Pistas para la Lectio Divina... Lucas 11,1-4.
“Señor, enséñanos a orar”.
Orar como Jesús

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

 

¿Cómo sería una oración al lado Jesús? Los discípulos tuvieron ese privilegio y el evangelista Lucas nos permite también participar en esta maravillosa experiencia a través del evangelio. 

La manera de Jesús debía ser muy atractiva. Cuando lo veían los discípulos quedaban tan impresionados que sentían ganas de orar como él. “Y sucedió que, estado orando (Jesús) en cierto lugar”, no cuenta Lucas, “cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: ‘Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos” (11,1). 

La solicitud se podría abreviar en estos términos: “Señor, enséñanos a orar como lo haces tú”. Los discípulos quieren sentir lo que él siente, repetir lo que dice, tomar la postura física que él toma, descubrir los lugares de retiro más apropiados, adquirir su mismo ritmo de respiración, pero sobre todo, salir de la oración como él sale. De hecho, la petición se le hace “cuando terminó (de orar)”. ¿Cómo estaría Jesús en ese momento?

Quien toma la vocería en nombre de la comunidad, sabe que está solicitando una oración que identifique la comunidad, por eso coloca una referencia: “(así) como enseñó Juan a sus discípulos”. Todo profeta, incluido Juan Bautista, le enseñaba a orar su grupo de seguidores. Los discípulos de Jesús no quieren ser la excepción. Pero hay algo novedoso en Jesús que cautiva y que es la verdadera motivación de los discípulos para querer orar con manera. Como se notará en el “Padre Nuestro” que Jesús enseña enseguida, es el sentido de intimidad, la gran confianza que muestra a aquel a quien llama “Papá”, lo que maravilla. 

Jesús responde sin tardanza: “Cuando oréis, decid: Abbá, Papá” (11,2). 

Sabemos el desconcierto que un apelativo así provocaba en un ambiente en el cual la gente ni siquiera se atrevía a llamar a Dios por su nombre propio de “Yahvé” (preferían decir “Adonai”). El respeto hacia Dios se mostraba desde la misma forma de invocarlo. Pero Jesús se dirige a él de manera diferente: se presenta como un pequeño, como un hijo que ama y se sabe amado. 

¡Atreverse a llamar “Papá” al Todopoderoso, al Señor que ha creado el cielo y la tierra! 

La oración de Jesús manda al piso cualquier barrera que se pueda interponer ante presencia de Dios. No hay lejanía entre Dios y las personas, cada uno se puede dirigir a él directamente sin necesidad de intermediarios. ¡Una verdadera revolución en la historia de las religiones! 

En la palabra “Papá”, Jesús nos hace conocer el misterio de Dios y el suyo propio. Por una parte, la confianza e intimidad que el Hijo siente por el Padre; y por otra, la ternura protectora de Padre hacia cada uno de nosotros. 

Ni siquiera los grandes amigos de Dios en la Biblia habían logrado algo así. Aún cuando el Génesis nos cuenta que Dios se paseaba en el jardín de Adán y Eva, sabemos que ellos compartían el espacio pero no encontramos la comunicación de corazón a corazón, en la máxima inmediatez de la relación, que tenía Jesús.  

Ni tampoco Abraham, llamado el amigo de Dios, a quien Dios le hizo transparentes sus intenciones cuando quiso destruir Sodoma y Gomorra: “¿Por ventura voy a ocultarle a Abraham lo que hago…?” (Gn 18,17). Es como si dijera: “No puedo esconderle a un amigo mis intenciones”. Pero entre Jesús y el Padre el conocimiento es aún más profundo. 

Lo mismo se podría decir de Moisés, quien “hablaba cara a cara con Dios como hace un hombre con su amigo” (Ex 33,11), quien quiso contemplar la gloria de Dios, pero Dios le dijo: “Mi rostro no podrás verlo…” (Ex 33,20). 

Con Jesús es diferente. Lo que parece increíble es saber que también los discípulos pueden orar como Jesús, que Jesús les concede la petición de enseñarles a orar como él lo hace, o sea, experimentando la sobrecogedora inmediatez del Padre que hace presente con todo su amor, saturando a los discípulos del don de su Santo Espíritu: “El Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (11,13).  

En este ambiente el “Tú” del Padre se hace presente en su obra santificadora y en el Reino que se instaura. De su corazón de Padre proviene el pan de los hijos, el amor que reconcilia y la fortaleza contra el tentador. Todo ello muestra la ilimitada disponibilidad del Padre para venir a nuestro encuentro en la oración. 

Aún cuando pronunciamos fielmente el “Padre Nuestro” que salió de los labios de Jesús (ver la Lectio del 25 de Julio pasado), lo que realmente cuenta es el corazón, la confianza. La conciencia de quiénes somos en su presencia nos permitirá vislumbrar quién y cómo es él. 

Santa Teresita embelezada por este sentimiento de confianza en Dios, se atrevió a decir en su poema “El abandono es el fruto delicioso del Amor”: “Me regala en este mundo / un océano de paz / Y en esta paz tan profunda / Descanso yo sin cesar”. 

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuándo oro con el Padre Nuestro, cuáles son mis sentimientos? ¿Confío plenamente en mi Papá-Dios así como lo hacía Jesús?

2. ¿En qué se diferencia la oración de Jesús de todas las demás oraciones bíblicas?

3. ¿Qué sedujo a los discípulos de Jesús para querer sumergirse en el mundo de la oración del Maestro? ¿Mi vida de oración es atractiva para los de mi familia y las otras personas que me conocen?

 

 “El amor que no teme, y que se duerme y olvida

Como un niño pequeño en el corazón de su Dios”

(Santa Teresita del Niño Jesús)