Solemnidad de Cristo Rey, Ciclo C

Lucas 23:35-43

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

En tiempos modernos no apreciamos la realeza. Creemos que las elecciones demócratas nos sirven mejor en todos casos. Como mucho, pensamos en los reyes y las reinas como símbolos de la nación. Se adornan con joyas y castillos para demostrar la grandeza del estado. Aún así, exigen mucha paciencia del pueblo. Una historia del gran rey francés Luís XIV demuestra la dificultad actual con la realeza. Un día dos campesinos encontraron al rey cazando. Uno comentó al otro que el rey no se llevaba guantes. El otro respondió que el rey no se necesitaba de guantes porque siempre tuvo las manos en los bolsillos de la gente.

Pero no siempre han habido tantas reservas hacia los reyes. Por la gran parte de la historia la realeza sirvió como los principales protectores y legisladores del pueblo. Los mejores reyes siempre pondrían el bien del pueblo antes su propia comodidad. En un drama de Shakespeare Enrique, el futuro rey de Inglaterra, habla de la pesada responsabilidad de ser rey. Dice que el llevará la corona “con más que el dolor regular.”

Ciertamente el evangelista en la lectura hoy ve a Jesús como rey sufriendo por el pueblo. En primer lugar, al ser rey (Mesías) ha costado a Jesús el suplicio de la cruz. No era una ejecución rápida y fácil sino lenta y tortuosa. Entonces, casi todos no lo reconocen como rey. Lo insultan y se burlan de él como un impostor. A lo mejor no seamos tan crudos como los soldados desdeñando a Jesús colgado bajo el letrero, “…el rey de los judíos.” Sin embargo, nos burlamos de su realeza cuando no acatamos su ley. Cuando pensamos en otras personas como objetos para nuestro provecho, nos reímos con los soldados a la cruz.

Sin embargo, al menos una persona en la escena se da cuenta de la naturaleza real de Jesús. El segundo malhechor crucificado al lado de Jesús reprocha al primero por participar en las barbaridades contra Jesús. Le pide a Jesús la misericordia cuando llegue a su reino. Jesús, entonces, le concede a este “buen ladrón” lo que sólo el rey del universo pueda – un puesto en el paraíso.

Es notable cómo el “buen malhechor” habla con Jesús. Por la única vez en todos los evangelios una persona se dirige a Jesús simplemente por su nombre sin título ni descripción. Haríamos bien para imitarlo. En todos tiempos de la vida – la tristeza, la necesidad, la alegría, y el éxito -- levantemos la voz diciendo, “Jesús,…acuérdate de mí.” Que digamos sin reservas, “Jesús,…acuérdate de mí.”