V Domingo de Pascua, Ciclo C

Jn 13,31-33. 34-35. Un mandamiento nuevo

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

""Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”. (Jn 13,31-33. 34-35).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

Estamos ya en el quinto domingo de las fiestas por la resurrección de Jesucristo. El Evangelio de hoy resalta que la cruz, instrumento de muerte y derrota, es asumido por Jesús como “su hora”, como la forma de glorificar al Padre y de ser glorificado por él.

Desde su trono en la cruz, puede decir: "Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas" (Apoc 21,5). En la cruz, Jesús nos manifiesta su amor supremo. Y este amor de unos con otros es el nuevo mandamiento que nos deja a sus seguidores, el que nos identificará como cristianos. En la medida en que nos amemos, habrá “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apoc 21,1).

Todos anhelamos un mundo nuevo, un mundo más justo y fraterno, unas familias mejor integradas, con buenas relaciones, con un corazón más cercano a los que sufren. Sin embargo, exigimos que los otros sean los que cambien, y nosotros poco nos urgimos para esta conversión al amor.

Otro mundo será posible, sólo por el amor. La palabra “amor” se ha desgastado e infravalorado. Basta escuchar el lenguaje de muchas canciones y películas, de programas de radio y televisión, para comprobar que se le ha reducido a una sensación física de placer, a la complacencia erótica egoísta, a un sentimiento del corazón. No se compara con el amor de Jesús, que consiste en entregar su vida por nuestra salvación.

El mensaje de Jesús en el Evangelio de hoy es claro y definitivo: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.

Por tanto, si usted ama como ama Jesús, es discípulo de él; de lo contrario, no lo es, aunque oficialmente se diga católico o evangélico. ¿Cómo demostramos amarnos unos a otros?

Jesús nos demostró su amor entregando su vida por nuestro bien, sufriendo la cruz para rescatarnos de la muerte, sacrificando su cuerpo para que fuéramos felices. Este es el estilo del amor de Jesús.

Este habría de ser el estilo de nuestro amor: sacrificarnos para que los otros sean felices, trabajar para que no les falte lo necesario, darles nuestro tiempo para escucharles, desgastarnos calladamente en las responsabilidades diarias, sea en la familia, en la escuela, en el trabajo, o en las tareas pastorales.

La gloria de Jesús y la glorificación que él hace de su Padre, pasa por la cruz; es decir, por la entrega de su vida. Servir diariamente a la comunidad y a la familia, ha de ser nuestra gloria. Servir al pueblo, ha de ser la gloria de un representante público, de un sacerdote, de un dirigente.

Dar nuestro tiempo, desgastar energías y recursos, recorrer distancias y atender pacientemente a los que anhelan ser escuchados, es la gloria de quienes hemos recibido una encomienda al frente de la comunidad.

El apóstol San Juan, en su Apocalipsis, nos presenta en estos términos una visión gloriosa de la Iglesia: "Vi que descendía del cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia, que va a desposarse con su prometido.

Oí una gran voz, que venía del cielo, que decía: 'Esta es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo. Dios les enjugará todas sus lágrimas y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque ya todo lo antiguo terminó'. Entonces el que estaba en el trono, dijo: 'Ahora voy a hacer nuevas todas las cosas' " (21,2-5).

Esta visión será real, en la medida en que nosotros, al interior de la Iglesia, pongamos en práctica el Mandamiento Nuevo y nos amemos al estilo de Jesús.

Recientemente he cumplido 33 años de ser Obispo y cumpliré seis años de haber recibido el Palio Arzobispal, el distintivo propio del Arzobispo. Pero les aseguro que aunque lleve conmigo ese signo arzobispal, no por ello seré auténtico Cristiano, seguidor y discípulo de Cristo, si no cumplo el mandamiento del amor al prójimo. Al fin de mi carrera seré juzgado ante Dios, no por el Palio Arzobispal, sino por haber amado a mis hermanos, como Cristo nos ha amado.

El próximo jueves celebraremos el día de las Madres y en la próxima semana, el día de los Maestros; éstos son algunos de los grandes protagonistas que están llamados a generar “cielos nuevos y tierra nueva”, verdaderos cambios, en nuestra sociedad; pero ¿Qué podrá acontecer, si nuestras Madres se olvidan que son por vocación el “Sancta Sanctorun” de la vida?

¿Qué seguirá pasando en la niñez y en la Juventud, abandonadas a su suerte, cuando se sigue viendo con tristeza, que muchos Maestros están cambiando el salón por el plantón? ¡Hagamos nuevas todas las cosas, por el Mandamiento Nuevo del Amor!