XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 16, 1-13

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

El maestro hablaba de los derechos humanos. Dijo que los derechos son los bienes básicos para vivir con la dignidad. Entonces, preguntó a la clase, “¿Quién puede nombrar un derecho humano?” Un muchacho, siempre listo para hablar, alzó la mano. “Sí, Carlos,” dijo el maestro, y el niño respondió, “Dinero.” El maestro quedó sorprendido por un segundo. Entonces comentó, “No, dinero no es un derecho humano porque no podemos comer monedas ni podemos construir una casa con billetes.” Sin embargo, en un sentido tuvo razón el muchacho. El dinero facilita el asegurar los derechos humanos como el agua facilita la limpieza.

El dinero siempre ha sido una espada con dos filos. Sí, nos ayuda obtener tortillas y transporte. Pero puede ser el anzuelo que nos atrapa en pecado. Como San Pablo amonesta a Timoteo, “La raíz de todos los males es el amor al dinero” (I Timoteo 6,10). Para obtener dinero los hombres y mujeres harían cosas raras. Tal vez estuviera en tu primaria un muchacho que tragó un pececito por una moneda.

En el evangelio Jesús aconseja que seamos prudentes con el dinero. Deberíamos usarlo por el bien de todos y no sólo para satisfacer nuestros antojos. Hay un dicho, “Dinero es como el abono: hay que desparramarlo antes de que haga algo bueno.” Jesús estaría de acuerdo. Cuando desparramos una parte de nuestra plata hacia los pobres – diría Jesús -- ganamos un premio en el Reino de Dios.

La parábola que ocupa Jesús para entregar su mensaje ha apenado a los piadosos a través de los siglos. Aparentemente indica que Jesús está aprobando el fraude desde que ella muestra el amo elogiando al administrador injusto. Pero no es así más que admiraríamos a un pícaro por habernos tomado la cartera del bolsillo sin que sintiéramos nada. Solamente el amo queda impresionado por la habilidad del administrador de proveer para el futuro con pocos recursos.

La clave del evangelio es el dicho que seamos fieles en pequeñas cosas. A lo mejor no nos va a tocar la lotería para construir un nuevo templo, para patrocinar un asilo a los desamparados, o para resolver el problema de la malaria en el África. Sin embargo, muy probablemente tendremos un sueldo para apoyar la parroquia, para contribuir una dispensa al banco de comida, y para aportar las misiones. Con pasitos así la mayoría de nosotros ganamos el premio en el Reino de Dios.