Domingo IV de Pascua, Ciclo C

Juan 10, 27-30

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

Muchos piensan en “Cristo” como si fuera el apellido de Jesús. Dirían que Jesucristo era hijo de José Cristo y María Cristo. No, Señor, lo siento. Cristo es el apellido de Jesús tanto como Travieso es el apellido de Daniel. Más bien, Cristo se refiere a la relación entre Jesús y Dios. Cristo significa el ungido. Jesús es el Hijo de Dios Padre que ha recibido la unción del Espíritu Santo para proclamar su amor al mundo.

Como muchos no entienden bien el significado de “Cristo” hoy día, había semejantes problemas en el día de Jesús. Cristo es la palabra griega para la palabra Mesías en hebreo. Los judíos esperaban al Mesías para regresar a su pueblo al tiempo de oro de David. En sus mentes el Mesías tendría un ejército con espadas tan afiladas que aún Roma haría volteretas por su mandato. Por esta razón, cuando los judíos vienen para coronarlo rey, Jesús escapa a los altos. Sin embargo, el Espíritu Santo otorga a Cristo otro tipo de poder. No le arma para sacar sangre sino para sanar corazones.

Si no es un Mesías regio, ¿cómo deberíamos ver a Jesús? En el evangelio hoy Jesús se revela a sí mismo como el buen pastor. Él cuida a sus discípulos como el rey David una vez hizo para sus ovejas. No infinitamente mejor que David hizo. Les da de comer su propia carne para que tengan vida eterna. Les comunica la unidad de amor para que nadie pueda arrebatarlas. Hemos visto el super-pegamento más fuerte que los vínculos de hierro. Así es el poder unificador de amor de Cristo porque es el mismo cemento que sostiene uno el Padre y el Hijo.

Un examen: ¿qué es el amor? A) Amor es el deseo para unirse con la amada. B) Amor es el sacrificarse para el bien del amado. C) Amor es el hacerse amigo a la amada por la satisfacción de los dos. D) Amor es el afecto que se tiene para el amado porque tiene algo en común. E) Todos arriba. La respuesta correcta es, sí, E) todos arriba. El amor de Dios para nosotros es todas estas respuestas juntas, y también es el amor cristiano. Como la comunidad de Cristo querremos tener el mismo sentir y pensar como, por ejemplo, la tripulación aborde el trasbordador espacial. Querremos contribuir para aliviar el sufrimiento del otro como el mundo respondió a las víctimas del tsunami navideño de 2004. Querremos expandir a nuestro círculo de amigos más allá que los parientes y vecinos como universitarios en el primer día de clases. Y querremos extender la mano si no el brazo a uno y a otro en saludo como los políticos buscando votos. En esta manera nadie jamás nos arrebatará del rebaño de Cristo.