III Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Juan 2:13-25

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Éxodo 20:1-17; I Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)

Se pueden apuntar varias diferencias entre la pasión de Jesús en el Evangelio según San Juan y en las otras tres versiones del evangelio. En el Evangelio según San Juan nadie ayuda a Jesús llevar la cruz; en Mateo, Marcos, y Lucas, Simón de Cirene lleva la cruz por él. En Juan ninguna persona se burla de Jesús una vez crucificado; en los otros evangelios los líderes de los judíos, la gente o los soldados, y al menos uno de los dos otros condenados desprecian al Señor. En Juan algunos conocidos de Jesús incluyendo a su madre y su discípulo amado están al pie de la cruz. En los otros tres, los seguidores de Jesús o no están presentes o quedan a distancia de Calvario. En Juan no se menciona nada de la cortina del Templo; en los otros, la cortina está rasgada en dos partes. Preguntar por qué no se dice nada de la cortina rasgándose en Juan nos ayuda entender mejor no sólo el evangelio de la misa sino también toda la misión de Jesús.

Se usaba la cortina en el Templo para separar el más santo lugar del profano del mundo. Una vez expuesto por la rasgadura de la cortina, el lugar santo no pudo retener la gloria de Dios. Por decir que la cortina se rasgó – o, más al caso, Dios rasgó la cortina – los Evangelios de Marcos y de Mateo significan que Dios se ha huido del Templo. En el Evangelio según San Juan esta huida tiene lugar cuando Jesús echa del Templo los vendedores de animales y los cambistas de monedas. Este acto simbólico indica que ya no más valen los sacrificios del Templo hecho con rocas porque ha llegado Jesús el Mesías. Jesús va a dar su propio cuerpo como ambos el templo y el sacrificio perfecto. Los judíos no pueden entender esto porque no creen en Jesús. Sin embargo, los profetas avisaron a sus antepasados que la venida del Mesías introduciría un nuevo Templo en lo cual no se permitiría el comercio y se les acogería a todos los pueblos.

Nosotros entendemos como Jesús se ofrece a sí mismo como sacrificio a Dios Padre en la cruz. Pero nos cuesta hacer sentido de él como templo. Pues, vemos a Jesús como una persona, no como un edificio. Sin embargo, nos acordamos de que San Pablo escribe que la Iglesia es el cuerpo de Cristo. Como una iglesia es tanto la comunidad de fe como el edificio en lo cual el pueblo se congrega, así se puede entender el cuerpo de Jesús como el local donde él ofrece el sacrificio de su vida. Porque nosotros participamos en el cuerpo de Cristo, todas nuestras obras buenas se hacen santas y agradables a Dios Padre.

A lo mejor, hemos tomado este evangelio leído cada tres años durante la Cuaresma como una invitación para aprovecharse del Sacramento de la Penitencia. Como Jesús echa fuera los comerciantes del sórdido dinero de la casa de su Padre Dios, hemos de purificarnos a nosotros mismos de los pecados para celebrar dignamente la Pascua. Ahora podemos considerarlo al nivel más profundo como el evangelista Juan lo pensaba. Jesucristo es el nuevo templo en lo cual ofrecemos el sacrificio que agrada a Dios. Porque somos incorporados en él por los sacramentos, especialmente el Bautismo y la Eucaristía, nuestras obras buenas tienen mérito. Sean cuidar a nuestros padres enfermos o sean rezar el rosario por los hambrientos en el África estos actos unidos con el sacrificio de Jesús en la cruz nos destinan a la vida eterna. Sí, por el sacrificio de Jesús nuestros actos valen eternamente.