IV Domingo de Pascua, Ciclo C

Jn 14, 23-29. Testamento y despedida

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras.

La palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.

La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: 'Me voy, pero volveré a su lado'. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean". (Jn 14, 23-29).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

Jesús prepara a los discípulos para su partida, dándoles oportunas recomendaciones.

Volverá a su Padre, de donde salió, y les enviará al Espíritu Santo, para que les ayude a comprender y practicar las palabras que él les comunicó. El evangelio de este domingo forma parte de todo un testamento, o discurso de despedida de Jesús.

Jesús habla del amor, de la palabra, del compromiso, de su presencia y la de su Padre, en nuestras vidas: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. Jesús no deja pasar la oportunidad de instruir y formar a sus discípulos de explicarles el por qué de su partida.

Por si esto fuera poco, ahora que se va, les ofrece una garantía más, el acompañamiento y la asistencia del Espíritu Santo: “Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho”.

No es que el Espíritu Santo venga a dar lecciones suplementarias o venga a llenar algunas lagunas que dejó Jesús; el Espíritu Consolador es el asistente, ayudante o “maestro”, que nos recuerda de manera viva las mismas palabras de Jesús y provoca en nosotros una respuesta de amor.

Nos confirma en todo aquello que Jesús nos ha enseñado y nos conduce a su cumplimiento.

Jesús se despide, pero su despedida no es como ésas que te dejan con el corazón apachurrado y con lágrimas en los ojos, no. esta despedida es distinta, es una despedida alegre y llena de esperanza: “Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo”.

Jesús regala su paz a los discípulos, para que no se acobarden ante los sucesos dolorosos que se avecinan. Es la paz que nos da su presencia continua entre nosotros, pues El siempre está a nuestro lado, sobre todo en las celebraciones litúrgicas.

La Eucaristía es su presencia por excelencia. Con este alimento, podemos caminar incluso por los duros desiertos de la vida. Con la fuerza que encontramos en la visita al Santísimo Sacramento del Sagrario, emprendemos la marcha de cada día, y no nos acobardamos ante lo difícil de nuestra misión.

No se puede ser un buen cristiano sin la ayuda del Espíritu Santo. Por tanto, es necesario aprender a orar a esta persona divina, para que nos ilumine la mente y nos abra el corazón, y así la palabra de Dios se haga vida en nosotros.

Hay grupos que oran mucho al Espíritu Santo y ayudan a la vida cristiana. Son muy apreciados por la Iglesia, si se coordinan con la parroquia y se integran al plan diocesano de pastoral.

Cuando haya problemas, soledad, cansancio y tentaciones, no hay que perder la paz, ni acobardarse, sino ir a las plantas de Jesús sacramentado, en el Sagrario, y allí desahogar el corazón ante El. El nos dará su paz y nos levantaremos con una nueva fuerza para continuar con nuestras obligaciones y nuestra misión.

No hay que escandalizarse cuando algunos miembros de la Iglesia, sobre todo pastores, no seamos tan resplandecientes. Apelamos a la madurez cristiana de los creyentes frente a los hechos dolorosos que muchas veces magnifican los Medios de Comunicación; por lo cual pedimos perdón a Dios, a su Iglesia y a nuestro pueblo.

Que el Señor tenga misericordia de todos nosotros y nos ayude a reparar semejantes ofensas. A veces, los medios informativos resaltan fallas de los sacerdotes, que son reales, pero se sobredimensionan. Sin embargo, nuestra fe está cimentada en Cristo. La luz y la gloria que nos guía es el Señor. Los ministros procuramos sostener el edificio de la Iglesia, pero el cimiento fundamental es Cristo, y El nunca nos falla, aunque vengan estos dolorosos acontecimientos.

En la aclamación antes del Evangelio, se proclama esta promesa del Señor a sus discípulos: “No los dejaré desamparados; me voy, pero volveré a ustedes y entonces se alegrará su corazón” (Jn 14,18; 16,22). En verdad, el Señor no nos abandona. Y su presencia viva en la celebración eucarística, es una prueba inequívoca de que continúa entre nosotros.