(Génesis 15,5-12.17-18; Filipenses 3,17-4,1; Lucas 9:28ª-36)
Las cimas de montaña son lugares de grandes visiones. La noche antes
de su asesinato el doctor Martin Luter King dio su famoso discurso,
“Yo he estado en la cima de montaña”. En ello el doctor King dijo
que desde la cima de montaña había visto a los afro-americanos en
Alabama y en Georgia poniéndose de pie por sus derechos civiles.
Siguió que desde la cima de montaña había visto centenares de miles
de personas, ambos morenos y blancos, apoyando su sueño de la
igualdad entre las razas. Tan esperanzador que fuera la visión de
Martin Luter King, palidece en comparación con la visión de los
discípulos de Jesús en la montaña del evangelio hoy.
Pedro, Santiago, y Juan ven el rostro de Jesús cambiándose de
aspecto y sus vestiduras haciéndose blancas y relampagueantes.
Sienten asegurados como Abram en la primera lectura cuando mira sus
sacrificios quemados por el Señor. Ya saben que Jesús, en cuyas
manos han puesto su destino, no es charlatán. Es al menos un ángel
trayéndoles el mensaje divino. Asimismo, nosotros sentimos esta
seguridad en la presencia de una persona que ha dedicado su vida a
Dios. Hace algunos años hubo una película documentaria mostrando la
vida dura de los monjes cartujos. Enseñó cómo se levantan durante la
noche para rezar y cómo trabajan la granja en manera primitiva. Pero
no son personas tristes y deprimidas. Más bien, son atentos a sus
tareas y expresivos en la recreación. Al final de la película se le
entrevista a un monje viejo que es ciego. Él expresa su sentimiento
por la gente de hoy que no conoce a Dios. Viendo la película, uno se
llena del afán a conocer la verdad que motiva como esos monjes.
La verdad es que Dios nos ha liberado de las fuerzas mortíferas de
este mundo. Ha enviado a Su Hijo, Jesucristo, no sólo para
enseñarnos como vivir libres de las tendencias pecaminosas sino
también para soltarnos de los agarros del modernismo que nos tienen
presos. La presencia de los grandes personajes de las Escrituras con
Jesús atestigua todo esto. Moisés les entregó a los israelitas la
Ley cuando Dios los libró de la esclavitud. Elías sufrió el rechazo
total cuando insistía en la obediencia a la misma Ley. Ahora estos
dos platican con Jesús sobre su muerte. No se lo dice pero parece
muy posible que hablen sobre cómo la cruz de Jesús será el medio de
interiorizar la Ley para que los humanos por fin consigan la
libertad que Dios quiere para Sus hijos e hijas.
Con los discípulos deberíamos estar despertándonos de nuestros
sueños. Eso es, deberíamos estar dándonos cuenta como hemos sido
cautivos por fuerzas nefarias. No es que seamos esclavos a los
hombres sino es que los valores consumistas y los temores fatalistas
de nuestro tiempo nos han encantado. Decía el Papa Juan Pablo II que
es bueno de tener cosas pero la buena vida no consiste en tener
muchas cosas sino en ser mejores personas. Podemos decir sí, es
bueno ser miembro de un club de ejercicio pero si hacemos ejercicios
primeramente para llamar la atención de los demás, somos oprimidos
por el egoísmo. También, sí es bueno tener el Internet para la
computadora pero si estamos aprovechándonoslo sólo para comunicar
con amistades de Facebook día y noche, somos sobrecogidos por la
frivolidad. En otro rumbo, sí es bueno conocer el DNA, pero si este
conocimiento va a preocuparnos de modo que no queramos casarnos ni
queramos tener familia, le mina nuestro bien y no nos sirve.
La voz de Dios nos llama desde adentro como, más abiertamente, llama
a los discípulos en la lectura. Esta voz es la conciencia
exhortándonos, “Escucha a Jesús”. Y ¿qué nos dice Jesús? Para
contestar examinemos este evangelio según Lucas por los temas
principales. Como el evangelio da la historia del nacimiento de
Jesús, deberíamos oír a Jesús diciéndonos que no tengamos miedo a
abrazar la vida como buena y llena de posibilidades. Como muestra a
Jesús orando habitualmente, deberíamos escuchar a Jesús pidiéndonos
a rezar que el Espíritu Santo venga para guiarnos a la verdad. Y
como este evangelio siempre reitera la necesidad de ayudar a los
necesitados, deberíamos oír a Jesús rogándonos a hacer obras de
caridad.
Se llama la experiencia que pasa a Jesús en el evangelio hoy “la
transfiguración”. Realmente es, pero la transfiguración no es
limitada a Jesús. También, los discípulos son transfigurados. Ya
pueden ponerse de pie por Jesús con toda confianza. Y también
nosotros somos transfigurados. Ya sabemos que la voz de nuestra
conciencia no es charlatana. Más bien, es Jesús despertándonos a la
libertad.