VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 1:40-45

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Levítico 13:1-2.44-46; I Corintios 10:31-11:1; Marcos 1:4—45)

La religiosa Marie Chin habla de una experiencia espantosa. Cuando era muchacha, la llevó una hermana de la Misericordia a un leprosario. Llegaron a la puerta de una persona llamada Señorita Lilian y tocaron. Desde adentro contestó una voz alegre, “Entren.” La muchacha saltó adentro, pero una vez allá quedó paralizada. Enfrente de ella estaba una mujer con cara completamente destrozada. La leprosa ofreció a la muchacha su mano que era no más que un tocón sin dedos ni pulgar. Dijo la Señorita Lilian, “Ponga tu mano en la mía.” “No puedo; tengo miedo,” respondió Marie. “Sí, puedes,” añadió la leprosa Lilian, “…mira las flores del campo. Dios no permite que les llegue el daño.” Dice la hermana Chin que no sabe cómo pero en un instante su mano quedaba en el tocón duro y áspero de la leprosa. Y desde ello sintió una onda de poder llenando su cuerpo hasta su propia alma.

En el evangelio hoy encontramos a Jesús delante de un leproso. La lectura no dice que Jesús tiene miedo pero indica que siente emociones fuertes. Hace hincapié en cómo Jesús “se compadece” del desafortunado y también en cómo le habla “con severidad.” No sabemos si era el mismo tipo de la lepra que tenía la Señorita Lilian, llamada hoy día la enfermedad de Hansen. Posiblemente era una eczema fuerte. De todos modos, la enfermedad era tan atroz que, según la Ley judía, el leproso no pudiera entrar lugares poblados y aún en el campo, tuviera que gritar, “¡Impuro, impuro!” si alguien se le acercaba. Sin embargo, Jesús no se desvía cuando el leproso le enfrenta. Aún le toca para sanarlo.

A veces nosotros estamos enfrentados con situaciones difíciles como Jesús ante el leproso. No podemos evitarlo y mantener una conciencia clara. Puede ser un hermano alcohólico que rehúsa reconocer su debilidad. Puede ser una conciencia rezongona porque seguimos usando anticonceptivos. Puede ser la llamada a una vocación religiosa que no queremos considerar porque nos gusta flirtear con muchachas o muchachos. Una cosa es cierta: no podemos no hacer nada; tenemos que actuar.

La gracia de Dios nos prepara a hacer frente a estos retos. De hecho, merecemos la vida eterna por actuar con la valentía aprovechándonos de esta gracia. En el Sermón de la Montaña Jesús menciona varias situaciones que llaman la valentía de sus seguidores. Tenemos que ofrecerle al enemigo la otra mejilla cuando nos golpea. No debemos jamás mirar a una mujer (o a un hombre) con deseos impuros. Tenemos que dar limosnas sólo en privado. Es la gracia de Dios que nos hace posible lograr estos resultados. ¿Cómo conseguimos la gracia de Dios? Dice Jesús, “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta.”

Una vez una pareja se consideraba perfecta por todos sus conocidos. Pasó que a ella se le desarrolló una artritis reumatoide completamente debilitante. No podía ni caminar ni hacer las tareas en la casa. Él tenía que bañarla en la mañana, darle de comer al mediodía, y llevarla a misa en silla de ruedas al domingo. Seguramente no podían disfrutarse del acto conyugal. Sin embargo, él cumplió todo sin ningún sentimiento de pesar. De hecho, diría, “Le amo más ahora que al día de nuestra boda.” Más tarde o más temprano, nosotros también vamos a estar enfrentados con una situación tan retadora. También nosotros, como este hombre, tendremos que actuar con la valentía. Que no nos olvidemos de pedirle a Dios la gracia para hacerlo.