II Domingo de Pascua, Ciclo B

Juan 20, 19-31

Autor:  SS. Benedicto XVI

 

 

Regina Cæli 

Domingo 23 de abril de 2006 

Queridos hermanos y hermanas: 

En este domingo, el evangelio de san Juan narra que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos, encerrados en el Cenáculo, al atardecer "del primer día de la semana" (
Jn 20, 19), y que se manifestó nuevamente a ellos en el mismo lugar "ocho días después" (Jn 20, 26). Por tanto, desde el inicio la comunidad cristiana comenzó a vivir un ritmo semanal, marcado por el encuentro con el Señor resucitado. Es lo que subraya también la constitución del concilio Vaticano II sobre la liturgia, afirmando:  "La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón "día del Señor" o domingo" (Sacrosanctum Concilium, 106).

El evangelista recuerda, asimismo, que en ambas apariciones
—el día de la Resurrección y ocho días después— el Señor Jesús mostró a los discípulos los signos de la crucifixión, bien visibles y tangibles también en su cuerpo glorioso (cf. Jn 20, 20. 27). Esas llagas sagradas en las manos, en los pies y en el costado son un manantial inagotable de fe, de esperanza y de amor, al que cada uno puede acudir, especialmente las almas más sedientas de la misericordia divina.

Por ello, el siervo de Dios Juan Pablo II, valorando la experiencia espiritual de una humilde religiosa, santa Faustina Kowalska, quiso que el domingo después de Pascua se dedicara de modo especial a la Misericordia divina; y la Providencia dispuso que él muriera precisamente en la víspera de este día, en las manos de la Misericordia divina. El misterio del amor misericordioso de Dios ocupó un lugar central en el pontificado de este venerado predecesor mío.

Recordemos, de modo especial, la encíclica
Dives in misericordia, de 1980, y la dedicación del nuevo santuario de la Misericordia divina en Cracovia, en 2002. Las palabras que pronunció en esta última ocasión fueron como una síntesis de su magisterio, poniendo de relieve que el culto a la Misericordia divina no es una devoción secundaria, sino una dimensión que forma parte de la fe y de la oración del cristiano.

María santísima, Madre de la Iglesia, a quien ahora nos dirigimos con el
Regina caeli, obtenga para todos los cristianos la gracia de vivir plenamente el domingo como "pascua de la semana", gustando la belleza del encuentro con el Señor resucitado y tomando de la fuente de su amor misericordioso, para ser apóstoles de su paz.   

Fuente: vatican.va