X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt. 9, 9-13

Autor: Padre Diego Millan García

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En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de recaudador de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. El se levantó y lo siguió.

Después, cuando estaba en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos . Viendo esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: “¿Por que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores”? Jesús los oyó y les dijo: “No son lo sanos lo que necesitan de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. 

              CUENTO:  LA RELIGIÓN DE LA VIEJA DAMA 

A una vieja dama de mentalidad muy religiosa, a la que no satisfacía ninguna de las religiones existentes, se le ocurrió fundar su propia religión. 

Un periodista, que deseaba sinceramente comprender el punto de vista de dicha dama, le preguntó un día: 

-¿De veras cree usted, como dice la gente, que nadie irá al cielo, a excepción de usted misma y de tus criada? 

La vieja dama reflexionó unos instantes y respondió: 

- Bueno…de la pobre María no estoy tan segura. 

ENSEÑANZA PARA LA VIDA:  

Este domingo nos presenta una idea realmente maravillosa, la esencia y la originalidad del mensaje cristiano: Dios es Dios de todos, no excluye a nadie; Dios no se fija en las apariencias humanas sino en el corazón de las personas. En el evangelio de hoy se nos presenta el ejemplo de Mateo y su llamada por parte de Jesús. Mateo era un recaudador de impuestos, o sea, un colaboracionista de los romanos, que en ese momento colonizaban Palestina. Ser recaudador de impuestos, aparte de traidor, era ser considerado un pecador público, apartado de la participación en la religión judía. No podía ir al templo ni rezar en la sinagoga, era un “apestado” social y religioso, un “hereje” religioso. Y es a éste hombre al que Jesús llama, para escándalo de los bienpensantes de la época, los fariseos. Y es que no es para menos. Jesús decide elegir para apóstoles a hombres fuera de la ley o de clases sociales bajas, incultas y poco practicantes de la religión oficial: pescadores, recaudadores de impuestos… ¡Vaya compañía la que se echa Jesús!. ¿Qué podía esperar de los guardianes del orden? Pues escándalo y condena, como así ocurrió, condena que lo llevó hasta la cruz. Pero qué extraordinaria lección de amor. Dios no se fija en las opiniones humanas, ni en el pasado de las personas, busca lo mejor del corazón humano para que emerja y se haga luz para otros. Leví era el nombre judío de aquel apóstol evangelista. Se pasó a llamar Mateo, regalo de Dios, en su nombre griego. Transformación no sólo del nombre, sino de la misión encomendada por Jesús. Quien ha sido un apestado para los hombres, será, por gracia divina, un regalo para los hombres. Quien ha sentido en sí mismo cómo Dios lo perdona, lo transforma, no puede desde ahora en adelante no ser otra cosa que mensajero de ese amor y perdón que él mismo ha experimentado. Experiencia que todos podemos tener. ¿Quién se considera digno del regalo de la fe? ¿Quién se considera tan perfecto que no necesite del perdón de Dios? ¿Quién no ha sentido en su propia persona la experiencia de la debilidad frente a un don tan grande? Pero qué fácilmente nos olvidamos de eso, qué fácilmente nos volvemos intolerantes y crueles con los defectos de los demás, qué fácilmente juzgamos, no el corazón, sino las apariencias, con qué facilidad nos creemos los buenos de la película, como la vieja dama del cuento, con cuánta hipocresía a veces nos escandalizamos de los pecados de los demás, sin darles la oportunidad de vivir una vida nueva y diferente. Qué daño hacen nuestros prejuicios, nuestras calumnias, nuestras condenas y falta de tolerancia. ¡Qué fácilmente juzgamos a las personas por su ideología, por su pensamiento político, por el color de su piel, por su legalidad, por sus tendencias sexuales, y por tantas y tantas etiquetas con las que clasificamos a los demás. El otro día leí una idea muy bonita. Decía que los santos no son sino diablos vueltos hacia el bien, es decir, que nadie puede considerarse perfecto, que todos podemos albergar algo de diablo, que lo importante es transformar esa posible energía negativa, por obra de Dios, en energía humanizadora y positiva, como le ocurrió a Mateo y a tantos otros que se dejaron humildemente llenar del amor infinito y misericordioso de Dios. Aprendamos de este evangelio y de este cuento, a no ser intolerantes, a no creernos buenos, a ser más humildes, a no mirar las apariencias ni la historia pasada de las personas, a no fijarnos tanto en las sombras de los demás. Todos tenemos algo de Leví y mucho de Mateo. ¡QUE PASÉIS UNA MUY FELIZ SEMANA!.