VI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Lc. 6, 17. 20 -26

Autor: Padre Diego Millan García

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EVANGELIO   


Bajando después con ellos, se detuvo en un llano donde estaban muchos de sus discípulos y un gran gentío, de toda Judea y Jerusalén, y de la región costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, mirando a sus discípulos, se puso a decir:

“Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque Dios os saciará. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos seréis cuando los hombres os odien, y cuando os excluyan, os injurien y maldigan vuestro nombre a causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo; que lo mismo hacían sus antepasados con los profetas. En cambio,¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis! ¡Ay, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, que lo mismo hacían sus antepasados con los falsos profetas!”


CUENTO: EL JUICIO FINAL

Después de haber llevado una vida sencilla y tranquila, una mujer murió. Se encontró dentro de una larga y ordenada procesión de personas que avanzaban lentamente hacia el Juez Supremo. A medida que se iban acercando a la meta, escuchaba cada vez con mayor claridad las palabras del Señor. Oyó así que el Señor decía a uno:

- Tú me socorriste cuando estaba accidentado en la autopista y me llevaste al hospital, entra en mi Paraíso.

Luego a otro:

- Tú hiciste un préstamo sin exigirle los intereses a una mujer viuda, ven a recibir el premio eterno.

Y luego a un médico:

-Tú hiciste gratuitamente operaciones quirúrgicas muy difíciles a gente pobre que no las podía pagar, ayudándome a devolver la esperanza a muchos, entra en mi Reino.

Y así sucesivamente.

La pobre mujer se iba asustando cada vez más, puesto que, por mucho que se esforzaba, no recordaba haber hecho en su vida nada extraordinario. Intentó apartarse de la fila para tener tiempo de reflexionar, pero no se lo permitieron: un ángel, sonriente pero decidido, no le dejó abandonar la larga fila.

Con el corazón latiéndole como un tambor y llena de miedo, llegó junto al Señor. Enseguida se sintió inundada por una sonrisa…y escuchó de los labios del Juez Supremo:

- Tú has planchado, durante largos años y con mucho amor, todas mis camisas…Entra conmigo a la felicidad.


ENSEÑANZA PARA LA VIDA:

Hoy domingo sexto ordinario se unen Evangelio y Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas. Y qué bien confabulados. Porque Jesús deja claro en el Evangelio lo que piensa y promueve la ONG católica: hay pobres porque hay ricos.

La causa de que se mueran 40 millones de hambre en el mundo cada año, de ellos 15 millones de niños, no es otra que la injusta desigualdad que existe en nuestra tierra, donde unos pocos disfrutan de los privilegios del bienestar, mientras que la inmensa mayoría de la humanidad debe conformarse con las migajas que caen de la mesa de los privilegiados.

Y parece que son las Bienaventuranzas de Lucas las más próximas a lo que dijo Jesús, puesto que Mateo las ha espiritualizado un poquito en función del tipo de comunidad a la que se dirige.

Pero Cristo es muy probable que no fuera tan dulce en su valoración de la pobreza y la riqueza como nos dice Lucas. Y es clara su opción preferencial por los pobres, los que lloran, los que sufren, los marginados, los rechazados. Para ellos hay palabras de ánimo y de esperanza. Por lo menos queda claro que si de parte de alguien está Dios es de los más pobres y ellos son sus predilectos. Pero no se queda ahí, a continuación arremete contra los causantes de este sufrimiento y les deja claro que el plan de Dios es otro muy distinto al acaparamiento de las riquezas por parte de los más espabilados. Para el Evangelio como para la doctrina social de la Iglesia desde los primeros tiempos, los bienes de la tierra son para todos y no para disfrute de unos pocos. Y no puede haber verdadera justicia ni paz mientras no se garantice esta igualdad de todos.

Ya sé que no es fácil el tema y que tiene muchos componentes y complejas interrelaciones en el mundo de hoy, pero es un escándalo lo que ocurre en nuestro mundo y esa desigualdad no es querida por Dios ni debe ser querida ni promovida por los cristianos.

Tampoco se trata de dar migajas ni de una caridad paternalista mal entendida. Hay que atacar el problema de raíz, y la raíz del problema es estructural. Las bases del mundo están mal puestas. Porque no son las necesidades de los pobres lo que mueve a los Estados ni a los poderes fácticos a organizar el mundo, sino los intereses de un grupo privilegiado de países que no quieren renunciar a sus privilegios ni quieren compartir sus beneficios a favor de un reparto más equitativo y justo de las riquezas mundiales.

Manos Unidas es un ejemplo de caridad evangélica auténtica, porque va a la raíz, y no sólo porque denuncia las injusticias, sino porque promueve la solidaridad en clave de proyectos de desarrollo. O sea, no da un pez para saciar el hambre hoy, sino una caña de pescar para que las personas puedan comer siempre con sus propios medios. No dan limosnas, dan medios para salir de la pobreza. Y por eso es tan importante colaborar con ellos y aportar nuestros medios materiales y humanos en esta hermosa misión.

A no ser que queramos escuchar de Jesús esa maldición que hoy dirige a los ricos y a los que causan sufrimiento, o con su silencio cobarde y cómodo permiten que tantos seres humanos, hermanos nuestros, mueran de hambre todavía en el mundo.

Y junto a esto, no olvidemos que personal y colectivamente podemos hacer fuerza para que los Gobiernos cumplan sus promesas de ayuda al desarrollo de los países pobres, participando en manifestaciones, firmas, huelgas, panfletos, boicots, campañas, todo lo que sea presionar a las instituciones para que no se olviden de la justicia y de las promesas.

Pero todo esto se puede quedar en nada si no hay conversión del corazón, cambio de nuestras actitudes egoístas, cómodas e insolidarias. Empezando por cambiar nuestras actitudes en la vida diaria, haciendo bien todas las cosas, con amor, con honestidad, con justicia. No debemos olvidar, como dice el cuento, que para Dios lo importante no está en las grandiosas cosas que hacemos sino en poner amor en todas las pequeñas cosas que cada día realizamos.

Conversión personal y lucha por la justicia es la llamada del Evangelio de hoy. Teniendo claro que la felicidad verdadera pasa por este compartir y esta entrega a los demás, incluso aunque eso nos cueste persecuciones, incompresiones y rechazos, como nos dice Jesús.

¡FELIZ Y SOLIDARIA SEMANA A TODOS!.