Solemnidad de la Santísima Trinidad

Jn 3, 16-18

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:  

 

“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. E1 que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios” (Jn 3, 16-18). ¡Palabra del Señor! ¡Gloria ti, Señor Jesús!

 

Comentario:

Después de haber celebrado los misterios de la Navidad y de la Pascua, que son los dos periodos fuertes de la liturgia, la Iglesia nos invita a centrar hoy nuestra atención en la Santísima Trinidad, que es el origen y el sentido de todos los misterios divinos. Esta fiesta es como una síntesis de todo el año litúrgico. Dios es amor, y por ello, no es un Dios solitario, sino un Dios que es relación, que es tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Aquí está el modelo de toda familia, de la sociedad humana y de la misma Iglesia.

En el escudo del Papa Benedicto XVI, encontramos el símbolo de una concha de mar, que recuerda aquella anécdota de la vida de S. Agustín, el gran converso de Hipona, cuando vio a un niño que jugaba en la playa, tratando de llevar toda el agua del mar a un pocito que había hecho con sus manos.

El pensó entonces que así es de imposible que nosotros podamos abarcar con toda su dimensión real y divina, en nuestra mente tan pequeña, el misterio insondable de la Santísima Trinidad. No lo alcanzamos a comprender, pero sí entendemos que Dios es tres personas distintas y un solo Dios verdadero, porque El mismo nos lo ha revelado.

En el Evangelio, Jesús resalta el amor del Padre, que El encarna y hace visible, y que se continúa en su Iglesia por obra del Espíritu Santo. Dios no quiere condenar al mundo, a pesar de todos sus pecados y desviaciones, sino salvarlo. Para ello viene Jesús y asume en su propia carne todas las injusticias y los pecados de este mundo, para redimirlos en su cruz, que es la prueba máxima de su amor por nosotros. Hay muchos pasajes bíblicos que nos presentan el misterio de la Santísima Trinidad. Es una revelación directa de Dios mismo. Si El no nos hubiera dicho que es trino, nosotros no lo habríamos descubierto. La revelación bíblica nos dice que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Siendo tres personas distintas, hay un solo Dios verdadero. Así lo cantamos en el Prefacio de la Misa de hoy: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Que con tu único Hijo y el Espíritu Santo, eres un solo Dios, un solo Señor, no en la singularidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, eso mismo lo afirmamos de tu Hijo y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos a tres personas distintas, en la unidad de un solo ser e iguales en su majestad”.

Nuestra vida está marcada por el Dios, uno y trino: en el Bautismo fuimos bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y, por lo tanto, sellados por su amor salvador. Hacemos la señal de la cruz, nombrando a las tres personas, en tantos momentos importantes o diarios de la vida; sobre todo al principio de la celebración, y en su nombre recibimos la bendición final.

También el saludo inicial del sacerdote, con frecuencia, tiene ese carácter trinitario, a veces con la misma fórmula que utilizaba Pablo, en el “Gloria al Padre” tenemos una fórmula repetitiva de alabanza a Dios uno y trino, que deberíamos decir con mayor interés y conciencia de hijos.

En el Credo y en las profesiones de fe (Bautismo y Confirmación), expresamos nuestra decidida fe en ese Dios que ha actuado de modo tan admirable en la historia de la salvación. Nuestra oración litúrgica va siempre dirigida al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, sobre todo en la conclusión de la Plegaria Eucarística. Debemos caer en la cuenta de que este misterio es central en nuestra fe y en nuestra vida.

El Documento de “Aparecida”, en uno de sus más elocuentes párrafos, nos exhorta a colocar en la base de nuestra vida de discípulos y misioneros nuestra fe trinitaria: “Al recibir la fe y el bautismo, los cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo que lleva a confesar a Jesús como Hijo de Dios y a llamar a Dios “Abbá”.

Todos los bautizados y bautizadas de América Latina y El Caribe, “a través del sacerdocio común del pueblo de Dios”, estamos llamados a vivir y transmitir la comunión con la trinidad, pues “la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria”. (DA 157).

El próximo jueves 22 celebraremos la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Jesucristo. Es día festivo de precepto, obliga a participar en la Misa y, en la medida de lo posible, abstenerse de trabajo. En la Eucaristía se actualiza todo el misterio de amor de Dios. Es un día de alabanza destinado a honrar a Cristo.

Gloriosamente en la Sagrada Eucaristía; aquí en Acapulco invitamos a todo el pueblo a participar en la Procesión Solemne del “Corpus Christi”, que se iniciará con la Santa Misa a las 6 de la tarde, en el Templo Expiatorio de San Cristóbal, Colonia Progreso, y desde allí hasta el zócalo, iremos en procesión, terminando con la Bendición del Santísimo Sacramento, frente a la Catedral.