XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C. Lc 12,32-48

El don supremo de Dios al mundo

Autor:  Mons. Felipe Bacarreza Rodríguez

 

 

El don supremo de Dios al mundo 

     El Evangelio de hoy se abre con una frase de Jesús llena de afecto hacia sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino». 

     Para entender esta frase hay que examinar el contexto en que fue dicha. Jesús estaba enseñando a sus discípulos que ellos no deben andar preocupados preguntandose: ¿Qué comeremos? o ¿con qué nos vestiremos? Porque si a los pájaros del cielo Dios los alimenta y a los lirios del campo Dios los viste –dice Jesús- «¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe!» (Lc 12,28). Y agrega: «Ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso. Buscad más bien su Reino, y esas cosas se os darán por añadidura» (Lc 12,30-31). Según esta enseñanza de Jesús, el Reino de Dios es el Bien absoluto, en cuya comparación todo lo demás no merece otro nombre que «añadidura». Sólo el Reino de Dios merece ser buscado: «Buscad más bien su Reino». Bien sabía esto San Juan de la Cruz que no concedía a las demás cosas ni siquiera un pensamiento: «Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto, sólo Dios es digno de él» (Dichos de luz y amor, 32). 

     Todas las cosas que necesitamos para nuestra vida en la tierra las recibiremos como un don de Dios: «Ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de todas esas cosas... se os darán por añadidura». El Reino de Dios, en cambio, ¿es acaso el resultado de nuestra búsqueda, ya que dice: «Buscad su Reino»? Absolutamente, no. Para que no se vaya a pensar esto, Jesús agrega: «Ha parecido bien a vuestro Padre daros a vosotros el Reino». El Reino de Dios es el don supremo; las otras cosas son también dones, pero sólo añadidura.

     ¿Qué entiende Jesús por el concepto de Reino de Dios? Si el Reino de Dios es el don más grande que Dios ha hecho al mundo, entonces se identifica con la Persona de Jesucristo. A esto se refiere Jesús cuando declara: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16). Es el único don digno del amor de Dios. El don que Dios ha hecho a su pequeño rebaño es darle a Jesús como Pastor. Junto con él le llegan todos los demás bienes, de manera que el cristiano, refiriendose a Cristo puede decir: «El Señor es mi pastor; nada me falta» (Sal 23,1). 

     Esta es la experiencia que hizo San Pablo, para quien todo lo que antes apreciaba resultó ser «basura» en comparación con el conocimiento de Cristo (cf. Fil 3,7-8). El mismo apóstol escribe a los cristianos de Roma: «El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?» (Rom 8,32). Cristo es el don supremo de Dios al mundo. Si nos dio este don, con mayor razón nos dará junto con Cristo –como añadidura- todas las demás cosas. Buscar esas otras cosas más que a Cristo; eso sí que es la mayor desgracia del ser humano. 

     Jesús ya vino al mundo y tener comunión de vida y amor con él debe ser ahora nuestra búsqueda esencial. En la segunda parte del Evangelio de hoy Jesús nos advierte que él vendrá de nuevo. Los que lo buscan a él ahora, ciertamente están anhelando su venida para encontrarlo definitivamente, sin velos. Jesús, entonces, describe la actitud que debemos tener: «Sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante, le abran». Debemos cerciorarnos de estar esperando ya la venida final de Jesús de esa manera, porque «en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».  

                        + Felipe Bacarreza Rodríguez

                    Obispo de Santa María de Los Ángeles