Pistas para la Lectio Divina... Lucas 11,42-46.
Una discusión en el comedor (II)
“¡Dejáis de lado la justicia y el amor de Dios!

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

 

 

Después de haber visto ayer la introducción del debate de Jesús con los fariseos y legistas, en la que Jesús señaló cuál es el criterio desde el cual deben ser valorados todos los comportamientos religiosos, veamos ahora la profundización.

 

1. Observaciones previas

 

Sobre los destinatarios: el discurso de Jesús está dirigido a lo líderes, a los animadores de la experiencia religiosa de Israel. 

 

Sobre la forma: Jesús usa una forma de hablar de carácter profético que se conoce como “ayes” (porque siempre empieza con una lamentación: ¡Ay!), estos son un oráculos de desventura que indican que el comportamiento señalado es más bien un camino de perdición.

 

Sobre la estructura: El discurso de Jesús se realiza al ritmo de seis “ayes”, tres de ellos se dirigen a los “fariseos” (no a ninguno en particular sino a todos como escuela en cuanto escuela de espiritualidad) y los otros tres a los “legistas” (los Maestros de la Ley).

 

 

2. Los vicios de una mala orientación espiritual

 

Sin perder de vista el camino que Jesús ya ha trazado para lograr la verdadera y más profunda pureza, que es el vivir amorosa y servicialmente en función de los demás (ver 11,41), detengámonos ahora en cada uno de los comportamientos y actitudes que Jesús quiere corregir para que se ponga en la dirección que ya señaló:

 

(1) Primer “¡ay!”:

Pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis a un lado la justicia y el amor de Dios (11,42a)

 

No es que Jesús esté en contra de la práctica de la Ley (ver Dt 12,22; Lv 27,30), más bien parece aceptarla, lo que Él no aprueba es la manera de exigirla. Los fariseos le puesto un excesivo celo a las exigencias y han caído en un “detallismo” que los lleva a perder el verdadero sentido de lo que hacen.  Lo que importa es el Amor de Dios y la Justicia con los hermanos.

 

(2) Segundo “¡ay!”

Amáis el primer asiento en las sinagogas y que se os salude en las plazas (11,43)

 

Puesto que el ser líder religioso da prestigio, un gran peligro es buscar la honra por la honra: el puesto y el título en los lugares públicos. En este caso se está pensando en sí mismo, en la propia imagen, en el esfuerzo por que los demás los consideren puros y justos, como gente buena.

 

(3) Tercer “¡ay!”

Sois como los sepulcros blanqueados que no se ven, sobre los que andan los hombres sin saberlo (11,44)

 

Esta comparación es el eco de la exigencia de pureza en los cementerios según Nm 19,16, según la cual tocar un sepulcro era causa de impureza, razón por la cual había que hacerlas más visibles con la pintura blanca. Lucas interpreta de una manera novedosa: los sepulcros son los líderes religiosos que se destacan (“blanqueados” es una referencia a la visibilidad de que habla el segundo “¡ay!”) y la gente que los rodea continuamente para escuchar sus enseñanzas son los que quedan impuros, porque en el contacto con ellos se contaminan de sus vicios sin darse cuenta.

 

(4) Cuarto “¡ay!”

“Imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos” (11,46)

 

Los legistas, a quienes se dirige este último “¡ay!” que consideramos hoy, eran reconocidos por su interpretación rigurosa de la Ley, a ella le agregaban algunas obligaciones que no tenían justificación.  Pero ellos, por su parte se las arreglaban astutamente para no hacer lo que le mandaban hacer a los otros.

 

 

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Por qué Jesús utiliza esta forma de hablar tan contundente, que empieza por la repetición de “ayes”?

2. ¿Qué se pide corregir en cada uno de los gritos proféticos de Jesús?

3. ¿Qué tipo de espiritualidad está pidiendo Jesús que vivamos? ¿Qué la debe caracterizar?

 

Lo verdaderamente esencial

"He aquí todo lo que Jesús exige de nosotros:

 no tiene necesidad alguna de nuestras obras, sino solamente de nuestro amor.

Porque ese mismo Dios que declara no tener necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua de la samaritana. Tenía sed...Pero al decir: ‘Dame de beber’, era el amor de su pobre criatura lo que el Creador del universo reclamaba. Tenía sed de amor... (ver Juan 4,7)”

(Santa Teresita del Niño Jesús)