(Génesis 15:5-12.17-18; Filipenses 3:17-4:1; Lucas 9:28-36)
Decían que tenía mandíbula de barro. No obstante debía
haber tenido un puñetazo fuerte. Pues el señor Floyd Patterson fue
el primer boxeador de peso pesado para perder y ganar de nuevo el
campeonato. Después de este triunfo Patterson publicó un libro
titulado Victoria sobre mí mismo. Esta frase puede servir como la
meta de la Cuaresma. Durante estos cuarenta días queremos superar
nuestros impulsos interiores. Ciertamente vemos a Jesús logrando una
tal victoria en el evangelio hoy.
Primero, el diablo atrae a Jesús con pan. Todos nosotros conocemos
este tipo de tentación. Lo experimentamos cada vez que sentimos el
deseo en nuestros apetitos sensuales. Cuando queremos tomar la
cuarta cerveza o cuando deseamos vislumbrar la pornografía, estamos
siendo tentados con el pan del diablo. Este pan no sólo satisfaría
el hambre de Jesús sino le serviría en el ministerio que está para
empezar. Si estuviera a cambiar piedras en panes, no habría fin de
la fila de sus seguidores. Ésta es similar también al impulso de los
padres para ganar el afecto de su muchacho por comprarle una i-fono.
Deberían darse cuenta que pueden lograr el verdadero amor de sus
hijos sólo con el cuidado continuo.
Por supuesto, nuestras tentaciones no son limitadas a los apetitos
sensuales. Como cuando el diablo promete a Jesús todos los reinos
del mundo en cambio por su adoración, nos tentamos a hacer lo malo
para lograr lo bueno. Quisiéramos mentir en la solicitud para
conseguir un empleo que pague mejor. Fácilmente podemos imaginar lo
atractivo de este tipo de tentación para Jesús. El mundo entero
asistiría a misa todo domingo si él hincaría la rodilla ante el
diablo sólo una vez. Los políticos aceptan esta oferta cuando se
declaran a favor de la libertad a abortar para asegurar sus
elecciones. Todos tienen que entender que no se puede lograr lo
verdaderamente bueno por hacer lo malo. A menudo tales esfuerzos
terminan en desastre como cuando corremos los semáforos rojos.
Queda otro tipo de tentación más pernicioso aún. Deseamos que Dios
nos sirva, que Él nos venga como un mayordomo con el chasquido de
nuestros dedos. Tal vez no pensemos en nosotros como ordenando a
Dios, pero ¿no estamos distorsionando nuestra relación con Dios así
cuando acudimos a la iglesia sólo el Miércoles de Ceniza o cuando
ponemos una medalla en el carro pero manejamos sin atención al
camino? En Getsemaní Jesús estará tentado a someter a su Padre a su
propio deseo de seguir viviendo. Ruega a Dios, “…líbreme de este
trago amargo”, pero añade, “…no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Durante la Cuaresma nosotros aprendemos a seguir a Jesús en su
sumisión a Dios Padre. Por nuestra oración, ayunar, y caridad nos
mostramos a nosotros mismo como sus siervos, no lo contrario.
Deberíamos notar como Jesús se aprovecha de las Escrituras para
resistir los asaltos del diablo. Dice a su tentador: “’No sólo de
pan vive el hombre’”; “’Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo
servirás’”; “’No tentarás al Señor, tu Dios’”. La Palabra de Dios
nos provee a nosotros también con un arma poderosa para defendernos
en la lucha contra el pecado. Ya tenemos estos cuarenta días de
Cuaresma para profundizarnos en ella. Sólo por meditar en las
lecturas de la misa, que son llamativas, podríamos lograr mucho. Es
verdad que también el diablo puede citar la Biblia como cuando dice
en la lectura hoy: “’Los ángeles del Señor tienen órdenes de
cuidarte,…’”. Por eso, queremos rezar para que el Espíritu nos
ilumine el significado verdadero de los pasajes.
A veces vemos caricaturas de un tentador con cola asomando de su
posterior. Ojala que fuera tan fácil reconocer al enemigo. Pero el
diablo astuto no se identifica así. Viene en formas más cotidianas –
el deseo en nuestros apetitos sensuales, la posibilidad para
conseguir una gran porción de lo bueno por un pequeño acto malo, y
la distorsión de la religión. En todas estas tentaciones queremos
recurrir a la Palabra de Dios. Queremos da eco a Jesús en Getsemaní:
“’No se haga mi voluntad, sino la tuya.’”