que todas las creaturas, junto con María, alaben a Dios.