Fiesta. Bautismo del Señor, Ciclo C.
San Lucas 3:16-16.21-22

Autor: Padre Carmén Mele O.P

 

 

(Isaías 40:1-5.9-11; Tito 2:11-14.3:4-7; Lucas 3:16-16.21-22)

Una vez el ex senador Bill Bradley era un famoso jugador de básquet. Antes de los partidos Bradley cumplía su preparación por hacer tiros de diferentes lugares en la cancha. No paró hasta que hiciera un básquet de varios puntos en una gran arca alrededor del gol. Sólo entonces estuvo listo para jugar. Ahora en el evangelio encontramos a Jesús terminando su preparación para su misión. Está en el desierto para ser bautizado para que pueda predicar como el profeta Juan.

Algunos cuestionan la necesidad que Jesús se someta al bautismo. Racionan que si Jesús no ha pecado, no le falta el bautismo de arrepentimiento. Pero Jesús se bautiza no para exculparse del pecado sino para solidarse con el humano. La condición del mundo es grave. No es sólo que algunas personas se aprovechen de otras sino que las quieren matar. El genocidio atentado en Ruanda y Burundi en los 1990s fue sólo una incidencia de la violencia extrema que ha tocado muchos pueblos a través de la historia. Jesús desea erradicar este tipo de malevolencia por la entrega de sí mismo. Ahora deja toda pretensión en la sumersión bajo el agua y, en tiempo, dará su propia vida en la cruz.

Entonces se abre el cielo. No debemos pensar que es un fenómeno ordinario como si Dios regularmente habla con la gente. Más bien, como todos nosotros sabemos, Dios es incómodamente silencioso. En el libro de Isaías el profeta pide que Dios abra el cielo para conducir un nuevo éxodo. Ya se cumple la profecía, pero esta vez Dios no llevará a Su pueblo de la opresión humana sino de la esclavitud diabólica. Por fin, la gente podrá dejar atrás el odio como hicieron las religiosas hutu durante las matanzas en Ruanda deteniendo a los militares de abusar a sus compañeras tutsi.

El descenso del Espíritu Santo podría recordarnos de la creación en Génesis cuando el “Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas”. Se comienza una nueva creación más grande que la del principio de los tiempos. Pues, se verá la derrota de la muerte junto con la redención del humano. Es algo como la diferencia entre el joven Shakespeare escribiendo bella poesía en el drama “Romeo y Julieta” y el dramaturgo maduro cuya comprensión del alma humana en el personaje “Macbeth” sobrepasa aún la poesía majestuosa.

Entonces Dios Padre pronuncia palabras afirmativas sobre Jesús para confirmar su misión. Hablamos de figuras mesiánicas como personas ilusas, sin la capacidad de salvar a sí mismo y mucho menos al resto de la humanidad. Sin embargo, cuando el Padre le dice, “Tú eres mi Hijo, el predilecto…,” Jesús sabe que su destino es otro que vivir como los demás. Más bien, tendrá que luchar contra el mal con todas las fuerzas para vencer a Satanás una vez para siempre. Tan extraño como suene, Dios pronuncia palabras semejantes sobre cada uno de nosotros. Pues, hemos de cumplir la victoria de Jesús por nuestro compromiso a la verdad.

No será fácil. Para mantener la lucha tendremos que apoyarnos en el brazo de Dios. Jesús nos muestra cómo hacerlo. Se abre el cielo con el Espíritu desciendo sobre él mientras Jesús esté orando. La oración nos hace a nosotros, tanto como a Jesús, unidos con Dios Padre. El mundo puede engañarnos en básicamente dos maneras. Puede hacernos pensar que somos como dioses con poderes súper extraordinarios de modo que las leyes no nos apliquen. O puede engañarnos a pensar que somos como bestias cuyo propósito es sólo para complacer al yo. La oración nos coloca en medio de los dioses y los animales siempre pendientes de la gracia de Dios para hacer lo bueno.

En los Estados Unidos se llaman las ceremonias de la graduación, el comienzo. A pesar de que el licenciado ya ha cumplido la carrera, se pone el énfasis en el resto de su vida. Así es con el bautismo de Jesús. Su significado no es tanto la terminación de su aprendizaje con la sumersión bajo el agua sino el comienzo de su misión como redentor del humano con el descenso del Espíritu Santo. No sólo complace a Dios Padre sino a nosotros también. Nuestra liberación de la muerte está cerca. Jesús complace a nosotros.