III Domingo de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Diego Millan García

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EVANGELIO

Mt. 11, 2-11

“En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.

Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”.

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento?¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo?. Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?¿a ver un profeta?. Sí, os digo, y más que un profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”.

PALABRA DEL SEÑOR.

CUENTO: ATENTOS, VIENE EL SEÑOR

Había una vez un hombre que era muy rico. Era dueño de tantos negocios, de tantas fábricas y de tantos bancos, que todas las semanas recibía en su palacio varios camiones cargados de dinero. Ya no sabía dónde invertirlo ni en que gastarlo. Todo lo que le gustaba se lo compraba: aviones, barcos, trenes, edificios, monumentos, etc. Su gran pasión era comprar y consumir.

Hasta que llegó un día en que este hombre tenía de todo. No había nada que no tuviera. Todo era suyo. Aunque, a decir verdad, había una cosa que no conseguía tener. Y por más que compraba cosas, nunca la lograba encontrar. Esa cosa era la alegría. Nunca encontró la tienda donde la vendían. Se empeñó en buscarla costara lo que costara porque era lo último que le quedaba por tener. Recorrió medio mundo buscándola, pero no daba con ella.

Estando en un pequeño pueblo, se enteró de que un anciano sabio podría ayudarle. Vivía en lo alto de una montaña, en una humilde y pobre cabaña. Hacia allí se dirigió y allí lo encontró.

Al verlo, le dijo: - Me han dicho que usted podría ayudarme a encontrar la alegría.

El anciano lo miró con una sonrisa y le contestó: - Pues ya la ha encontrado, amigo. Yo tengo mucha alegría. -

¿Usted?, respondió el hombre extrañado - ¡Pero si usted no tiene más que una pobre cabaña!.

–Es cierto y gracias a ello tengo alegría, porque voy dando todo lo que tengo de más al que lo necesita - respondió el anciano.

- ¿Y así se consigue la alegría? -preguntó el hombre.

– Así la he encontrado yo - dijo el anciano.

El hombre se marchó pensativo. Al cabo de un tiempo, se decidió a dar todo lo que no necesitaba a los más pobres. Con gran sorpresa, de repente, descubrió que en su corazón crecía la alegría y se sintió, por primera vez en su vida, realmente feliz. Se había dado cuenta de que había más alegría en dar y en hacer felices a los demás, que en recibir y tener cosas sin compartirlas.


ENSEÑANZA PARA LA VIDA:

En medio del Adviento, el tercer domingo resalta una de las más importantes características que deben definir a un cristiano: la alegría.

A ella nos invita el profeta Isaías en la primera lectura.

Jesús en el Evangelio se presenta como Buena Noticia, que no puede producir más que gozo en quienes la reciben. Y eso es lo que busca el hombre rico de nuestro cuento de hoy. Pero una cosa tan clara y evidente como que el Evangelio es una experiencia de alegría, de gozo y de positividad, muchas veces, a lo largo de los siglos, lo hemos olvidado los cristianos, haciendo hincapié en una religión del dolor, del sufrimiento, de la mortificación, de las caras serias, de la represión de todo lo que pudiera oler a placer de vivir.

Claro que no estamos hablando de la alegría plástica y falsa que preconiza nuestra sociedad de consumo actual, que más que alegría de verdad ofrece simple ocio y entretenimiento y diversión.

Tampoco hablamos de la alegría natural que se deriva de que las cosas nos salgan bien. O de la alegría tonta de quien no se entera de la vida y la vive de forma inconsciente o irresponsable.

La Palabra de Dios y el cuento nos hablan de la alegría que nace de Dios, la alegría de sabernos amados siempre por El, la alegría que no se va cuando nos llegan los problemas y dificultades, la alegría de compartir los dones y talentos que hemos recibido de su bondad, la alegría de ser solidarios con el pobre, la alegría de valorar las cosas más sencillas que nos rodean, la alegría de dar vida a los que están como muertos en nuestra sociedad, la alegría de hacer andar a los cojos de alma y de espíritu, la alegría de transmitir luz a quienes ya no ven la hermosura de la creación, la alegría de hacer brotar la esperanza en medio del pesimismo que nos rodea, la alegría que nace de lo más esencial del Evangelio de Jesús que hoy es proclamado ante Juan el Bautista.

Continuemos el camino del Adviento y seamos en esta semana verdaderos misioneros y testigos de la alegría que da Dios y de la alegría que sentimos al compartir. Digamos al mundo con nuestro propio ejemplo, que no hace falta tener muchas cosas para ser feliz, al contrario, que la felicidad está precisamente en vivir de forma sencilla y solidaria. Y no nos quedemos con esa alegría en nuestro interior, se nos ha dado para contagiarla y transmitirla. Convenzámonos de que el mundo de hoy necesita más que nunca de esta alegría sana, sencilla y verdadera.