Pistas para la Lectio Divina... Lucas 8, 4-15:
Escuela de Padres: Sembrar en los hijos sin el ansia del resultado

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

 

 

Con permiso de Ustedes hoy vamos a cambiar el lenguaje. Los invitamos para en este sábado nos permitamos otro estilo de “Lectio divina”, aproximando la parábola del sembrador a la realidad de la familia, particularmente al de la responsabilidad en la educación de los hijos. ¿No es verdad que no siempre vemos germinar los valores que creemos haber sembrado? 

Al leer la parábola del sembrador, una motivación debería quedar en nuestro corazón de padres: sembremos en el corazón de los hijos sin el ansia del resultado. 

En cuanto discípulos (y padres; también vale para todos los que tenemos alguna responsabilidad sobre los jóvenes) pongámonos por un momento en torno  a Jesús, quien en medio del camino evangelizador por ciudades y campos de Galilea, le cuenta a una gran muchedumbre la parábola. Muchos padres de familia debían estar allí presentes. 

Pongámonos en la piel de uno de ellos, que al escuchar la parábola quizás reacciona así: “Mis hijos no escuchan (o escuchan muy poco) la Palabra de Dios. ¿Eso qué significa, Señor?” 

Pero es claro que, como en el caso de los terrenos de la parábola, no todos los hijos son iguales: 

(1) “Una parte cayó a lo largo del camino” (8,5). Hay hijos-terreno “a lo largo del camino”, que no ofrecen espacios donde la semilla pueda reposar y germinar. ¿A lo mejor alguna vez los hemos presionado un poco, o incluso hasta los empujamos, para hacerlos ir a la Iglesia como y donde decimos nosotros? ¿A lo mejor los hemos saturado de nuestro discurso repetitivo? 

(2) “Otra parte cayó sobre piedra” (8,6). Hay hijos-terreno “pedregoso”, que son como aquellos sembrados bien dispuestos, entusiastas, a quienes hemos visto salir temprano para participar en iniciativas extraordinarias de la Iglesia o del grupo del colegio o la Universidad; pero después, vemos que son inconstantes, que se van cansando y se valen de cualquier excusa para abandonar sus compromisos, y poco a poco van levantando el muro de la indiferencia, volviendo a la misma situación de antes. ¿Alguna vez, quizás, hemos juzgado su compromiso momentáneo, apuntando el dedo índice contra sus entusiasmos pasajeros, sabiendo de antemano que nada iba a cambiar en ellos y que al final iban a salir con nada? 

(3) “Otra parte cayó en medio de abrojos” (8,7). Hay hijos-terreno “espinoso”, de aquellos que quisieran poner sus pies en muchos zapatos, que están ansiosos por vivir la moda para estar a la par de sus amigos: las mismas llegadas tarde, la misma ropa, los mismos dichos, el mismo deseo desenfrenado por divertirse. ¿A lo mejor fue que les mostramos una religión triste, sin fuerza interior, más como un tranquilizante de conciencia o como una tradición de familia que como una maravillosa experiencia de vida que exalta el corazón, y los hicimos sospechar que había más felicidad por allá afuera, en el mundo? 

(4) “Y otra cayó en tierra buena” (8,8). ¡Hay hijos-terreno bueno! Y no nos cansamos de maravillarnos por la coherencia –no importa que a veces nos incomode- y la valentía de sus opciones que a veces superan nuestros fríos compromisos. ¿A lo mejor hemos hablado de ellos con orgullo ante nuestros amigos, sin forzar historias, aún teniendo que reconocer humildemente nuestras debilidades  y admitir que hay hijos mejores que sus padres? ¿A lo mejor nunca habíamos sospechado que la semilla tuviera tanta fuerza en el corazón de los hijos?  

Y creciendo dio fruto centuplicado” (8,8). El fruto del terreno bueno es desbordante, mucho más de lo que un campesino de aquellos tiempos podría esperar. ¡Esta es la sorprendente libertad y fecundidad de la semilla! 

Si al leer la parábola entendemos que, así como con los terrenos, los hijos no son iguales, ya hemos entrado en la sabiduría del sembrador, quien no trabaja con parámetros únicos ni definitivos. 

Pero todavía hay más para desentrañar dentro de esta rica parábola. 

El sembrador siembra, pero tiene que dejarse sorprender. A lo mejor, ahora que nos hacíamos preguntas a partir de la observación de los terrenos, ¿nos dábamos cuenta que las cosas no siempre son como pensamos y que tenemos que ponerle más cuidado a nuestra manera de sembrar en el corazón de los hijos? 

Aprendamos la lección del sembrador. Él no es ansioso, no fuerza la semilla ni castiga la tierra. No pierde el control ni se le nota preocupado. Él siembra con generosidad, incluso exageradamente, pero luego, con cuidadosa y discreta observación, acompaña el crecimiento con la paciencia de quien sabe que hay que respetar los tiempos. 

Es más, al arrojar sus semillas, el sembrador no aparece condicionado por la respuesta del terreno; él siempre lo hace con libertad de corazón y con inmensa alegría, no importa que los resultados no sean los esperados. Si entendemos esto, ya ha sido ganancia el estar al lado del sembrador. Quizás, de repente tengamos que despojarnos del ansia por ver resultados inmediatos en nuestros hijos. Quien tiene la gracia de sembrar la Palabra de Dios en el corazón de sus hijos, sabe con seguridad que esta Palabra no pasa en vano y que no le corresponde hacerla fructificar como y cuando quiera. 

Será entonces cuando se hará otro maravilloso descubrimiento a partir de la experiencia: que en realidad no hay cuatro tipos de terreno (cuatro tipos de hijos, de los cuales los tres primeros son irrecuperables), sino cuatro estaciones en la vida de cada hijo: su corazón puede que sea árido, pedregoso o espinoso, pero la semilla arrojada responsablemente –con el tiempo- dará su fruto, con libertad. 

No es por casualidad que entre la parábola (8,4-8) y su explicación (8,11-15), Jesús hable del “los misterios del Reino de Dios” (8,10). Como quien dice: Dios sabe cómo hace su obra. No nos corresponde a nosotros pretender ver cómo Dios obra el crecimiento en el corazón de cada uno, lo que nos toca es sembrar responsable, amorosa y generosamente. 

 

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cómo podemos relacionar la parábola del sembrador con los tipos de personas y más concretamente de hijos, que viven con nosotros?

2. “Los hijos no son todos iguales” de esto estamos plenamente convencidos. ¿Qué nos exige esta constatación respecto a nuestra forma de educarlos? ¿Qué hacemos para que cada uno de ellos valore la formación que les damos? ¿Pensamos que ellos “deben” caminar con nosotros o nos esforzamos por caminar al lado de ellos, es decir, meternos en su mundo para que ellos se metan en el nuestro?

3. ¿Sabemos tener con cada uno de nuestros hijos la paciencia de los procesos que a veces son lentos, o nos desesperamos porque no vemos resultados inmediatos? ¿Y dentro de estos procesos, qué puesto ocupa la presencia de Jesús?