IV Domingo de Pascua, Ciclo B
San Juan 10, 1-10:
Jesús, es el unico Salvador

Autor: Mons. Diego Monroy Ponce

Vicario General y Episcopal de Guadalupe y Rector del Santuario

 

 

La salvación, mis queridos hermanos, no es para los cristianos una teoría religiosa. Aunque el deseo de felicidad y de plenitud está inscrito en el fondo del ser humano, la fe cristina no pretende dar sólo ideas o explicar acerca de cómo podemos esperar o trabajar por conseguirlo. Nos debe quedar bien claro que el cristianismo no es una teoría o conjunto de doctrinas de salvación o reglas de moral para conseguirla.  

No, mis hermanos, la fe cristiana centra su atención, su misión y su enseñanza en una persona concreta que nos salva. Esta persona se llama Jesucristo. Así lo enseñó desde el principio la Iglesia naciente, como lo podemos comprobar leyendo los Hechos de los Apóstoles. Así lo afirma san Pedro, en el texto de este domingo, para explicar la curación del paralítico (3, 1-10) al referir el hecho no a su poder sino al de Jesús. Este hombre aparece sano ante ustedes  en virtud del nombre de Jesucristo Nazareno,… Nadie más que él puede salvarnos, púes sólo a través de él nos concede Dios a los hombres la salvación sobre la tierra, explica el apóstol. Así fue, mis hermanos, la formulación más original y primitiva de la fe. ¡Jesús es Mesías, Señor y Salvador! 

Por su parte, san Juan en su evangelio nos revela como ningún otro evangelista “lo más íntimo y entrañable de la identidad de Jesús” (J. Apecechea). En efecto, mis hermanos, el evangelio de Juan es el único que recoge en labios de Jesús el nombre propio de Dios, el que reveló en el Sinaí y quedó en gran número de documentos del Antiguo Testamento: Yo soy dice Jesús, efectivamente, mis hermanos, en el evangelio de Juan, para identificarse con la puerta, la luz, el camino, la verdad, la vida, el pan, la vid, etc., además de los que nos refiere el Apocalipsis. Ahora lo escuchamos decirnos: Yo soy el Buen Pastor. Tantos signos que empleó Jesús, tomados de la tradición bíblica, y sin embargo, mis hermanos, con toda la riqueza de contenido que entrañan, ninguno de ellos agota el misterio del Hijo de Dios y Salvador nuestro. 

La figura del pastor es usada especialmente por la tradición profética, pero no falta en otras partes, por ejemplo en el salmo 22 donde el salmista proclama abiertamente ¡El Señor es mi Pastor, nada me falta!  

Jesús emplea, esta figura de una manera tan sublime que no nos permite caer en la cuenta del deshonor con que eran vistos los pastores de su época. Una vez más vemos cómo los personajes más despreciados de la sociedad judía son los preferidos por Jesús, según san Lucas, desde su nacimiento. En efecto, éstos se tenían por impuros por permanecer por mucho tiempo lejos del ámbito social normal, de la familia y del culto en el templo. Pero Jesús se identifica como buen Pastor, en la línea de la revelación del Antiguo Testamento. No es un jornalero a quien sólo le interesa el sueldo, se identifica más bien con el dueño de las ovejas, al grado de que las conoce por su nombre y se da, entonces, una relación íntima entre él y ellas por el mutuo conocimiento. Pero él siempre está adelante en todo, hasta el punto de dar la vida por ellas. 

Hermanos, este es nuestro Salvador y Señor Jesucristo. Es un pastor único que no pide, no espera de nosotros nada más que le demos oportunidad de que Él nos dé. Desde el principio del cristianismo, ésta figura del pastor fue la imagen de la ternura y el amor de Dios para con la humanidad realizada en Jesucristo. Si el Pastor está dispuesto siempre a protegernos y rescatarnos de todo mal y, en cambio, procurarnos siempre el bien en todo, no nos queda otra cosa, mis hermanos, que seguir confiando y ponernos en sus manos para vernos libres de todo tipo de amenazas, tales como la que hoy, en estos días estamos sufriendo como pueblo junto con otras comunidades del mundo. Él, que da la vida en plenitud, como salvador de sus hermanos, está dispuesto a ser para nosotros los que nos confiamos a Él, la mano misericordiosa del Padre para sacar adelante a sus hijos. La fe en nuestro Salvador, entonces, nos lleva  a esperar que, pase lo que pase, lo que nos suceda será siempre para nuestro bien. Sin embargo, desde nuestra pobreza y limitación podemos, con toda confianza expresarle nuestros deseos, sabiendo que siempre nos concederá lo mejor. 

La figura del Buen Pastor también ha de servirnos a todos en estos días y siempre, para ser por nuestra parte verdaderos pastores para los que nos necesitan. Siempre hay alguien que depende de nosotros o está pendiente de nuestras indicaciones o decisiones. Están especialmente invitados u obligados a asumir la figura de pastores quienes tienen autoridad, ya que ante todo ésta es servicio a la comunidad. Nadie es absolutamente independiente. Todos necesitamos en algún momento del pastor o guía que coordine las actividades que atraigan el bien común. Eso sucede en la familia, en la escuela, en la Iglesia y en el Estado. Ojalá, mis hermanos, confiando principalmente en la bondad del Buen Pastor, tomemos la decisión firme de trabajar junto con las autoridades para salir adelante en estos momentos difíciles, pero que son también un desafío a nuestra forma de vivir la fe, la esperanza y el amor. ¡ÁNIMO, MIS HERMANOS, ES TIEMPO DE CRECER Y DE PONER EN ACTO NUESTROS VALORES! Especialmente los que hemos aprendido de nuestro Maestro y Señor en el Evangelio.  

Nuestra Niña, Señora Celestial y Madre Misericordiosa, Santa María de Guadalupe que siempre está pronta a salir en nuestro auxilio, nos asiste ciertamente con su ternura intercediendo por nosotros y nos acompaña en este esfuerzo de solidaridad con los enfermos. A su intercesión confiamos también a los que se ha ido a causa de esta epidemia.  Que cale profundamente en nuestros corazones sus maternales palabras: “¿No estoy aquí, yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de su alegría? ¿No están en el hueco de mi manto y en el cruce de mis brazos? ¿Tienen necesidad de alguna otra cosa? NO TEMAN ESTA ENFERMEDAD NINGUNA OTRA COSA PUNZANTE, AFLICTIVA”.  N. M. 118-119. Amén.