IV Domingo de Adviento, Ciclo C

Lc 1,39-45. María y la Navidad

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado por parte del Señor”. (Lc 1,39-45).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

El Evangelio de hoy, nos dice que la Virgen María, apenas se retira el ángel de su presencia, “se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno. Se encuentran dos mujeres embarazadas: una muy joven, y otra entrada en años. El embarazo de ambas es motivo de gran alegría y esperanza, no sólo para el niño que está en el seno de Isabel, Juan Bautista, sino para toda la humanidad.

Isabel, “llena del Espíritu Santo, exclamó: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”. Lo que hace bendita a María es el fruto de su vientre, Jesús. El nacimiento de este Niño cambiará la historia; por ello, canta la antífona de entrada de la Misa de hoy: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al justo; que la tierra se abra y haga germinar al salvador” (Is 45,8).

Isabel continúa: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?” Es lo mismo que deberíamos decir: No somos dignos de que Dios mismo, por medio de María, se haga presente hoy y aquí entre nosotros. Celebrar el gran misterio de la Navidad rebasa nuestros méritos. Es una gracia inmerecida. Por ello, se pierden de un gran regalo quienes no se acercan a la Misa y a los demás sacramentos.

Isabel concluye con una alabanza a la fe de María: “Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado por parte del Señor”. Esta es la grandeza de María: ser mujer de fe, que se fía de la Palabra de Dios y responde al ángel: “Yo soy la esclava del Señor; que se cumpla en mí lo que me has dicho” (Lc 1,38).

María e Isabel son dichosas por el hijo que llevan en su seno. Es necesario que las mujeres valoren su feminidad también por su maternidad. Que nadie se atreva a destruir el fruto de sus entrañas. Un hijo, aunque tenga apenas unos segundos de concebido, es una persona humana, con todos los derechos, igual que el derecho que tiene su propia madre a la vida. Aunque algunas que indebidamente se llaman “católicas con derecho a decidir” se incomoden contra los obispos y sacerdotes porque defendemos el derecho a la vida de los no nacidos, nuestro criterio no está sujeto a lo que este “mundo” acepte, sino que tratamos de ser fieles a lo que enseña el mismo Dios en su santa revelación. Es obvio que una madre tiene derecho a proteger su propia vida, pero no a costa de asesinar al fruto de sus entrañas.

María es aclamada por Isabel a causa de su gran fe, por haber creído en lo que le fue anunciado. Esta actitud de fe es la que más requerimos en nuestro tiempo. Si las encuestas que hoy se acostumbran y practican demuestran que muchos católicos piensan en forma diferente a la doctrina de la Iglesia, esto no significa que dicha doctrina deba modificarse, pues no es suya; más bien, los que aún se consideran católicos deberían profundizar en su fe, conocerla y ser fieles a la misma, en vez de dejarse llevar por lo que el cuerpo y la moda les solicitan. Es necesario promover más a las mujeres, a las religiosas, a las fieles laicas, en particular a las indígenas, tanto en la sociedad como en la Iglesia, y reconocer más sus derechos.

Hay agrupaciones que se califican a sí mismas como “católicas”, sin serlo, y que promueven leyes y cambios en la Iglesia y en la sociedad, como el aborto, los anticonceptivos, el sacerdocio de la mujer, la equiparación de uniones homosexuales con el matrimonio, todo lo cual no está en consonancia con la Palabra de Dios y con la doctrina de la Iglesia Católica. Contrasta su actitud con la de la Virgen María, por cuya mediación nos llegó el Salvador.

Estando ya tan cercanos a la Navidad, la Iglesia nos presenta la figura de la Virgen María, como el ejemplo de quien mejor se preparó para tan gran acontecimiento. Dios irrumpe en nuestra historia, por medio de una mujer, María. Que su fe y su amor nos guíen, para que estas fiestas navideñas den todo el fruto que Dios quiere.