San Mateo 17, 1-9:
Del Tabor al Calvario

Autor: Padre Francisco Fernández Carvajal

Con permiso de: Ediciones Palabra y del autor  

 

 

- Lo que importa es estar siempre con Jesús. Él nos da la ayuda necesaria para seguir adelante.

- Fomentar con frecuencia, y especialmente en los momentos más difíciles, la esperanza del Cielo.

- El Señor no se separa de nosotros. Actualizar esa presencia de Dios.

I. Oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro, rezamos en la Antífona de entrada de la Misade hoy (1). El Evangelio nos cuenta lo que sucedió en el Tabor. Poco antesJesús había declarado a sus discípulos, en Cesarea de Filipo, que iba a sufrir y padecer en Jerusalén, a morir a manos de los príncipes de los sacerdotes, de los ancianos y de los escribas. Los Apóstoles habían quedado sobrecogidos y entristecidos por este anuncio. Ahora, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a ellos solos aparte (2), para orar (3). Sonlos tres discípulos que serán testigos de su agonía en el huerto de los Olivos. Mientras él oraba, cambió el aspecto de su rostro y su vestido se volvió blanco, resplandeciente (4). Y le ven conversar con Elías y Moisés, queaparecían gloriosos y le hablaban de su muerte, que había de cumplirse enJerusalén (5).

Seis días llevaban los Apóstoles entristecidos por la predicación de Cesarea de Filipo. La ternura de Jesús hace que ahora contemplen su glorificación. San León Magno dice que “el principal fin de la transfiguración eradesterrar del alma de los discípulos el escándalo de la cruz” (6). Nunca olvidarían los Apóstoles esta “gota de miel” que Jesús les daba en medio de suamargura. Muchos años más tarde San Pedro tiene perfectamente nítido estos momentos: ... cuando desde aquella extraordinaria gloria se le hizo llegar esta voz: Éste es mi Hijo querido, en quien me complazco. Esta voz, enviada del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo (7). ElApóstol lo recordaría hasta el final de sus días.

Siempre hace así Jesús con los suyos. En medio de los mayores padecimientos da el consuelo necesario para seguir adelante.

Este destello de la gloria divina transportó a los Apóstoles a una inmensa felicidad, que hace exclamar a San Pedro: Señor, ¡bueno es permanecer aquí! Hagamos tres tiendas... Pedro quiere alargar aquella situación. Pero, como dirá más adelante el Evangelista, no sabía lo que decía; porquelo bueno, lo que importa, no es hallarse aquí o allí, sino estar siempre conJesús, en cualquier parte, y verle detrás de las circunstancias en que noshallamos. Si estamos con Él, es igual que nos encontremos en medio de losmayores consuelos del mundo, o en la cama de un hospital entre doloresindecibles. Lo que importa es sólo eso: verle y vivir siempre con Él. Es loúnico verdaderamente bueno e importante en esta vida y en la otra. Si permanecemos con Jesús, estaremos muy cerca de los demás y seremos felices, sea cual sea nuestro lugar y la situación en que nos encontremos. Vultum tuum, Domine, requiram: Deseo verte y buscaré tu rostro, Señor, enlas circunstancias ordinarias de mi jornada.

II. San Beda, comentando el pasaje del Evangelio de la Misa, dice queel Señor, “en una piadosa permisión, les permitió (a Pedro, a Santiago y aJuan) gozar durante un tiempo muy corto la contemplación de la felicidadque dura siempre, para hacerles sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad” (8). El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el monte fuesin duda una gran ayuda en tantas situaciones difíciles de la vida de estostres Apóstoles.

La existencia de los hombres es un caminar hacia el Cielo, nuestra morada (9). Caminar en ocasiones áspero y dificultoso, porque con frecuencia hemos de ir contra corriente y tendremos que luchar con muchos enemigosde dentro de nosotros mismos y de fuera. Pero quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo, de modo especial en los momentos más duros o cuando la flaqueza de nuestra condición se hace más patente: “A lahora de la tentación piensa en el Amor que en el cielo te aguarda: fomentala virtud de la esperanza, que no es falta de generosidad” (10). Allí “todo esreposo, alegría y regocijo; todo serenidad y calma, todo paz, resplandor yluz. Y no luz como ésta de que gozamos ahora y que, comparada con aquélla, no pasa de ser como una lámpara junto al sol... Porque allí no hay noche, ni tarde, ni frío, ni calor, ni mudanza alguna en el modo de ser, sinoun estado tal que sólo lo entienden quienes son dignos de gozarlo. No hayallí vejez, ni achaques, ni nada que semeje corrupción, porque es el lugar yaposento de la gloria inmortal...

“Y por encima de todo ello, el trato y goce sempiterno de Cristo, delos ángeles..., todos perpetuamente en un sentir común, sin temor a Satanás ni a las asechanzas del demonio ni a las amenazas del infierno o de lamuerte” (11).

Nuestra vida en el Cielo estará definitivamente exenta de todo posibletemor. No sufriremos la inquietud de perder lo que tenemos, ni desearemos tener algo distinto. Entonces verdaderamente podremos decir con SanPedro: Señor, ¡qué bien estamos aquí! El atisbo de gloria que tuvo el Apóstol lo tendremos en plenitud en la vida eterna. “Vamos a pensar lo que seráel Cielo. Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuálescosas tiene Dios preparadas para los que le aman. ¿Os imagináis qué serállegar allí, y encontrarnos con Dios, y ver aquella hermosura, aquel amorque se vuelca en nuestros corazones, que sacia sin saciar? Yo me preguntomuchas veces al día: ¿qué será cuando toda la belleza, toda la bondad, todala maravilla infinita de Dios se vuelque en este pobre vaso se barro que soyyo, que somos todos nosotros? Y entonces me explico bien aquello delApóstol: ni ojo vio, ni oído oyó... Vale la pena, hijos míos, vale la pena” (12).

El pensamiento de la gloria que nos espera debe espolearnos en nuestra lucha diaria. Nada vale tanto como ganar el cielo. “Y con ir siempre conesta determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino, sios llevare el Señaor con alguna sed en esta vida, daros ha de beber contoda abundancia en la otra y sin temor de que os haya de faltar” (13).

III. Una nube los envolvió enseguida (14). Recuerda a aquella otra queacompañaba a la presencia de Dios en el Antiguo Testamento: La nube envolvió el tabernáculo de la reunión y la gloria de Yahvé llenaba todo el lugar (15). Era la señal que garantizaba las intervenciones divinas: Yahvé dijo aMoisés: Yo vendré a ti en una nube densa, para que vea el pueblo que yohablo contigo y tengan siempre fe en ti (16). Esa nube envuelve ahora en elTabor a Cristo y de ella surge la voz poderosa de Dios Padre: Este es miHijo, el Amado, escuchadle a él. Y Dios Padre habla a través de Jesucristo a todos los hombres de todos los tiempos. Su voz se oye en cada época, de modo singular a travésde la enseñanza de la Iglesia, que “busca continuamente los caminos paraacercar este misterio de su Maestro y Señor al género humano: a los pueblos, a las naciones, a las generaciones que se van sucediendo, a todo hombre en particular” (17).

Al alzar sus ojos no vieron a nadie sino sólo a Jesús (18). Y no estabanElías y Moisés. Sólo ven al Señor. Al Jesús de siempre, que en ocasionespasa hambre, que se cansa, que se esfuerza para ser comprendido... A Jesús, sin especiales manifestaciones gloriosas. Lo normal para los Apóstolesfue ver al Señor así, lo excepcional fue verlo transfigurado.

A este Jesús debemos encontrar nosotros en nuestra vida ordinaria, en medio del trabajo, en la calle, en quienes nos rodean, en la oración, cuando perdona, en el sacramento de la Penitencia, y, sobre todo, en la Sagrada Eucaristía, donde se encuentra verdadera, real y sustancialmente presente. Pero normalmente no se nos muestra con particulares manifestaciones. Más aún, hemos de aprender a descubrir al Señor detrás de lo ordinario, de lo corriente, huyendo de la tentación de desear lo extraordinario.

Nunca debemos olvidar que aquel Jesús con el que estuvieron en elmonte Tabor aquellos tres privilegiados es el mismo que está junto a nosotros cada día. “Cuando Dios os concede la gracia de sentir su presencia ydesea que le habléis como al amigo más querido, exponedle vuestros sentimientos con toda libertad y confianza. Se anticipa a darse a conocer a losque le anhelan (Sab 6, 14). Sin esperar a que os acerquéis a Él, se anticipacuando deseáis su amor, y se os presenta, concediéndoos las gracias y remedios que necesitáis. Sólo espera de vosotros una palabra para demostraros que está a vuestro lado y dispuesto a escucharos y consolaros: Sus oídos están atentos a la oración (Sal 33, 16) (...).

“Los demás amigos, los del mundo, tienen horas que pasan conversando juntos y horas en que están separados; pero entre Dios y vosotros, si queréis, jamás habrá una hora de separación” (19).

¿No será nuestra vida distinta en esta Cuaresma, y siempre, si actualizáramos más frecuentemente esa presencia divina en lo habitual de cadadía, si procuráramos decir más jaculatorias, más actos de amor y de desagravio, más comuniones espirituales...? “Para tu examen diario: ¿he dejadopasar alguna hora, sin hablar con mi Padre Dios?... ¿He conversado con Él, con amor de hijo? -¡Puedes!” (20).

(1) Antífona de entrada. Sal 26, 8-9.- (2) Cfr. Mc 9, 2.- (3) Cfr. Lc 9, 28.- (4) Lc 9, 29.- (5) Cfr. Lc 9, 31.- (6) SAN LEON MAGNO, Sermón, 51, 3.- (7) 2 Pdr 1, 17-18.- (8) SAN BEDA, Comentario sobre San Marcos 8, 30; 1, 3.- (9) Cfr. 2 Cor, 5, 2.- (10) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 139.- (11) SAN JUAN CRISOSTOMO, Epístola 10 Teodoro, 11.- (12) J. ESCRIVA DE BALAGUER, en Hoja informativa n. 1, de su proceso de beatificación, p. 5.- (13) SANTA TERESA, Camino de perfección, 20, 2.- (14) Cfr. Mc 9, 7.- (15) Ex 40, 34-35.- (16) Ex 19, 9.- (17) JUAN PABLO II, Enc. Redemptor hominis, 7.- (18) Mt 17, 8.- (19) S. ALFONSO M0 DE LIGORIO, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios, Ed. Crítica, Roma 1933, 63.- (20) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Surco, n. 657.