Pistas para la Lectio Divina...
Mateo 13, 24-30: Aprender la paciencia de Dios: “Señor, ¿No sembraste buena semilla?”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: entro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM  

 

 

Otra parábola les propuso…” (12,24)

 

El evangelio de hoy, una de las tres parábolas de la “semilla”, nos coloca frente a una realidad frecuente que llevamos dentro: la impaciencia.

 

Jesús nos enseña a ampliar los horizontes a partir de este caso concreto y a tomar actitudes en consonancia con la manera como acontece el Reino de los Cielos en el mundo.

 

La parábola del “trigo y la cizaña” se desarrolla en torno al fuerte contraste de dos realidades opuestas que, mediante una dinámica propia, conduce a la victoria final de aquello que había sido amenazado: el trigo y la cizaña pueden estar juntas durante mucho tiempo –aún con detrimento de la primera-, pero al final serán separadas.

 

La parábola responde al escándalo que les sobreviene a algunos discípulos del Señor: hay mucho mal en el mundo –simbolizado en la “cizaña”-, y se quisiera que Dios interviniera con todo su poder para colocar el mal en su lugar y exaltar a los buenos, pero no parece suceder nada.

 

La parábola nos enseña que aquí en la tierra todo se da mezclado: al lado de los buenos están los malos. Esta convivencia continuará, según dice el patrón de la parábola: “Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega” (13,30a). Pero esto no debe desanimar a los discípulos: de ninguna manera deberán ceder ante los ataques del mal, por el contrario tendrán que mantener una vigilancia activa y sostener un esfuerzo grande de evangelización.

 

Con todo, hay una luz de esperanza: esta situación no durará para siempre. Es claro que no da lo mismo ser trigo que cizaña. De ahí que al final de los tiempos se hará un juicio: “Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero” (13,30b).

 

Por el destino final que tiene cada una de las plantas se comprende que con las decisiones y acciones de cada persona se pone en juego el propio futuro, el destino final. Por lo tanto hay que ser responsables con la vida.

 

Junto a este sentido de responsabilidad que debe tener cada persona, esta parábola nos deja una bellísima lección sobre la paciencia: así como el patrón, Dios le da tiempo a cada persona para que recapacite, y con esta actitud estará esperando por su conversión hasta el final.

 

Lo mismo debemos hacer con nuestros hermanos con los cuales hemos perdido la paciencia por su reticencia en el pecado: hay que insistir, darle una oportunidad, esperar por su conversión.

 

Finalmente, tengamos en cuenta que hay un segundo motivo importante por el cual el patrón no permite que se arranque la cizaña. Lo sabemos todos por experiencia: nadie es completamente trigo (hay escuchar a los santos: siempre se reconocen pecadores) ni completamente cizaña (no hay nadie que, por muy malo que sea, no tenga en el fondo un buen corazón). Por lo tanto no hay que caer en la actitud equivocada de quien separa tajantemente el mundo de los buenos y el mundo de los malos. En cada persona hay un poco de todo. Más bien hay examinarse continuamente y trabajar todos los días por la santidad.

 

En fin, no nos corresponde a nosotros juzgar  sino más bien evaluarnos a nosotros mismo (ver también 7,1-5).

 

 

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Seguimos haciendo dicotomías entre las personas: los buenos y los malos? (generalmente nos colocamos en el primer grupo) ¿Qué enseña la parábola al respecto?

2. ¿Por qué no fue arrancada la cizaña inmediatamente?

3. El mal en el mundo atormenta y lleva incluso a protestarle a Dios: “¿por qué no intervienes?”. ¿Qué implica la paciencia de Dios para aquellos que le hacen juego al mal? ¿Dios les aprueba el mal que hacen? ¿Qué exige Dios? 

Cómo entró santa Teresa en un renovado camino de oración (III)

 “Acaecíame (en el momento de ponerme en oración, o bien) en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, que he dicho, y aún algunas veces leyendo, venirme de improviso un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él”

(Santa Teresa de Jesús).