Jueves Santo en la Cena del Señor
San Juan 13, 1-15

Autor: Mons. Diego Monroy Ponce

Vicario General y Episcopal de Guadalupe y Rector del Santuario

 

 

Mis amados hermanos y hermanas, que nuestro único orgullo sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, porque en Él tenemos la salvación, la vida y la resurrección, y por Él hemos sido salvados y redimidos. La celebración de esta tarde tiene un tono especial, quiere rememorar aquel mismo ambiente íntimo, intenso, que debía tener aquel encuentro de Jesús con sus discípulos. Antes de la Fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y en estos últimos momentos Jesús quiere reunirse con sus amigos para despedirse de ellos; para dejarles su último mensaje.

 

Nosotros esta tarde queremos ser aquellos amigos de Jesús, que estamos con Él en este momento importante, en este momento íntimo, porque le amamos, porque queremos cumplir su voluntad. Esta tarde comenzamos como un momento muy especial de gracia el Triduo Pascual, tres días que nos sumergen de una manera especial en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, nuestro Salvador. Iniciamos, pues, hoy celebrando la institución de la Eucaristía, como memorial de la Nueva Alianza. El desarrollo de la celebración nos llevará a considerar necesariamente otros aspectos del misterio. El servicio fraterno de la caridad y la institución del sacerdocio ministerial, íntimamente ligado a la Eucaristía. Pero, el gozo de este Triduo Santo que llega a su punto más alto en la Vigilia Pascual no puede ser ajeno al momento histórico por el que pasamos nosotros los mexicanos; al momento histórico por el que pasa este continente y la humanidad entera en esta terrible experiencia de inseguridad, de violencia, de narcotráfico, de injusticia, de impunidad, de crisis, no sólo económica, sino también de crisis de valores, de crisis económica por la voracidad de algunos cuantos.

 

De manera que los invito, mis amados hermanos y hermanas, a todos ustedes, a que dejemos que Dios a través de su Hijo Jesucristo no haga el servicio de hacer encontrar el sentido de estas acciones absurdas que contradicen el plan que se nos ha revelado por la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Permitamos a Jesús que nos lave los pies, es decir: que nos preste el servicio de salvarnos del odio y de la mentira; de salvarnos del orgullo y de la soberbia; de salvarnos de la insolidaridad y de la avaricia. A fin de que podamos nosotros por nuestra parte abrirnos unos a otros en el amor. Jesús se entregó por nosotros, como acción suprema del amor de Dios por nosotros y nos mandó que nos atreviéramos a ser también nosotros lo mismo. Que nuestra felicidad no dependiera de otra cosa, que no fuera el amor hacia los hermanos, el amor hasta la muerte por todos aquellos especialmente que nos necesitan. Y bien sabemos cada uno de nosotros quienes nos necesitan, hoy, aquí y ahora, no, es difícil buscar, mis hermanos, encontrar quienes urgentemente necesitan de nuestro apoyo, de nuestro cariño, de nuestra ayuda, de nuestro consejo, de nuestro aliento, de nuestro dinero. Nadie es tan pobre que no tenga nada que compartir con los demás. Nadie es tan rico que no tenga necesidad de los demás.

 

Mis amados hermanos, el Señor Jesús nos deja en el pan y en vino de la Eucaristía el signo y la presencia de su entrega por amor a todos nosotros. La Eucaristía, mis hermanos, es el signo eficaz del amor de Dios por nosotros y por eso la fuente del amor en el servicio de unos con otros. El servicio que da sentido a todo lo que vivimos en la ventura y en la desventura. El servicio es lo que más nos asemeja a Dios, porque es la mejor expresión del amor.

 

Esta tarde, mis amados hermanos y hermanas, en el memorial de la Cena del Señor hagamos la intensión de unirnos a la oración de Cristo por toda la humanidad, no sólo por nuestro continente de América, no sólo por nuestra nación mexicana incluso por los que lo rechazan, que es muy probable que muchos lo rechacen por culpa nuestra, porque Cristo se ofreció por todos.

 

El sentido más profundo de la Celebración Eucarística es la acción de gracias. Acción de gracias por todos sus dones principalmente por el don más excelente, su Hijo con quien hemos recibido gracia, sobre gracia. Una multitud de dones y entre ellos la vida a la que estamos invitados a participar desde ahora en la medida en que nos unamos a Él mediante el Sacramento de la Eucaristía y la práctica del amor fraterno. La vida a la que hemos sido llamados por el amor de nuestros padres vale mucho, en la jerarquía de valores ocupa el primer lugar. Merece por eso el máximo respeto en cualquiera de sus etapas y cuando los cristianos nos proponemos defenderla y nos proponemos, y nos oponemos a todo lo que la pretenda disminuir o eliminar, no estamos haciendo otra cosa que lo que hizo Jesús al restituirla, al sanarla o mejorarla. Pero, sobretodo, mis hermanos, al ofrendar la suya. Haciendo todo esto hoy especialmente con los que menos cuentan, es como aseguramos nosotros la vida eterna. En otras palabras, mis amados hermanos y hermanas, Jesús nos ha prometido que podremos obtener la vida eterna, pero sólo mediante el camino del servicio, sólo mediante el camino de la entrega.

 

Mis hermanos, que no es otra cosa que el de la cruz y del amor: amor, servicio y vida, es lo que celebramos hoy en este Jueves Santo. Jesús en su vida mortal nos enseñó con su propio ejemplo, que son inseparables y es lo que significa la Eucaristía, que es ante todo un encuentro de hermanos con el Hermano Mayor ante el Padre, el Buen Padre Dios de Jesús y nuestro. Junto con la Eucaristía e inseparablemente de ella, más aún en función de ella, Jesús nos ha dejado el don del sacerdocio ministerial. Es un don para la Iglesia, en primer lugar: más que un don personal, no, Dios no nos ha llamado por meritos propios, sino por pura gracia suya. Por el ejercicio sacerdotal la Iglesia se congrega para la escucha de la Palabra y para ofrecer a Cristo el pan y para ofrecer a Cristo al Padre y con Él también ella se ofrece.

 

Hoy, mis queridos hermanos y hermanas, es una buena ocasión para valorar y orar por las vocaciones sacerdotales, desde luego por los sacerdotes para que cada día en calidad a semejanza de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote nos entreguemos a ustedes. El sacerdote no es sacerdote por profesión, es sacerdote por donación, por entrega y vale la pena ser sacerdote, vale la pena consagrarse a Dios. Ojala que alguna familia de las aquí presentes, de las cientos, de las miles y millones de familias que en estos momentos nos están escuchando a través de la televisión y de la radio le ofrezcan al Señor alguno de sus hijos. Le digan al Señor: Señor con sencillez, con valentía Señor si quieres llama a uno de nuestros hijos al sacerdocio, llámalo para Ti Señor.

 

Por tanto, mis hermanos, oremos para rogar al Padre de misericordia, que suscite en los corazones de muchos jóvenes el deseo de consagrar la vida al servicio del Reino y de sus hermanos. Muchos son los llamados, pocos los decididos, que hayan jóvenes que se decidan, que sean valientes a seguir a Cristo en el sacerdocio ministerial. Por nuestra trabajemos para que en nuestras familias, insisto, mis hermanos, se viva de tal manera los valores del Evangelio, que sea el mejor semillero, que sea el mejor ambiente para cultivar las vocaciones sacerdotales, que urgentemente necesitamos. La míes es mucha, los obreros son pocos.

 

Terminemos nuestra reflexión agradeciéndole a Jesús su invitación a estar con Él esta tarde tan importante, tan íntima y digámosle, que como decía al principio, le amemos y queremos cumplir su voluntad y que estamos convencidos que como discípulos suyos tenemos que distinguirnos por nuestra capacidad de amar. Tenemos que distinguirnos por nuestra capacidad de entrega de servicio hasta el extremo, hasta la muerte, como Jesús. Y es sólo, mis hermanos, como se podrá resucitar, como se podrá resucitar, como se podrá llegar a la vida nueva, a la vida eterna. Donde quiera que haya un cristiano, debe reconocerse por un perfume especial: el de la caridad, el del amor, el del servicio. Cristiano es el que más ama y el que ama mejor y a la manera de Jesús. Dicho de manera personalizada, cristiano es el que se siente amado por Jesús y quiere amar como Él, a la manera de un Dios.

 

Amén.