Pistas para la Lectio Divina... Lucas 6, 27-38:
El ministerio del amor. “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

 

 

Después del paréntesis de la fiesta mariana de ayer, volvemos al evangelio de Lucas. Hoy vemos cómo, al bajar de la montaña junto con Jesús, los discípulos se ponen a la escucha de llamado “Sermón de la llanura” (Lc 6,20-49; en Mateo es el “sermón de la montaña”).  

Los destinatarios del discurso son todos los que escuchan a Jesús (6,27: “Pero yo os digo a los que me escucháis”) pero de manera especial los discípulos: (6,20: “Alzando los ojos hacia sus discípulos, decía…”). Es así como el nuevo pueblo de Dios comienza a ser instruido en los criterios de vida de la Nueva Alianza. 

En el anuncio de las bienaventuranzas (que incluye malaventuranzas, ver 6,20b-26, que ya habíamos leído en febrero pasado), Jesús retomó el discurso programático pronunciado en la sinagoga de Nazareth (ver 4,16-30). En él Jesús pronunció cuatro exaltaciones para los que estaban en situación de desventaja (los pobres, los hambrientos, los dolientes y los perseguidos) y cuatro advertencias proféticas contra los que creían estar en mejor posición (los ricos, los satisfechos, los que viven en fiesta y los que siempre son felicitados). El mensaje de Jesús significa salvación para todos ellos. 

La última de las bienaventuranzas habla de situaciones conflictivas. Ya vimos que Jesús tenía enemigos, pues también los discípulos los tendrán: “bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre” (6,22). ¿Cómo vivirán los discípulos de Jesús estas adversidades? Es el tema de la parte siguiente del sermón de la llanura. 

1. Una necesaria toma de conciencia

 

Con el anuncio de las bienaventuranzas, los discípulos han comprendido que en el seguimiento de Jesús han entrado en una nueva esfera de vida. Ellos son diferentes. El centro de todo está en la acción de Dios quien con su señorío –el Reino de Dios- los conduce progresivamente hacia la plenitud de vida, identificándolos con él. De aquí se desprenden un nuevo proyecto de vida cimentado en los valores del Reino, que no son diferentes de las actitudes de Dios con el hombre, los cuales se contraponen a los valores –muchas veces más atractivos- del mundo. Estos valores se aprenden en el camino con Jesús. 

Si le ponemos un poco de mayor atención al pasaje de hoy, veremos cómo Jesús va delineando lo distintivo del discípulo, que es diferente del no convertido (ver el comportamiento del pecador en 6,32-34), y que se resume en la frase: “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo” (6,36). Al fin y al cabo la nueva realidad del Reino es la de la filiación y si somos hijos de Dios debemos acreditar el apellido. 

 

2. La reacción del discípulo frente a las agresiones 

¿Cómo se comporta un “hijo del Altísimo”? Pues como su Padre, quien “es bueno con los ingratos y perversos” (6,35). 

Y esto no es fácil. El discípulo no es “de palo”, es tremendamente humano y le duelen las agresiones de los otros, es frágil y vulnerable. Puesto que no vive en una burbuja de cristal sino que tiene que vérselas todos los días con su familia, sus amigos, vecinos y compañeros de trabajo, él tiene que aprender a vivir todas sus relaciones –y las dificultades que éstas conllevan- desde la óptica del Reino. Digámoslo así: el manejo de las relaciones es el termómetro de la santidad, esto es, del vivir plenamente como hijo de Dios. 

Lo que caracterizará el comportamiento del discípulo, en el ámbito descrito, es la iniciativa en el amor: un amor que salva, porque como ya vimos “hacer el bien” y “salvar” están al mismo nivel (ver 6,9). Para ello se depone el sentimiento de desquite, revirtiendo los sentimientos negativos y las agresiones de los otros en impulsos de amor. Observemos la fuerza de los imperativos de los versículos 27 y 28:

(a)    Amad a vuestros enemigos

(b)   Haced el bien a los que os odien

(c)    Bendecid a los que os maldigan

(d)   Rogad por los que os difamen 

Como puede notarse, no se permanece pasivo sino que se va al encuentro de otro para hacer por él todo lo bueno que sea posible (y salvarlo). 

El “hombre viejo”, como diría san Pablo, quien no ha dado el paso en el seguimiento de Jesús, se seguirá comportando bajo la lógica del “dando y dando” (se recibe palo y se da palo). Que Jesús no aprueba esta lógica, queda claro en los ejemplos del versículo 29. El verdadero discípulo nunca le cierra las puertas a su adversario (ver 6,30-31). Esto sólo es posible cuando, con un corazón de padre, los comportamientos están diseccionados por la lógica de la gratuidad (ver 6,32-35). 

3. El secreto del discípulo: la misericordia de Papá Dios 

El secreto de esta manera de ser está en que un discípulo, que en Jesús se hace hijo en el Hijo, imita –o mejor: expresa-  el corazón de Dios Padre: “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo” (6,36). Los imperativos anteriores no se puede vivir sino a partir de este imperativo básico. 

Entonces, la raíz de la nueva manera de ser –según los valores del Reino- está en Dios que nos habita. Lo que se busca es parecerse a Jesús y Jesús es como su Padre. Este es el fundamento de todo. 

El ser como Papá-Dios se reconoce en la bondad de corazón de aquél que no le pone límites al amor (“él es bueno con los ingratos y perversos”), que no se vuelve mezquino ni se encoge a la hora de hacer algo por quien no se lo merece. Cuatro nuevos imperativos parecen querer mostrarnos el ritmo según el cual late el corazón misericordioso del Padre (6,37-38):

(a)    No juzguéis

(b)   No condenéis

(c)    Perdonad

(d)   Dad 

Los dos primeros imperativos, en negativo, muestran que hay un impulso negativo que hay que saber frenar; los otros dos, en positivo, señalan un nuevo impulso de salida de sí mismo para acoger y ofrecer lo que el otro, seguramente en su fragilidad personal que es causa de su pecado, está necesitando. 

Cuando se acaba (o falta) el amor, comienzan los juicios y se dictan sentencias definitivas poniendo fin a las relaciones. Pero cuando el amor está vivo en el corazón, se es capaz de superar estos momentos difíciles. 

No puede ejercer la misericordia –dejar de lado los juicios y más bien tenderle la mano al hermano frágil- quien no tiene esta madurez –la paternidad de Dios bien aquilatada- en su corazón. Y en la medida en que la ejercemos, quedamos cada vez más llenos de la misericordia del Padre: no seremos “juzgados” ni “condenados”, sino más bien “perdonados” y “colmados” con sus dones. Entre más amamos, más el corazón de Dios nos habita. Esta es la vida según el Reino de Dios.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuál es el secreto que le permite a un discípulo de Jesús actuar positivamente en los momentos difíciles?

2. ¿Cuál fue la última vez que alguna persona me hizo un mal? ¿Cómo reaccioné? ¿Cómo es actualmente mi relación con esa persona? ¿Si Jesús me pide al diálogo y el acercamiento, cómo lo haré?

3. ¿Con qué frecuencia dialogamos en la familia o en la comunidad, para revisar nuestras actuaciones y, si es necesario, perdonarnos?