Pistas para la Lectio Divina...
Lucas 1,39-56: Enséñanos a recibir y a hacer la visita. “En cuanto oyó Isabel el saludo de María… quedó llena del Espíritu Santo”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM  

 

 

Terminemos el mes orando...

 

Maestra de diálogos profundos

 

Tu sola presencia suscitó oración en tu pariente Isabel

y ella bendijo a Dios por ti:

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lucas 1,42)

 

María, tú fuiste una gran orante y también maestra de oración.

Ya lo eras como hija de Israel, en cuanto oyente de la Palabra.

 

Pero donde maduró tu corazón orante

fue en la escuela del Evangelio,

dejándote conducir por el Espíritu Santo,

contemplando las maravillas de Dios en ti,

descubriendo las necesidades concretas de las personas, dándoles voz ante tu Hijo.

 

Tú oraste en todo momento,

oraste desde tu humildad de sierva,

oraste desde lo más profundo de tu corazón

y con inmensa alegría, movida por el Espíritu,

oraste desde tu preguntas ante el mensaje del Ángel,

oraste desde las palabras oscuras del anciano Simeón

que profetizó que una espada atravesaría tu alma,

oraste desde tu angustia buscando a tu hijo en el Templo,

oraste siguiendo los pasos de Jesús,

oraste al pie de la cruz,

oraste junto con la iglesia primitiva,

sigues orando con nosotros y por nosotros.

 

Ahora inspíranos, antójanos de oración,

impregna en nosotros tu corazón amante,

tu mirada contemplativa, tus manos servidoras  de Dios,

tu gozo lleno del Espíritu Santo.

 

 

Enséñanos tu canto profético

 

María, la presencia del Espíritu Santo fue tan fuerte en ti,

que con solo la voz de tu saludo, al ir a visitarla

Isabel quedó llena del Espíritu Santo” (1,41).

Luego, ese mismo Espíritu puso en tus labios

el hermoso cántico del Magníficat.

 

El Santo Espíritu puso en tus labios las palabras exactas de tu oración.

Él te inspiró el hermoso canto del Magníficat.

Enséñanos ahora tú a orar cantando y a cantar orando.

 

Enséñanos a releer los acontecimientos de nuestra vida como tú lo hiciste,

con esa humildad y con esa inmensa felicidad que invadió tu corazón.

 

Enséñanos a hacerlo desde el fondo de nuestro ser,

no desde la superficialidad de palabras-cliché que repetimos todos los días.

Queremos orar lo que vivimos, lo que sentimos de verdad,

aún nuestras tristezas y decepciones, nuestros sueños y anhelos más profundos.

 

Pero para hacerlo hay que partir de la alegría.

Tu corazón orante es feliz porque te descubres como mujer

“llena de gracia”, es decir, inmensamente amada desde siempre,

te reconoces como fruto primero del amor de Dios.

 

Te declaras alegre en la alegría de Dios

porque tu Salvador puso en ti su mirada.

Por eso no te sientes sola, y tienes la certeza de que el Señor está contigo.

En tu corazón hay confianza, tienes la seguridad de que Dios no te falla.

 

También para orar como tú 

hay que creer en la Palabra también como tú.

Tú creíste que se cumplirían las cosas que te fueron dichas de parte del Señor,

tal como te lo recalcó Isabel el día de la visitación.

 

En tu fe abriste plenamente tus brazos y tu corazón

para acoger la plenitud del Don de Dios,

por eso eres el modelo de todo hombre y mujer

que se dejan amar por Dios,

el modelo de la humanidad que reconoce que todo se lo debe a Dios.

 

El todopoderoso ha hecho grandes cosas en mí” (1,49).

Con estas Palabras, reconociste que eres puro don de Dios,

que de Él lo has recibido todo.

De ahí proviene tu himno de gratitud hecho profecía.

 

Por eso en tu oración hiciste del Evangelio una canción:

Tú cantaste la alegría de los pobres y humildes de la tierra,

tú proclamaste la derrota del egoísmo

y de la codicia de los que se apropian de los bienes de la tierra

y exaltaste la victoria de la solidaridad

y de la justicia que vienen del corazón transformado por la Buena noticia de Jesús.

 

Tú fuiste la primera en Israel que festejó la realización completa

de la promesa de Yahvé a Abraham y a los patriarcas.

Porque tú sabes ver más allá de lo inmediato

y del ciclo de las cosas inmediatas,

en tu mirada orante aprendemos a ver la dirección del camino

de nuestra propia existencia y la realización de la meta.

 

Impregna en nuestro cotidiano esa mirada,

que brotó del descubrirte primero mirada,

para que hagamos de nuestra peregrinación en esta vida

todo un ejercicio espiritual.

Que, como tú, vivamos seducidos en todo nuestro ser

por el inefable e inquietante misterio de Dios.

 

Es así, María, como te conviertes en la imagen concreta y definida

de lo que los discípulos del Señor deseamos y queremos ser.

Tú eres la imagen de la meta de toda oración,

de toda actividad, de todo obrar.

 

Madre, llévanos en los brazos santos de tu oración

y compártenos ese mismo corazón orante,

lleno de Espíritu Santo,

que toma en serio la Palabra de Dios

y está atento a la realidad de la humanidad.

Enséñanos a decir contigo:

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi Espíritu en Dios mi salvador”.  

Amén.