De aserrín o de arena

Domingo II de Adviento, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“El año quince del emperador Tiberio, Juan hijo de Zacarías, recorrió toda la comarca del Jordán predicando un bautismo de conversión”. San Lucas, cap.3.

La noticia era del todo insólita: ¡Apareció un profeta! Porque entonces parecía que Dios se había olvidado a su pueblo. Aunque no faltaron de pronto predicadores mesiánicos. Pero enseguida mostraron su condición de caudillos políticos, antes que mensajeros de lo alto.

Sobre Juan, que recorría las riberas del Jordán, se daban diversas opiniones. A los galileos les pareció un colaboracionista, pues nada decía contra Roma. Aún más, dialogaba con soldados y recaudadores de impuestos. Otros lo creyeron un esenio, pero su mensaje no motivaba a huir del mundo, sino a transfomar el corazón.

La región donde aparece el Bautista era un valle profundo, atravesado por el Jordán, de camino al mar Muerto. Alrededor, sucias rocas y peñascos enmohecidos, un paisaje desolador.

Más al norte confluían varias rutas, en busca de algún vado sobre el río, para continuar hacia Oriente. Allí encontraban al profeta numerosos viajeros y curiosos, venidos de Jerusalén y otras comarcas.

La predicación del Bautista apuntaba a una “conversión para el perdón de los pecados”. Podríamos afirmar que antes de Cristo, nuestros pecados parecían tan enormes y Dios tan lejano, que sólo un largo camino y una prolongada penitencia podrían reconciliarnos. Pero con el hijo de Zacarías comienza una época, donde el Maestro facilitará las cosas.

Recordemos las conversiones que el Evangelio nos describe: A una pecadora le bastó el gesto de ungir los pies al Señor. Un deseo de verle fue suficiente para Zaqueo, jefe de publicanos. Pedir un recuerdo le abrió los cielos a un malhechor crucificado. Porque en la Nueva Alianza no se niega la gravedad de la culpa, pero se muestra el ingente deseo que tiene Dios de perdonarnos.

Juan acompañaba su predicación con un rito bautismal, semejante al que usaban entonces los judíos para acoger a los gentiles. Pero el Precursor no exigía a sus discípulos las observancias del templo, del sábado y las abluciones rituales. Les pedía únicamente cambiar el corazón.

Y este cambio lo explicaba a sus oyentes, con un párrafo que inicia el segundo Isaías, titulado “El libro de de la consolación”. Allí el profeta le garantiza al pueblo que ya Dios lo ha perdonado. Pero que urgen ciertas obras de ingeniería espiritual, para que su bondad llegue hasta nosotros: “Preparad los caminos del Señor: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas”.

- Mami, primero la estrella, rogó el más pequeño. No, primero la cuna para el Niño, replicó su hermanito, mientras hacían el pesebre en un rincón de la casa. No, corrigió Marisol: La primera es la Virgen, porque ella va a ser mamá.

¿Saben una cosa?, dijo el padre. Primero que todo haremos los caminos de Belén. De aserrín o de arena. Porque si no, Dios no puede venir hasta nosotros. - ¿Pero él no llega por el aire?, pregunta Julián. - Él viene del cielo, responde el papá, pero un día quiso poner su tienda, acampar entre nosotros.

Más tarde papá y mamá comentaban a solas: Los caminos del Señor son honradez a toda prueba, ejemplo y responsabilidad ante los hijos, oración en familia, frecuencia de los sacramentos, moderación en los gastos de diciembre, generosidad con los pobres.