IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Juan 3:14-21

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(II Crónicos 36:14-16.19-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)


Una vez un marinero estuvo en un accidente. Tuvo daños tan serios que le quitaron la pierna. Después de su recuperación cuando su familia lo llevaba en silla de rueda a un parque de diversiones, un hombre le dio una limosna. El marinero reaccionó con la rabia. Sintiendo insultado por ser considerado como objeto de la caridad, le lanzó la moneda atrás al donador. Quizás nosotros, si fuéramos a pensar en la lectura de la Carta a los Efesios hoy, la tomáramos como insulto como el marinero tomó en la limosna.

Varias veces la lectura hace hincapié en la salvación como una gracia concedida por Dios. Dice primero, “Por pura generosidad (o gracia de Dios)…, hemos sido salvados.” Entonces añade, “…Dios muestra, por medio de Jesús, la incomparable riqueza de su gracia…para con nosotros.” Finalmente, “…ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe.” Nos gusta pensar que siempre estamos en control de nuestro destino. Pues, planeamos nuestras vacaciones y ahorramos para la jubilación. Sin embargo, la Carta a los Efesios nos informa al contrario. La salvación viene como un don completamente gratuito de parte de Dios.

La carta siempre habla de dos pueblos – “nosotros” y “ustedes.” A lo mejor, éstos son los seguidores judíos de Jesús, que han observado la Ley con todos sus preceptos, y los griegos recientes convertidos al cristianismo. Por decir que los dos son salvados por la gracia, la carta desmiente el orgullo de los dos grupos. Los judíos no pueden reclamar que la práctica de la Ley les ha merecido la salvación. Tampoco los griegos pueden jactarse que se han alcanzado la salvación por la sabiduría. No, ni la Ley ni la sabiduría puede permitir a uno superar las tentaciones del mundo. Siempre el placer, la plata, el prestigio, o el poder le enredaría si no recibe el don de la gracia. Ahora podemos pensar en nosotros católicos fieles como aquellos seguidores denominados como “nosotros” y los catecúmenos de la parroquia como “ustedes” en la carta. ¿Cómo valen los actos justos (en otras palabras, la Ley) o el pensar correcto (eso es, la sabiduría) a estos dos grupos?

Dice la Carta a los Efesios que se le salva a uno “por la gracia, mediante la fe.” Eso es, por la fe en Jesucristo nos viene el Espíritu Santo que nos dispone a amar sin deseos para el placer animal y a mostrar la misericordia a los demás. Es Dios residiendo en el creedor que le hace posible merecer la vida eterna con actos alumbrados por la sabiduría divina. Es el caso de Mary Cunningham Agee que ha formado una red de socorro para mujeres que tienen embarazos no esperados. Después de un aborto natural, la señora Agee se volvió a la fe donde encontró, en sus propias palabras, “una invitación profunda para acercarse al amor compasivo del Señor.” Laureado en la administración de empresas, ella ha organizado a otras profesionales para dar consejo, trabajo, y ayuda a mujeres contemplando el aborto.

Al fin de la película titulada “Misericordia Entrañable,” el protagonista se pregunta a sí mismo, “¿Por qué yo recibí la gracia?” Era un alcohólico destinado a la perdición cuando encontró a una viuda que le ayudó reformarse mediante la fe cristiana. Su caso no difiere mucho de los nuestros. Cada uno de nosotros es receptor de la gracia. Y ¿por qué? No es por nuestra sabiduría ni por nuestros actos. Es, como repite vez tras vez la Carta a los Efesios, por la gracia de Dios que estamos destinados a la vida eterna. Sí, es la gracia que nos destina a la vida.