(Hechos 5:12-16; Apocalipsis 1:9-11.12-13.17-19; Juan
20:19-31)
Al principio del Evangelio según San Juan el autor dice del hijo de
Dios, “Y aquel que es la palabra se hizo hombre y habitó entre
nosotros….De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia”.
En el pasaje evangélico de la misa hoy, tomado del término del mismo
Evangelio según San Juan, vemos a Jesús repartiendo “gracia sobre
gracia”.
La gracia es el favor de Dios, Su auxilio gratuito para responder a
la llamada de ser Sus hijas e hijos. El regreso de Jesús a los
discípulos muestra este favor. Jesús fortalece sus espíritus
encogidos por el miedo. Entonces Jesús les imparte al Espíritu
Santo, la mayor gracia posible porque conlleva la naturaleza divina.
El poder de perdonar pecados también representa una gracia
significativa en cuanto capacita a los discípulos a proveer un
servicio indispensable por el bien de todos. La segunda vez Jesús
encuentra a sus discípulos, el discípulo Tomás está presente. A él
Jesús extiende el favor de creer en la resurrección por ofrecerle
sus manos y su costado. Finalmente, la gracia mueve a Tomás a
responder con la más alta proclamación de fe en el Nuevo Testamento,
“¡Señor mío y Dios mío!”
En la larga historia de la Iglesia se han clasificado los diferentes
tipos de la gracia. La presencia del Espíritu Santo a nosotros se
llama “la gracia santificante” porque nos hace santos. Se describe
como “la gracia actual” la acción de Dios ayudándonos a convertir y
mantenernos en la fe. Vemos esta gracia en la venida del resucitado
a los discípulos y particularmente su presencia a Tomás. Se expresa
el don propio a cada sacramento como “la gracia sacramental” – en el
pasaje hoy, el perdón de pecados. Y se denomina la capacidad para
cumplir un cargo en la Iglesia como “la gracia de estado” o el
“carisma”. Ésta es la profecía que Tomás exhibe cuando proclama a
Jesús “Dios”.
¿Es sólo un ejercicio académico nombrar los diferentes géneros de la
gracia? No lo creo porque nos ayuda también darnos cuenta del amor
Dios para con nosotros. Hablamos mucho de este amor dentro de la
iglesia, pero una vez pasemos al exterior enfrentamos un ambiente
tóxico. Los medios de la comunicación han contaminado el aire con el
cinismo y la crítica. Extremistas de diversas ideologías proponen
sus opiniones por la televisión y la radio sin mucho interés en
llegar a la verdad. En la cuestión de la inmigración, por ejemplo,
ni aquellos en favor de “fronteras abiertas” ni aquellos que
deportarían a todos los no documentados parecen concientes de las
ramificaciones de sus ideas. Reconocer el amor de Dios entregado a
nosotros por la gracia nos refresca en esta refriega de posturas
radicales.
El diario del cura rural escrito por el francés Georges Bernarnos en
el siglo pasado trata del ministerio reducido de un joven sacerdote.
Después de unos años trabajando en la viña de Señor, el cura no
realiza la cosecha que esperaba. Sin embargo, al final del libro él
puede aceptarse como un hijo de Dios, amado abundantemente. Muriendo
de cáncer, el cura resume su experiencia con la frase, “La gracia
está en todas partes”. En el evangelio hoy, “La gracia está en todas
partes”. En nuestras propias vidas, “La gracia está en todas
partes”.