V Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Juan 11:1-45

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

El viejo estaba hablando con el joven sacerdote. El viejo le preguntó: “Padre Hickey, ¿Cuál es el versículo más corto en la Biblia?” “No sé, papi,” dijo el sacerdote, “¿qué lo es?” Entonces el anciano reprochó al sacerdote chistosamente diciendo: “¡Qué tipo de predicador eres si no conoces el versículo más corto en la Biblia! Es Juan 11:35, ‘Jesús se puso a llorar.’”

No importa que “Jesús se puso a llorar” sea el versículo más corto, pero, sí, es importante el versículo. Nos muestra cómo Jesús tiene la nobleza del espíritu a sentir pésame con la muerte de otro ser humano. El muerto Lázaro no más puede compartir con sus amigos las alegrías y esperanzas de la vida alrededor de una mesa de comida. Marta y María, las hermanas de Lázaro, no más pueden contar con su apoyo económico y moral en la casa de sus padres. Dice un proverbio, “El viejo que no puede llorar es tonto.” Aquí Jesús se comprueba sabio aunque tiene sólo treinta y tres años.

Recordamos la bienaventuranza de Jesús en el Sermón del Monte: “Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados.” Esta bienaventuranza nos asegura que nuestras lágrimas, emitidas en solidaridad con los sufridos, valen tantos gramos de oro. Pues, producen por nosotros un premio inestimable. Queremos saber: ¿de qué consistirá la consolación prometida y cómo, exactamente, podemos realizarlo? Como el caso de todas las bienaventuranzas, Jesús es la primera referencia para los que lloran. No sólo llora aquí sino también en Getsemaní donde sufre la traición atroz de un confidente y la espera terrible de una crucifixión injusta. En el evangelio hoy Jesús restaura la vida a Lázaro. Tan maravilloso que sea este hecho, no es lo que esperamos cuando decimos “los que lloran…serán consolados.” No, es sólo una “señal” – una indicación – de lo que vamos a experimentar. Pues, Lázaro sale el sepulcro con los lienzos de muerto intactos porque tendrá uso de ellos de nuevo. Pero cuando Jesús resucita de la muerte los lienzos están doblados porque no morirá más. Esto – la vida eterna -- es el destino que nos espera cuando lloramos con Jesús.

Y ¿cómo lloramos con Jesús? Lloramos con Jesús por tener compasión a los sufridos. Cuando un conocido fallece o cuando fallece un familiar de un conocido es compasivo exponer nuestro pésame a la familia. Tal vez le traigamos una olla de frijoles desde que su miseria le prohíba de preparar la comida. Lloramos con Jesús por recordar a los muertos de nuestra propia familia – asistiendo a misa o visitando sus fosas en el aniversario de sus muertas. Lloramos con Jesús por actuar con bondad cuando reportan las grandes catástrofes en el mundo. Cuando hay un terremoto en Sur América o un tsunami en la Asia, que recemos por las víctimas y, si es posible, que mandemos un aporte por su alivio. Con estos y un millón de otros actos de compasión lloramos con Jesús y esperamos la vida eterna. Con la compasión esperamos la vida eterna.