Solemnidad. Santa María, Madre de Dios
San Lucas 2, 16-21:
María, Madre de Dios; Reina de la Paz.

Autor: Mons. Diego Monroy Ponce

Vicario General y Episcopal de Guadalupe y Rector del Santuario

 

 

Demos gracias, hermanos y hermanas, y alabemos a nuestro Padre Dios que, al darnos a su Hijo, no desdeñó el vientre de una mujer, antes al contrario, cuando llegó el momento previsto por Él, eligió a María por la cual nos ha llegado la salvación.

 

Celebramos hoy la fiesta de la Madre de Dios. Una fiesta mariana. La más importante de las fiestas de María. Ningún otro título está por encima de este, que corresponde al fundamento de su grandeza. Todas las glorias de María, en efecto, se derivan de esta relación, misteriosa y luminosa a la vez, con el Dios único y verdadero.

 

Elegida desde la eternidad, María accedió, en la libertad y en la obediencia de la fe, a cooperar en la obra del Todopoderoso. Esta decisión de María es en la historia de todos los tiempos, el acto humano más trascendente. Ninguno como este acto de fe y de obediencia ha marcado el rumbo de la historia para toda la humanidad. En un tiempo, mis hermanos, en que no dejamos de sorprendernos por los avances de la técnica, este misterio de la fe cristiana no puede dejar de maravillarnos hasta llevarnos a la adoración y la gratitud.

 

Este misterio, mis hermanos, consiste en que Dios, en su infinita misericordia para con el hombre, con todo y su poder, se dignó valerse de una mujer a la cual pide permiso para actuar según su proyecto de salvación. ¡Éste es nuestro Dios! El Dios único y verdadero, que no actuó sin el consentimiento de la persona humana. No podemos dejar de admirar tanto respeto divino por la libertad de su criatura el ser humano. Otro aspecto del misterio del amor de Dios al hombre.

 

Es importante, queridos hermanos, subrayar todo esto, porque la maternidad divina de María es sí, una determinación divina, pero es también la manifestación de la grandeza y de la dignidad humana tan respetada por Dios su creador. Dios que tiene siempre la iniciativa de la salvación, porque es también su autor, no hace nada sin la cooperación humana. Por eso, veneramos a María como la escogida por Dios, pero también la alabamos y le agradecemos su obediencia y disponibilidad para colaborar en los proyectos de nuestra salvación.

 

Y para provecho nuestro, hermanos, es conveniente intentar una breve consideración sobre la causa de esa fe tan extraordinaria de María que la llevó a desempeñar un papel tan determinante. Así pues, parece que tenemos que considerar su capacidad de escucha de la Palabra de Dios como la fuente de una fe tan profunda como la suya. La meditación asidua y permanente de la Palabra, seguramente la capacitó para reconocer, en la invitación de Dios a través del ángel, el plan de Dios y para acogerlo en el amor y la gratitud. ¡No se puede obedecer a Dios en la fe si no se le conoce! Y no se le conoce si no hay trato continuo y amoroso con Dios a través de la oración y la meditación de los misterios del amor de Dios en la historia y en la vida personal. Esto sólo es posible desde la Palabra y con ella.

 

Seguro que fue determinante, para poder darnos la Palabra del Padre, el Verbo de Dios, su Hijo, la forma como Nuestra Señora acogió la palabra, es decir, de una manera  permanente y amorosa en la meditación y la oración. Igualmente nosotros no podremos llevar a Cristo a los demás si no contemplamos constantemente su Palabra hecha carne y hecha libro mediante la oración y la meditación, en primer lugar, pero también con el estudio. Y mejor aún, con la vida.¡Que la Palabra de Dios sea nuestro alimento!

 

En el inicio del año nuevo, dirigimos también nuestra mirada atenta a María, Madre de Dios y figura de la Iglesia (Max Thurian) para pedirle a Dios, por su intercesión, que nos conceda la gracia de su Espíritu para trabajar con perseverancia por la paz. La paz que, como todos los dones de Dios, es también una tarea. La paz, mis hermanos, es una obra de todos, pero nunca será sólida sin Dios. La paz no es sólo ausencia de guerra, aunque la incluye; es sobre todo trabajo, desarrollo, crecimiento, maduración y armonía con todos y con el mundo que habitamos; todo según los planes de Dios, Padre de todos.

 

Por eso la paz es también justicia y respeto por la dignidad humana en todos sus aspectos. Pero es, sobre todo, respeto por la vida y por el orden querido por Dios para transmitirla, conservarla y preservarla. No se puede aducir un supuesto desarrollo científico para justificar un falso derecho a violarla, inhibirla o manipularla. Hay que gritarlo: eso es inmoral. ¡Dios no lo quiere! Sólo a Dios le corresponde el derecho de darla y tomarla. El Dios único y verdadero sumamente respetuoso de la libertad y de la vida del hombre no está de acuerdo con esta aberración orgullosa de quienes pretenden producirla o alterarla al margen de su voluntad y  en contra suya.

 

Rezar y trabajar por la paz no es cosa de un día. En ocasión de esta jornada el Papa Benedicto XVI en su tradicional mensaje por la paz, nos dice que para construirla, es indispensable combatir la pobreza. No habrá un mundo mejor, cuando cada vez es más evidente la desigualdad entre ricos y pobres, siendo estos últimos los más, incluso en las naciones más desarrolladas.

 

La globalización, afirma el Papa, vista únicamente por economistas y sociólogos, no contribuirá en mucho al desarrollo y a la paz de los pueblos, sobre todo si ésta no abarca también la dimensión espiritual y moral de los mismos, la cual mira a los pobres desde la perspectiva de que todos comparten un único proyecto divino, el de la vocación de construir una sola familia en la que todos –personas, pueblos y naciones– se comporten siguiendo los principios de fraternidad y responsabilidad. 

 

Así pues, sugiere el Papa contra la pobreza, solidaridad global. La pobreza disminuirá cuando la globalización tienda a buscar los intereses de la gran familia humana, pero habrá de ser una fuerte solidaridad global entre países ricos y pobres. Esta globalidad debe ser no sólo de acuerdos, sino más bien como fruto de la ley natural inscrita en el corazón de cada uno de los seres humanos, para ello la Iglesia se presenta como signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, contribuirá ofreciendo su aportación para que se superen las injusticias e incomprensiones, y se llegue a construir un mundo más pacifico y solidario.

 

Concluye el Papa exhortándonos, recordando a su venerado predecesor León XIII: a ceñirnos cada cual a la parte que nos corresponde, pues la globalización por si sola nada puede hacer, requiere de nuestra caridad y de nuestra opción por los pobres, sólo desde ellos habremos de alcanzar la paz.

 

María, Muchachita; Niña mía la mas pequeña: Te encomendamos este año que comienza. Nos ponemos en tus manos para que nos conduzcas por los caminos de fraternidad, justicia y paz. Líbranos de la soberbia que ignora, oprime o aniquila a los que apenas comienzan a vivir. Enséñanos a caminar por los senderos de la concordia y el respeto a los más débiles. Te pedimos para nuestros gobernantes la sabiduría de ponerse al servicio y la promoción de la vida, especialmente de los que menos cuentan para el mundo. Te pedimos por las familias para que sean verdaderas escuelas de desarrollo integral. Te pedimos por los pastores, especialmente los obispos, para que cada vez más den testimonio de servicio humilde y desinteresado a todos, a fin de que la Iglesia sea un lugar privilegiado de encuentro con tu Hijo, Señor de la vida. Amén.