VI Domingo de Pascua, Ciclo B
San Juan 15, 9-17:
Vivir en al Amor por la obediencia

Autor: Mons. Diego Monroy Ponce

Vicario General y Episcopal de Guadalupe y Rector del Santuario

 

 

Mis queridos hermanos: Dios jamás se cansa de amarnos. No deja de manifestarnos su paciencia y su ternura a pesar de nuestras infidelidades y rebeldías. Nosotros somos, en cambio, con mucha frecuencia, inestable y muy volubles en el amor que decimos profesarle. Muchas veces hasta llegamos a reclamarle después de que hemos actuado en contra de su voluntad. Con todo esto, mis amados hermanos y hermanas, en Dios no hay alternativa: no sabe hacer otra cosa que amarnos.

 

Miren, mis amados hermanos, nosotros escuchamos en la Carta de san Juan: Dios es amor. Misterio insondable. No es que tenga amor, sino que es amor, que se define como amor, que vive de amor, que no puede sino amar y no puede hacer nada que vaya contra el amor, porque se destruiría así mismo. No puede haber mejor noticia, saber que el principio, el centro y el fin de todo es la poderosa energía del Amor. Y saber que Dios te ama, pase lo que pase. Y saber que, si estamos hechos a su imagen y semejanza, el dinamismo constitutivo del hombre no puede ser otro que el amor. ¡Qué hermoso Evangelio hemos proclamado!

 

Precisamente, hermanos míos, si Dios es amor, si nos ama tanto, nosotros, por parte nuestra, deberíamos tener presente esto en el momento de calibrar nuestra fe, así como la forma más auténtica de darle el culto que se merece. Porque frecuentemente nos da por hablar de nuestra devoción por Dios a partir de meras prácticas exteriores que, hablando honestamente, poco tienen que ver apenas con la religión verdadera y casi nada con la una fe auténtica: la que se vería reflejada en nuestra actitud de obediencia, en nuestra actitud de amor al Señor, al Señor de la vida y reflejo vivo de Dios que es: Jesucristo.

 

Recordemos el domingo pasado, mis hermanos, Jesús decía, muy claramente: la calidad de relación entre Él y nosotros, sus discípulos: YO SOY LA VID, USTEDES SON LOS SARMIENTOS. El Señor Jesús de esta manera explicaba, en el discurso de su despedida, y en un primer momento, cómo es una realidad ‒ que no tiene alternativa ‒ la total dependencia de los discípulos con respecto a Él, como vid verdadera, en lo que mira a la misión ineludible de dar frutos. Este domingo, el Señor Jesús nos habla más bien de sí mismo indicándonos lo que Él hace con respecto a su Padre y lo que nosotros hemos de hacer con respecto a Él, si queremos ser verdaderamente discípulos suyos.

 

De esta forma, mis queridos hermanos y hermanas, Jesús nos enseña cómo es la profunda y total comunión de vida entre Él y nosotros como discípulos suyos subrayando que Él es la fuente de la vida por la que nos mantenemos vivos para dar los frutos que Él espera de nosotros sin los cuales no podemos llamarnos hijos de Dios.

 

Mis amados hermanos y hermanas, ya hace ocho días, en el Evangelio, en la Palabra proclamada nos referíamos al significado de la permanencia que nos señala Jesús como advertencia para dar esos frutos y que tiene que ver con la obediencia de sus mandatos. Hoy en el Evangelio nos especifica muy clara y puntualmente, que lo que más le importa es la vida en el amor fraternal, como expresión de esa obediencia a Él, de la misma manera como Él obedece a su Padre en el amor, es bien clarito el Señor Jesús: “COMO EL PADRE ME AMA, ASI LOS AMO YO… COMO YO LO HES AMADO, AMENSE LOS UNOS A LOS OTROS”.

 

Miren, el Señor Jesús nos está diciendo que la relación entre Él y su Padre es el modelo de la relación entre Él y nosotros. Es así como tenemos garantizada una relación de amor, la única capaz de producir vida eterna. Así como Él recibe todo del Padre, así nosotros hemos de recibirlo todo de Jesús, diríamos la cepa de vida eterna, y de nadie más, mis hermanos, más que del Señor Jesús. Un poco antes Él había proclamado sin embargo, que: Él es el camino, la verdad, que Él es la vida (14,6).

 

El Señor Jesús nos ha explicado cómo es el amor del Padre, amándonos. Toda la vida de Jesús, sus palabras, sus signos, sus gestos, su pasión, muerte, su pascua gloriosa y su resurrección gloriosa sn pruebas definitivas de ese amor divino. Ningún hombre podía amar tanto, nos amó hasta el extremo, hasta el madero, hasta la cruz. El superó y trascendió los límites y las capacidades humanas, de manera que el hombre, desde Cristo, ya es más que hombre. Pero también nos está revelando algo de importancia trascendental: que sólo por Jesucristo podemos tener el verdadero acceso al Padre, su Padre que es también nuestro, y a su vez la forma como el Padre nos comunica su amor que es su Hijo y Señor nuestro, Jesús. Efectivamente, mis amados hermanos, Jesús nos dice: que el principal encargo recibido de su Padre, que Él cumple en plenitud, es precisamente amarnos a todos y a cada uno de los miembros de la humanidad. Para enseñarnos eso, mis hermanos, Jesús declara que es nuestro amigo y nos ha elegido primero antes de que nosotros optemos por Él, que da su vida por nosotros y comparte con nosotros todo lo que conoce del Padre.

 

Miren, todo eso, mis amados hermanos y hermanas, me parece que tiene derecho a esperar de nosotros, y por nuestro propio bien, UNA ADHESIÓN QUE VA MUCHO MÁS ALLÁ DE UNA INFORMACIÓN SOBRE SU PERSONA O CIERTA SIMPATÍA POR ÉL. Jesús no quiere fans, ni somos fans de Jesús, como ahora decimos, no, Él quiere que seamos sus discípulos y por eso Él exige, lo subrayamos, como Él lo hace, exige NUESTRA TOTAL ADHESIÓN A SU PERSONA, UNA TOTAL ADHESIÓN A SU MISIÓN,  y sólo así nos amaremos los unos a los otros como Él nos ha amado. Humanamente diríamos, mis amados hermanos, que es imposible amar como Jesús, pero Él nos ha dado la capacidad, no sólo con el ejemplo, sino sobretodo derramando abundantemente su amor, que es Espíritu Santo, derramándolo abundantemente en nuestros corazones, como bien lo dice Pablo en la carta a los romanos (cf. Rm 5,5). Acojamos con gratitud esta Palabra del Señor.

 

Es lo que en la Iglesia realizamos como hermanos suyos individual y comunitariamente, cuando celebramos los sacramentos, especialmente el sacramento de la EUCARISTÍA, pero también cuando, como Iglesia, nos comprometemos en su nombre para anunciar al mundo su Evangelio de salvación. Pero todavía más importante, mis hermanos, es vivir en el mundo como discípulos de Cristo siendo testigos del amor que Dios nos tiene poniéndonos al servicio de todos, pero muy especialmente de los que menos cuentan a los ojos de los poderosos.

 

Quiera nuestra Niña y Celestial Señora, la Señora del Tepeyac, nos alcance de Dios la gracia de servir incondicionalmente a su Hijo en todo lo que a Él le interesa, especialmente a favor de sus hijos más pequeños.

 

Amén.