XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 13, 22-30

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

Cuando éramos chicos en la escuela católica solíamos hacer preguntas difíciles a las maestras de religión. “Hermana,” hubiéramos dicho, “si estás matado cuando caminas a confesión, ¿vas al cielo o al infierno?” Por supuesto, la hermana conocía muy bien el juego. Ella hubiera respondido, “¿Qué piensas tú?” En el evangelio hoy, Jesús responde tan hábilmente como la hermana a un interrogante.

“¿Señor, es verdad que son pocos los que se salvan?” alguna persona le pregunta a Jesús. Tal vez los fariseos han instruido al interrogador que la mayoría de la gente son malditos perezosos. Pero hoy día, la gente piensa más en la misericordia de Dios. A lo mejor nuestra pregunta es distinta. “¿No es que Dios salve a todos?” preguntaríamos a Jesús. Aún si nosotros guardamos la fe, todos nosotros tenemos a queridos seres que no adhieren a los mandamientos. “Dios no va a condenarlos, ¿verdad?” esperamos.

En el evangelio Jesús esquiva la cuestión. Quien el Padre salvará y quien condenará es para Él de determinar. No obstante Jesús nos comparte su sabiduría. “Esfuércense por entrar por la puerta que es angosta,” Jesús aconseja. Quiere decir que debemos disciplinarnos para que siempre hagamos lo bueno y evitemos lo malo. No hay lugar entre sus seguidores por los flojos que dicen, “un vistazo a la pornografía o una mentira no hace daño a nadie.” Podemos añadir que no somos verdaderamente cristianos si nos ignoramos de los necesitados.

Posiblemente algunos de nosotros todavía pensemos que asistir en la misa va a ganar la salvación. No es así, Jesús aclara, cuando dice: “Entonces le dirán con insistencia, ‘Hemos comido y bebido contigo…’ Pero él les replicará,…’Apártense de mí todos ustedes los que hacen el mal.’” Sin embargo, no es la verdad que la misa no nos ayude. Al contrario, Jesús espera que la misa nos sirva como una plataforma de lanzamiento donde recibimos el combustible y la dirección para perseguir el bien. En una ciudad el director del asilo de desamparados más grande puede hallarse todos los días a la misa de las siete en la catedral.

“¿Es necesario que seamos católicos para ser salvados?” Ésta fue una de nuestras preguntas favoritas para las maestras de religión. Si nos contestaron “sí,” exclamaríamos, “¿Qué pasan con todos los buenos judíos?” Si dijeron “no,” tendríamos una excusa de no levantarnos para la misa dominical. ¿Cómo respondería Jesús? Dice en el evangelio hoy, “Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios.” A lo mejor quiere decir que todas estas gentes serían evangelizadas. Sin embargo, aún si está refiriendo a aquellos que sin escuchar del amor de Dios han respondido a la gracia del Espíritu Santo en sus corazones, habrá una necesidad para misioneros. Eso es, nosotros cristianos católicos tenemos que dar testimonio al amor de Dios por predicar el evangelio fuera de los lugares donde nos sintamos cómodos. Tenemos que contar a la gente en el trabajo tanto como a nuestros hijos y nietos cómo Dios nos ha bendecido. Tenemos que enseñar el amor de Dios a los que limpian los lugares donde trabajemos tanto como a nuestros vecinos. Sí, tenemos que ser misioneros todos nosotros.