Fiesta. Bautismo del Señor

Marcos 1:7-11

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Isaías 55:1-11; I Juan 5:1-9; Marcos 1:7-11)

Como todos los aficionados de deportes saben, este año la distinción del mejor equipo en fútbol americano intercolegial está en disputa. Todos los equipos de las más grandes universidades tienen al menos una derrota. Entretanto el equipo de una universidad con un calendario de partidos más suave no tiene ninguna derrota y acaba de derrotar un equipo tradicionalmente fuerte. “¿Cuál equipo es número uno?” muchas mujeres tanto como los hombres preguntan. Es importante para casi todos porque quieren asociarse con el mejor. Realmente ellos mismos quieren ser considerados número uno. Pero si esto no es posible, quieren apoyar el mejor. Parece increíble pero esto es una tragedia que el evangelio de hoy quiere traer a luz para resolver.

Cuando Jesús emerge de las aguas bautismales, ve los cielos rasgarse y al Espíritu Santo descender sobre él. Entonces oye a Dios proclamando, “Tú eres mi Hijo amado…” En el Evangelio según San Marcos no hay ninguna otra persona presente para atestiguar el suceso. Sin embargo, Jesús jamás dudará de su realidad. Por esta razón tendrá éxito en su misión de liberar a los humanos del pecado. En contraste, la mayoría de nosotros dudamos que seamos amados por Dios. Aunque, como Jesús, somos bautizados con agua y sellados con el Espíritu Santo. Aunque, como Jesús, hemos oído miles de veces cómo Dios nos ama. Aunque, como Jesús, nos hacemos hijos de Dios -- al menos hijos adoptivos -- no quedamos contentos. Más bien, andamos buscando otras distinciones para darnos significado e importancia en el mundo.

No es que seamos gente mala. Realmente, estamos condicionados desde la niñez a buscar otras distinciones. Nuestros padres nos exigen a sacar las calificaciones más altas. Nuestros compañeros nos exhortan a salir con la chica más bonita o el joven más rico. Y las medias masivas nos urgen a tener los carros, los celulares, las medicinas, y un mil otras cosas más actualizadas. El mensaje del mundo alrededor siempre es que no somos adecuados, que no somos amados, que tenemos que hacer algo más para ser respetados. Podemos vislumbrar las penas que algunos sufren para ser reconocidos por los demás en el famoso
Libro Guinness de récords mundiales. Como si fuera algo más que extraño, una persona ha puesto un récord de sentarse en una bañera con ochentidos serpientes de cascabel.

Tenemos que volver a nuestros sentidos. Hemos buscado la importancia en lugares equivocados. Le importamos a Dios, y eso es todo lo que cuenta. Esto no significa que podamos hacer lo que nos dé la gana. No, como sus hijas e hijos, hemos de seguir el camino de nuestro hermano Jesús. Trazando sus huellas, vamos a encontrar dificultades. Por ejemplo, la pareja que no abortarán a su bebé con Síndrome Downs, no van a verlo madurarse como otros niños. Pero como la gran mayoría de tales padres saben, seguir a Jesús por todos los problemas que acarreen nos conduce a la felicidad. Podemos apostar nuestras vidas en eso. Seguir a Jesús nos conduce a la felicidad.