XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Mateo 9, 35-10,8:
¿Cómo es el Reino de Dios

Autor: Mons. Diego Monroy Ponce

Vicario General y Episcopal de Guadalupe y Rector del Santuario

 

 

Mis amados hermanos y hermanas, demos gracias a Dios, nuestro Padre porque nos ha llamado a formar parte del Reino de su Hijo querido, al grado de amarnos con el mismo amor con que lo ama. Agradezcamos también a su Hijo que movido por su gran misericordia, ha venido a enseñarnos el camino que nos lleva a su Padre y, por su obra redentora, ha hecho realidad la vocación para la cual Dios nos creó. Pero, también, reconozcamos la obra del Espíritu que nos mantiene en la esperanza y nos hace fuertes para mantenernos en el amor a Dios y a  nuestros hermanos, pues ésta es la única condición para alcanzar la pertenencia al Reino de Dios, que es de vida eterna. 

Mis queridos hermanos y hermanas, todo lo concerniente a Dios es misterio, porque Él mismo es misterio. Así sucede, por tanto, con su Reino. Todo lo que digamos de Él nunca será suficiente, mientras estamos en la historia, es decir aquí en la tierra y en el tiempo. Dios y su misterio están fuera de las categorías espacio-temporales. Y, sin embargo, mis hermanos, sólo contamos con el tiempo y el espacio para poder aproximarnos a su realidad misteriosa. 

Jesús, como buen pedagogo, sabía de nuestra experiencia mundana y terrenal. Y, coherente con su encarnación, que implicó asumir nuestra realidad histórica de tiempo y espacio, utilizó a la perfección estas dimensiones humanas de espacio y tiempo para explicarnos realidades que están más, mucho más allá de nuestra experiencia humana. Para alcanzar este propósito, echó mano de las parábolas, es decir; comparaciones o semejanzas que intentan hace pensar en realidades trascendentes. 

Hoy tenemos, desde la primera lectura tomada del profeta Ezequiel, una figura simbólica de la que se vale, llamada alegoría. Tanto la parábola, como la alegoría, pertenecen, entonces a la literatura a base figuras simbólicas. Como todas las comparaciones, también ésta cojea, como se dice comúnmente. Pero no podemos negar que son un recurso no sólo útil, sino hasta necesario para comunicar verdades trascendentes, pues a pesar de las limitaciones que puedan tener, es más importante lo positivo que contienen. Es el lenguaje figurado de la poseía. No podemos negar, mis amados hermanos, que Jesús fue un gran poeta. 

Par explicar la actividad misteriosa del Reino de Dios, Jesús se vale hoy de este recurso parabólico, tal como lo había hecho, seis siglos antes, el profeta Ezequiel en su actividad profética y que, para anunciar la restauración del reino, utilizaba la alegoría de agricultor que planta una ramita tomada de la copa de un cedro muy alto y sólo observa su misterioso crecimiento lento pero seguro al grado que una vez que ha crecido puede albergar a toda clase aves para darles paz y reposo. Lo que anuncia el profeta es que Dios no se deja vencer por los errores y pecados de lo hombres, pues aún castigando el pecado no sabe otra cosa que ser fiel a su proyecto a favor de su pueblo. Es el poder de Dios misericordioso y fiel que derriba a los poderosos y enaltece a los humildes (Lc 1,52). 

Así, pues, mis queridos hermanos y hermanas, en el Evangelio de san Marcos, Jesús, después de haber enseñado diversos aspectos de su doctrina, aparece hablando con una parábola de contenido orgánico para explicar el misterio del Reino de Dios. En concreto, ante las preguntas que se hacían ya en sus tiempos o después en la primitiva Iglesia, Jesús echa mano de este recurso literario para asegurar la realidad exitosa del Reino a pesar de las vicisitudes por las que pueda atravesar. La semilla que Jesús ha sembrado alcanza finalmente su objetivo, hasta la siega, es decir hasta dar los frutos esperados. Es cierto, mis hermanos, que sus comienzos son demasiado humildes, pero sus frutos serán grandiosos, sorprendentes. Y todo esto es así porque el reino es obra directa de Dios no de los hombres, por más que quiere contar con la participación humana.  

Mis queridos hermanos y hermanas, lo bueno es siempre obra de Dios y, a la larga se impone. Ojala que nos vayamos con esta convicción hoy: lo bueno es siempre obra de Dios y, a la larga se impone. El mal que se puede concretizar en soberbia y arrogancia, en odio y envidia, en lucha de poder y anarquía, en mentira e injusticia, en división y prepotencia… Mis amados hermanos, el mal no tiene ningún derecho; ni tienen la última palabra, no. Esta llamada de Jesús es, entonces, mis hermanos, una voz, la voz autorizada y reconfortante de Dios por la esperanza. Es también una invitación a que todos sigamos esforzándonos en  nuestro quehacer cotidiano como si todo dependiera de nosotros, pero sabiendo que el éxito es de Dios. Es decir: Jesús nos invita hoy a actuar con fe, actuar con esperanza, dejándonos llevar por el amor y la obediencia en su obra a favor de todos nosotros mismos, pero también a favor de los que menos tienen, a favor de los que cuentan menos para el mundo. 

En la Eucaristía, mis hermanos, en la Santa Misa, principalmente la Dominical, celebramos que Dios nos ha hecho entrar a su Reino en la persona misma de su Hijo. Pues, Él es la semilla que el Padre ha sembrado en la tierra, es decir en el mundo, donde ya está dando frutos a través de su pueblo que es la Iglesia, es decir, todos y cada uno de los que la formamos. Comprometámonos en este mundo que nos toca vivir con la certeza de que Dios es la garantía de que: si lo hacemos en su nombre, todo llegará a su fin de la manera más insospechada.  

En estos días, mis amados hermanos y hermanas, de responsabilidades políticas y de salud, dejémonos iluminar, dejémonos animar por la Palabra que el Señor nos ha dado, dejémonos animar por la enseñanza evangélica de este domingo. No nos desentendamos de ellas. Pongamos nuestro interés por conocer propuestas de partidos y de personas a la hora de votar, vayamos a votar, no dejemos de cumplir con este deber ciudadano, pero iluminados siempre por nuestra fe. Pero hagámoslo confiados en que Dios, Señor de la historia, nos asiste para que nuestro país siga por los caminos de la justicia, siga por los caminos de la paz, del progreso compartido, de la comunión fraterna. Y en lo que respecta a la salud, mantengamos todas las medidas de prevención que se nos han señalado. Todos somos responsables de todos, no olvidemos esto. Así nos quiere Dios nuestro Padre común. No olvidemos, mis hermanos, que está comprometido el éxito del Reino de Dios no sólo nuestros deseos o proyectos por legítimos y nobles que sean, esto tiene que ver con el Reino de Dios. No olvidemos tampoco que el Reino no es de este mundo, pero comienza, atención, mis hermanos, y se compromete hoy, aquí y ahora, en la historia que nos toca vivir. Debemos tener presente que nuestra salvación se determina al asumir estas responsabilidades históricas. 

Por eso, mis amados hermanos, seamos tierra buena, no tierra mala, no tierra pedregosa, no tierra con espinas, no tierra dura. Entonces, el Reino de los Cielos si somos tierra mala, pedregosa, dura, espinosa, no crece en nosotros y nosotros no crecemos con Él. Nosotros fuimos sembrados para crecer y un cristiano que se ha quedado enano no es apto para el Reino de Dios y que pena ¿cuántos cristianos enanos tenemos? que no fermento del Reino, que no son salve la tierra, que no son luz del mundo. No todo lo explica la ciencia de los hombres o la técnica. No puede explicar ni siquiera como el grano se haga tallo, planta, flor, fruto, menos ¿cómo el hombre se hace Dios? si vive enraizado y cimentado en el Hijo de Dios Jesucristo y respondiendo siempre con alegría y generosidad a la fuerza del Espíritu Santo. 

Pues, mis queridos hermanos y hermanas, que María Santísima, Nuestra Niña y Muchachita y Madre nuestra, Santa María de Guadalupe, nos acompañe, como desde hace 477 años lo ha hecho, que Ella nos acompañe en las metas a alcanzar en la historia de nuestra patria, de nuestro querido México y del mundo en el que nos ha tocado vivir.  

Amén.